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| Foto: Harrym Ramírez

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La historia de Juan Carlos Andrade, el tercer colombiano que puede convertirse en Ultraman

La historia de Pepe no se cuenta todos los días. En caso de lograr superar una dura prueba física que suma 515 kilómetros nadando, pedaleando y corriendo será el tercer colombiano con este título.

15 de febrero de 2018

Hay gente para todo y cada loco con su tema. Y está Pepe,  Juan Carlos Andrade, un ejecutivo que debajo del  Arturo Calle lleva la bandera de Colombia y el traje de Ultraman.    Nadie nace con este título ni se hace de la noche a la mañana. 

Se requiere  tener  kilómetros  previos en  otras distancias y competencias, y a esa base sumarle prácticamente un año de entrenamiento para recorrer en tres días  515 kilómetros, repartidos así (este es el momento para sentarse si está leyendo de pie):

Primer día, 10 kilómetros de natación en menos de 6 horas y luego 144km en bicicleta en menos de seis horas;  el segundo debe pedalear  273 kilómetros en menos de 12 horas; y ya para rematar, el domingo debe hacer dos maratones completas (84,3km) en menos de 12 horas.  Entre este viernes 16 de febrero y el domingo 18 Pepe espera recibir su grado de Ultraman al pasar la meta final en menos de 28 horas. 

Pepe no va a estar solo, porque ese día en el mismo lugar y dentro de los tiempos reglamentarios –si Dios le da vida y licencia-  otro colombiano recibirá la medalla de Ultraman, una de las pruebas físicas y de resistencia mental más exigentes del planeta. Se trata del  padre Edinson Serna,  famoso triatletas de este país quien, además, antes  de que uno se lance al agua hace un alto y reza su “Oración del triatleta” para que todos los presentes le pongan fe a la jornada.  Pepe y el padre Serna serán los Ultraman número 3 y  4 del país, prueba que solo ha sido lograda por  el élite Edwin Vargas y Mauricio Salazar, deportista amateur.   

Pocos son  los llamados para participar en un Ultraman, que a diferencia de los Ironman y los 70.3 (medio Ironman) que hay por todos lados, tiene solo cuatro eventos al año y en cada edición recibe solamente a 45 participantes elegidos por una hoja de vida deportiva que evidencie  sólida capacidad atlética (no necesariamente ser campeones), haber participado en un Ironman en el año inmediatamente anterior  y tener tantos kilómetros entrenados que ya ni recuerden  cuántos.

“Esta es una carrera a la que viene el que sabe en lo que se metió y llega muy bien preparado porque para el Ultraman no se puede medio entrenar. Son tres días muy duros”, dice Andrade.

En su caso,  “me avisaron que había sido aceptado el Domingo de Resurrección del año pasado. De inmediato hablé con mi entrenador, Will Vargas, para organizar los entrenamientos a los Ironman de Boulder y Panama City (Florida), que servirían como base previa para el entrenamiento  enfocado en el Ultraman.  Con esos dos triatlones cumplidos y el 70.3 de Cartagena, el pasado 10 de diciembre empezó el pico fuerte de entrenamiento, que se extendió hasta el 30 de enero de este año.  Eso es,  cuatro horas diarias entre semana y ocho horas el sábado y otras tantas el domingo. Las última semana de enero hice seis horas diarias entre semana y 10 cada día del fin de semana”.  Eso sin dejar de ir a la oficina y, en ocasiones, escapándose al medio día a terminar la tarea que no alcanzó a hacer entre 4:30 y 7 de la mañana. 

Todo esto con cero lesiones por el camino, que es tal vez uno de los más importantes logros ya que  con semejante carga de entrenamiento aumentan las posibilidades de que sucedan.  Tampoco quedó flaco como un alambre pues hizo el proceso  –el paso a paso es su especialidad como vicepresidente de Procesos del  Grupo Aval- acompañado por el médico deportólogo John Duperly, quien además lo sometió a exámenes médicos “con todos los juguetes”, como dice Pepe, en especial porque su padre murió muy joven de un infarto. El resultado, un gran volantín en la composición de su cuerpo, más que una significativa pérdida de peso. Bajó de talla y todo lo que  perdió  en  grasa lo ganó en músculo. Pura fibra.

Así se hace

Pero tampoco es que esto de participar en un Ultraman se logre sin penas y solo dé gloria.  Cinco pares de tenis, dos juegos de cadenilla de la bicicleta, tres pares de tubulares (lleva una bicicleta de repuesto y otras dos ruedas, por si acaso), unas 10 peladas (peladuras ahí y allá) a pesar de untarse Bodyglide, una vaselina que reduce la fricción, como también ácido fusídico, recomendado por un ciclista pues ayuda en el proceso de cicatrización.  “Sufrí mucho con el cuello en las nadadas, me pelaba especialmente con distancias superiores a los cuatro kilómetros, nunca había nadado tanto”, asegura Juan Carlos.

¿Y eso es sano?  “Cuando uno se pone una meta y la está persiguiendo hace lo necesario para llegar. La pregunta es si haría otro Ultraman y la respuesta es no. Esto es diferente a un Ironman, entrenamiento que da tiempo para todo.  Para mí lo más duro fue combinar la preparación con la oficina. Y el costo en horas de sueño pues la disyuntiva era clara: entrenaba o dormía”.

Todas las fechas se cumplen y esta es ya.  “Todavía no estoy asustado. Yo creo que mi mente aún no es consciente de la que me he metido”. Tal vez le da tranquilidad saber que va a estar acompañado por el camino. A diferencia de otras competencias, el  Ultraman exige un equipo de apoyo de mínimo dos personas y máximo, cuatro.

 “Llego con una tripulación de cuatro: uno debe acompañar en un kayak los 10k de natación y apoyar con comida y líquido. En bicicleta es obligatorio tener un carro acompañante detrás pues no hay zonas de hidratación ni avituallamiento, además del soporte mecánico, logística de cambio de ropa y demás. Y el tercer día me pueden acompañar con carro paralelo por el camino y alguien de la tripulación puede correr a mi lado y, en este caso, acordamos que cada uno  correrá media maratón”.

El domingo, después de pasar la meta, con la bandera de Colombia bien puesta, va a dormir. Mucho. Y el lunes celebrará con su equipo de apoyo. El martes estará de regreso  a Colombia y el miércoles, en la oficina, agotados ya los días de vacaciones que pidió para este paseíto. Y en el fin de semana Juan Carlos Andrade, ibaguereño de 46 años y una voluntad que va más allá, celebrará  con su equipo, los GoodWill Runners: “De las cosas lindas que jamás esperé en este proceso fue contar con un equipo que se organizó por turnos, de día y de noche, para acompañarme en esos fondos  espantosos, para no dejarme solo.  Me han tocado en el fondo del corazón. Estoy muy agradecido y su presencia ha sido una motivación”.

Muchos se preguntarán, bueno, ¿y todo esto para qué, de qué sirve?  “Profesionalmente me aporta tranquilidad, es impresionante. Hacer otra cosa distinta te permite desconectarte de la oficina, inclusive al medio día tras ir al gimnasio, correr o hacer simulador, me despejaba. También, por más complejo  que sea un proyecto en el que trabajo, ya sé que se trata de darle y darle para sacarlo adelante; ratifica el valor de la perseverancia, buscar alternativas, no entregarse, revisar, empujar. Aprendí a acabar las cosas y saber que si no va bien, igual hay que hacer lo mejor, y si sale bien, seguir avanzando”.

Todo esto será fundamental a la hora de conquistar su gran propósito: llegar al Ironman de Kona (Hawaii) en 2020, meta que se trazó en 2014 luego de terminar su segundo Ironman y tres años después de haber corrido 10k por primera vez, con 95 kilos encima (hoy 75kg y 1.78 metros de estatura) y cero entrenamiento.

¿Cuál es el motor? “Le he echado mucha cabeza al tema en las larguísimas jornadas de entrenamiento y creo que está en recibir esa palmadita en la espalda que le hace falta a uno y que solo uno mismo se la puede dar”. La historia de Pepe no se cuenta todos los días, pero si todo sale bien, hará historia este fin de semana.