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Cuando su madre se casó, se convirtió en vendedora ambulante. A diario cargaba una palangana de 80 kilos repleta de cerdo, morcillas, pescado...

BÉISBOL

La buena estrella de Rentería

Esta es la historia del beisbolista barranquillero que conquistó la semana pasada las Grandes Ligas. Por Alberto Salcedo Ramos.

6 de noviembre de 2010

Al margen de su talento indiscutible como shortstop, Édgar Rentería parece tener un pacto con la diosa de la fortuna, en virtud del cual él es el llamado a lucirse cuando se juega en los grandes escenarios y se necesita el batazo heroico que defina el partido crucial de su equipo.

Así ha sido siempre. O casi, porque en la temporada regular de 2010 sucedió lo contrario: por primera vez a lo largo de su carrera, Rentería pareció desventurado: en contraste con la salud de hierro que ostentó desde su ascenso a las grandes ligas, este año estuvo tres veces en la lista de lesionados, dos de ellas a causa de un tirón en la ingle derecha y la otra por una contractura en el bíceps izquierdo. Apenas participó en 72 de los 162 partidos que disputó su equipo. Además, tras un comienzo en el que castigó con autoridad a los lanzadores, su bateo empezó a decrecer y, al final, acumuló guarismos ofensivos muy pobres. Las lesiones le impidieron lograr el ritmo de competencia indispensable para rendir al tope de sus capacidades. Perdió la confianza en sí mismo, empezó a contemplar la opción del retiro. El mánager de los Gigantes de San Francisco, Bruce Bochy, lo relegó al banco porque su prioridad era clasificar a la postemporada. Con toda razón se negó a atar la suerte de su equipo a la de un pelotero excelente venido a menos físicamente.

Rentería tampoco fue alineado en la primera ronda de los play off, cuando su equipo derrotó a los Bravos de Atlanta. Estaba tan desanimado que ni siquiera se arrimó al centro del diamante para celebrar junto a sus compañeros el paso a la siguiente fase. En los dos primeros juegos de la Serie de Campeonato de la Liga Nacional la situación fue la misma: su equipo se impuso a los Phillies de Filadelfia sin necesidad de apelar a él. Entonces, en vísperas del tercer partido, la buena estrella volvió a aparecérsele. Juan Uribe, el shortstop en propiedad, sintió un fuerte dolor en la muñeca izquierda. Fue así como Rentería recuperó, gracias a la lesión ajena, la titularidad que había perdido a causa de las lesiones propias. La caprichosa diosa de la fortuna necesitaba ponerlo en forma porque ya le tenía asignado el papel protagónico de rigor en la recta final de la competencia.

En los tres partidos que disputó en la serie contra Filadelfia lució seguro con el guante y deficiente con el bate. Cuando Uribe se restableció, Bochy lo movió a la tercera base y dejó a Rentería como shortstop. Al notar que las dolencias le habían dado una tregua a Rentería, el mánager entendió que debía jugársela con él, pues en la instancia que venía a continuación -la Serie Mundial- su experiencia era clave. Rentería se dio un banquete con los lanzadores de los Vigilantes de Texas y fue premiado como el jugador más valioso. En el sexto inning del quinto partido, con dos hombres en base y un solo out, los Gigantes tenían por fin la opción de anotarle al dictatorial pitcher de Texas, Cliff Lee. Pero el poderoso Pat Burrell se ponchó. Se necesitaba que Burrell fallara, claro, para que Rentería acudiera a su nueva cita con la historia. Así que se paró en la caja de bateo y conectó un jonrón tremendo por el jardín izquierdo. Trece años después de haber disparado aquel hit de oro con el cual los Marlins de la Florida obtuvieron su primer campeonato, volvía a dar el gran golpe. Entraba así en el selecto grupo de solo cuatro peloteros que, en más de un siglo, han decidido dos series mundiales con sendos batazos. Los otros tres son nada menos que Joe DiMaggio, Yogi Berra y Lou Gehrig, exaltados en el Salón de la Fama.

Hasta en los momentos más difíciles de la infancia, Édgar Rentería tuvo al azar como aliado. Su madre, Visitación Herazo, nacida en El Yucal -un pueblo del departamento de Bolívar- llegó a Barranquilla a probar suerte. Vivía en un cuarto pequeño de la Calle Medellín, en el centro de la ciudad. Trabajaba como empleada doméstica en la casa de la familia Ochoa Hernández, por un salario de 300 pesos mensuales. Cuando se casó se convirtió en vendedora ambulante. Diariamente cargaba en la cabeza una palangana de 80 kilos repleta de carne de cerdo, morcilla, pescado y cocadas.

Édgar es el menor de los nueve hijos -ocho biológicos y uno de crianza- de la familia Rentería Herazo. En 1981, cuando apenas contaba 5 años, perdió a su padre, Francisco Rentería. A esas alturas su buena estrella ya le tenía señalado el rumbo: la familia se había mudado para una casa del barrio Montecristo, ubicada cerca del Estadio Tomás Arrieta. Al ser vecino del parque de béisbol resultaba lógico que terminara practicando ese deporte. En principio, sin embargo, se sintió atraído por el fútbol. Su sueño era jugar como zaguero central en el equipo de la ciudad, el Atlético Junior. Fue Edison, uno de sus hermanos mayores, quien poco a poco lo introdujo en el mundillo del béisbol.

En ese ámbito Rentería ha sido empujado por el azar a hacer historia, incluso, cuando falla: es el único pelotero que se ha ponchado dos veces en el mismo inning y además tiene el honor de haber padecido el ponche número 4.000 de esa leyenda del pitcheo llamada Roger Clemens.

No hay que engañarse, sin embargo, creyendo que Rentería le debe a su buena suerte lo que en realidad se ha ganado a pulso en sus 15 años como grandes ligas. Para mantenerse vigente a ese nivel durante tanto tiempo hay que tener muchísimo talento y una disciplina férrea. Sus 2.252 hits, su participación en tres Series Mundiales (dos de ellas ganadas con batazos suyos), sus tres Bates de Plata (premios al mejor jugador ofensivo en cada posición), sus dos Guantes de Oro (galardones por la mejor defensiva como shortstop), sus cuatro temporadas bateando por encima de .300, sus cinco intervenciones en el Juego de las Estrellas (donde solo intervienen los jugadores de cada liga que, a juicio del público, son los más dominantes) y el respeto unánime de la industria del béisbol como un líder que siempre juega limpio, convierten a Rentería en un miembro indudable de la reducida élite del béisbol, hoy o en cualquier otra época.

El jueves 4 de noviembre, apenas tres días después de haberse bañado con la champaña de los campeones, y cuando en San Francisco y Barranquilla continuaban las celebraciones, Rentería se quedó sin contrato. Los Gigantes se negaron a utilizar la opción que habían suscrito con él para la temporada de 2011, por valor de 9.5 millones de dólares. El fantasma de las lesiones seguramente atemorizó a la gerencia del equipo. Y, además, Rentería insiste en que necesita unos días de reflexión para decidir su futuro. Algunos creen que, en efecto, podría retirarse. Pero muchos de quienes fuimos testigos de la enorme calidad que desplegó a lo largo de la Serie Mundial creemos que todavía le queda cuerda de sobra para brillar en el diamante un par de años más. Acaso la diosa de la fortuna reserva más guiños para él. Así que posiblemente el último gran batazo de esta historia aún no ha sido conectado. Ni escrito.