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CRÓNICA

Las reliquias que guardan la increíble historia de Nairo Quintana

Semana.com viajó a la tierra del 'escarabajo'. Un carro desbaratado, un muro que se volvió lienzo, una bicicleta vieja y una camiseta rosada son las piezas dispersas por Boyacá con las que se reconstruye la vida de sueños, lucha y gloria del campeón que este sábado pelea por el Giro centenario.

Jaime Flórez*
26 de mayo de 2017

Raúl Malagón, el primer mecánico de Nairo Quintana, murió en su ley, sobre una bicicleta, cuando apenas tenía 41 años y anhelaba que los muchachos a los que les hacía trabajos gratis pudieran competir en el extranjero. La vida se le fue muy temprano para alcanzar a ver cómo ellos llevaban ese sueño mucho más allá de lo que él se pudo imaginar.

El 21 de noviembre de 2007 salió de su taller de bicicletas, en el parque de Arcabuco, hacia uno de los enjambres de abejas que tenía a las afueras. Era el bicicletero y el apicultor del pueblo. Aún no es claro cómo pudo morir en una carretera que conocía de memoria, pero la hipótesis es que una roca se metió en el espacio que había entre la llanta delantera y el guardabarros. La rueda se trabó, se frenó en seco y Malagón salió volando por encima del marco y cayó al suelo de cabeza. Fue una muerte dolorosa para Nairo y sus amigos, para los muchachos que por esos días apenas soñaban con ser profesionales.

En su taller quedó una colección de bicicletas, entre las que está la todoterreno que solía prestarle a Nairo para que entrenara y en la que disputó algunas de sus primeras competencias. Era una "burra" de hierro, pesada y con un defecto que el campeón tardó en descubrir: tenía una biela más larga que la otra, lo que lo obligaba a hacer esfuerzos distintos en ambas piernas.

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Pedro Camargo, uno de los amigos de la época, recuerda que cuando Nairo se aparecía por el taller, Malagón aprovechaba para cantaletear al muchacho, pero siempre se la prestaba. Ahora es Camargo quien anda en esa bicicleta por el pueblo. Se la compró al hermano de Malagón "por un precio muy bajo".

¿Ya le habrá cambiado las bielas? - le preguntó Nairo a Camargo, entre risas, hace unos meses, cuando estuvo en Arcabuco entrenando para el Giro centenario.

Cayetano Sarmiento, el mejor amigo de Nairo y su eterno compañero de entrenamiento, cree que Malagón les prestaba bicicletas duras de montar a propósito, para que ellos se hicieran más fuertes. El mecánico ya era consciente de la grandeza que Nairo tenía guardada.

Durante mucho tiempo, Nairo tuvo que andar en bicicletas prestadas. Tenía ocho años cuando, junto a su hermana Leidy y a escondidas de don Luis, su estricto padre, se iban a la casa de un vecino cargados con frutas de su finca que le entregaban al niño a cambio de que les prestara por unos instantes una pequeña bicicleta roja.

Pasaron 5 años más para que, a los 13, Nairo tuviera una propia. Su papá no quería -le daba miedo- que el muchacho anduviera sobre dos ruedas por esas carreteras llenas de camiones y tractomulas. Aún así, el joven la compró con sus ahorros. Su familia vivía con lo justo, y era más barato llegar al colegio en bicicleta que pagar el bus que lo llevaba hasta Arcabuco, a 18 kilómetros de casa, por una loma empinada sobre los 2.500 metros sobre el nivel del mar.

El trayecto hasta el colegio se volvió un juego. Nairo era, entre sus amigos, el que vivía más lejos. Entonces, recuerda Leidy, recogía por el camino a los demás compañeros. Se iban en caravana, competían y molestaban. A veces, incluso, Nairo volvía desde Moniquirá, a donde acompañaba a don Luis cada miércoles -día del mercado- a vender frutas en la plaza. Nadie se imaginaba entonces que esos trayectos duros y cotidianos lo estaban forjando para la gloria.

Pero para alcanzarla aún faltaba mucho sacrificio.

El carro donde a su papá se le salieron las lágrimas

Los sueños se empezaron a cumplir cuando Nairo conquistó su primera "grande". En 2005, ya ya había ganado las competencias del pueblo, y vencido en las carreras que armaba -y en las que apostaba- su padre. Pero necesitaba que su talento se conociera más allá de Arcabuco. Entonces vino la oportunidad.

En una carrereta del pueblo está estacionado un Chevrolet Jimny rojo, modelo 2001, medio destartalado, que le pertenece a la alcaldía: el primer vehículo de apoyo que acompañó a Nairo en una competencia. Su primeros entrenadores, Rusbel Achagua y Jaime Poveda, se lo pedían prestado al mandatario para acompañar a Nairo en las carreras.

Poveda agarró el volante, Rúsbel se montó como copiloto y don Luis y Nairo se embarcaron atrás. Viajaron hasta Sutamarchán, donde comenzaba la carrera del Club Deportivo Boyacá, una ronda de prestigio entre los aficionados, a la que llegaban juveniles de todo el país. Era la oportunidad para mostrarse pero no pintaba fácil. Nairo correría solo, sin equipo, y entre sus rivales estaba Darwin Pantoja. "Él era el coco de Nairo", recuerda Achagua.

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La primera etapa, hasta Tunja, se la llevó su contrincante, el favorito. Le ganó por 37 segundos. Fue un golpe duro, pero Nairo ya mostraba que tenía cabeza fría y pecho caliente para reponerse a la derrota. Al día siguiente, el recorrido era entre Moniquirá y Tunja, por la carretera que Nairo recorría todos los días para ir al colegio. La conocía de memoria. La estrategia que le marcaron sus entrenadores era sencilla: "cuando aparezca la loma, arranca".

El Chevrolet Jimny acompañó a Nairo. Don Luis, desde la ventana y entre lágrimas, como aún lo hace cuando lo ve correr por televisión, soltaba gritos que parecían sollozos: "Vamos, mi chinito. Hágale, mi negro". Cuando Nairo pasó por su pueblo se llenó de ímpetu y desató la fuerza de sus piernas. Pantoja se le pegó a la rueda pero pronto le perdió el ritmo. Nairo lo dejó viendo polvo. Le sacó más de dos minutos.

Así ganó su primera "grande", así, al fin los equipos de ciclismo se fijaron en él. Le hicieron pruebas de potencia y se dieron cuenta de que el pequeño moreno ya era un fenómeno. La escuadra de la Lotería de Boyacá lo incorporó a sus filas. El sueño de Nairo empezaba a volverse un asunto serio. Rusbel aún conserva como un tesoro, en un armario especial en su casa, a las afueras de Arcabuco, la camiseta con la que el muchacho se hizo campeón por primera vez.

La camiseta del mejor escarabajo del mundo

Había pasado un mes desde la consagración de Nairo, con la victoria en el Giro de Italia, su primera grande (sin comillas) y Achagua estaba cumpliendo años. El 3 de julio de 2014, el campeón acababa de volver al país con esas ansias de estar entre los suyos que aún siente cuando está en Europa.

Cayetano Sarmiento, el mejor amigo de Nairo, llamó Achagua y lo invitó a su casa. Cuando llegaron, de sorpresa, salió el campeón, el que ya era, sin discusión, el mejor escarabajo del mundo. "Le traje un regalo", le dijo a su primer entrenador. Y sacó la camiseta. La primera maglia rosa que Nairo vistió en ese giro, cuando ganó en la mítica etapa del Stelvio, en una de las subidas más duras del ciclismo, que esa vez estuvo pasada por la nieve. "Todavía huele a champaña", le dijo cuando se la entregó. Achagua lloró de alegría. Pero antes de esos días de gloria hubo mucho sacrificio.

El primero en llegar a Europa fue Cayetano

A veces, cuando llovía o se hacía tarde, Nairo dejaba la bicicleta y tomaba el bus hasta el colegio. En la ruta conoció a Cayetano Sarmiento, su gran amigo. Junto a él, que le lleva dos años de edad y ya estaba metido en el ciclismo aficionado, empezó a soñar con el profesionalismo. Entrenaron duro por mucho tiempo. Nairo, entonces un adolescente, le decía que tenía dificultades para arrancar, que cuando lo atacaban le faltaba potencia para responder. Y ambos diseñaban formas de mejorar esas falencias.

Habían entrenado juntos durante tres años por las vías de Boyacá y Nairo ya se había mostrado al ganar esa primera "grande" local. Entonces, el departamento les quedaba chico y salieron a recorrer el país. En 2008, en la Vuelta al Valle, Cayetano quedó primero y Nairo segundo. Luego intercambiaron los puestos en Anapoima. Corrían en equipos distintos pero eso poco les importaba, igual, cada que veían una loma bien seria, se escapaban juntos, como si siguieran transitanto por las vías de Cómbita y Arcabuco. El entrenador de Nairo en la Lotería de Boyacá le decía que no ayudara a Cayetano, que se le pegara a la rueda y se aprovechara de él, pero el campeón lo desobedecía. Le importaba más la amistad, dice Cayetano.

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En 2009, Cayetano fue escogido como miembro de la selección Colombia que correría el Girobio -el Giro de Italia juvenil-. Pese a que ya figuraba en los pódios en las carreras nacionales, Nairo no fue escogido. Su gran amigo viajó a Europa. El sueño compartido, el mismo que tuvo Raúl Malagón, el primer mecánico, empezaba a volverse realidad. Nairo estaba emocionado por el logro de su amigo pero aún no dimensionaba la grandeza de lo que se avecinaba.

Cayetano arrancó la competencia con dificultad. En Europa, en el terreno plano, se corría muy rápido y él no estaba acostumbrado. Entonces apareció la montaña y se fugó. Una descolgada descomunal, de esas que ensayaba con Nairo, fue suficiente para quedar campeón de la carrera y para que el Acqua & Sapone, un equipo profesional europeo, lo contratara. Nairo lo llenó de felicitaciones. "Ojalá yo también pudiera estar allá", le dijo.

En esa época, la única forma de que un colombiano llegara a un equipo europeo era ganando en esas tierras, explica Cayetano. Ahora, luego de lo que ha hecho la generación dorada de escarabajos, los equipos vienen a Colombia a buscar corredores.

Al año siguiente, en 2010, cuando tenía 20 años, llegó el momento de Nairo. Fue seleccionado para correr el Tour de L‘avenir -el tour de Francia en la categoría juvenil-. Ganó las dos últimas etapas que terminaban en montaña y quedó campeón. Ahora era Cayetano quien lo llamaba, desde Italia, a felicitarlo. El par de amigos boyacenses habían conquistado el ciclismo juvenil. Dos años antes, no lo habrían creído posible.

En 2011, los amigos volvieron a entrenar juntos, pero muy lejos ya de Cómbita o Arcabuco. Cayetano se había radicado en Italia y Nairo, que se preparaba para correr el mundial con Colombia es Pasión, fue a visitarlo. Los campeones juveniles montaron juntos como si siguieran en las carreteras de Arcabuco y, en el camino, Nairo le contó a Cayetano que Movistar lo quería fichar, pero que no estaba seguro de aceptar. Su amigo lo empujó a hacerlo.

Luego tuvieron la oportunidad de competir en Europa, como lo hicieron en las vueltas colombianas. Corrieron la vuelta a Burgos en España, la Dauphiné en los Alpes franceses. En 2014 tuvieron la oportunidad de enfrentarse en una grande, en el Giro en el que Nairo iba a debutar y que Cayetano ya había corrido, pero el mayor de los muchachos, quien llegó a ser gregario de leyendas como Vincenzo Nibali e Iván Basso, sufrió un accidente y se partió la clavícula. No pudo estar en la carrera en la que su amigo se puso la maglia rosa y entró en la historia definitiva del ciclismo mundial. Una historia a la que aún le faltan capítulos.

Al menos dos veces al año, el pintor Aldemar Marín viaja desde Bogotá a Cómbita, a la finca de la familia Quintana, a cambiar el mural de cuatro metros de alto que pintó en una pared exterior de la casa. Se toma alrededor de una semana para hacerlo y no cobra nada. Lo hace porque ama a Nairo.

Marín cambia el mural para actualizarlo a los últimos logros del ídolo. El que hay por estos días muestra dos escenas. En una, el pedalista está sonriente, vestido con la maglia rosa del Giro. En otra, Nairo va parado sobre su bicicleta, tiene la boca abierta, como si estuviera jadeando, se le nota el esfuerzo en el rostro y viste la camiseta roja del campeón de la Vuelta a España.

Apenas pase el Giro centenario, cuenta Alfredo Quintana, hermano del campeón, Marín volverá a cambiar la pintura. La adecuará dependiendo del resultado que Nairo obtenga este domingo y pensando ya en el Tour de Francia que se aproxima, el último sueño que le queda pendiente, el clímax al que algún día -los expertos saben que es su destino- llegará su increíble historia.

*Periodista de Semana.com