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La muerte le sienta bien

Juan Linares
22 de junio de 2006

Luego del sorteo del mundial de Alemania 2006, realizado en diciembre del año anterior en la ciudad de Leipzig, la mayoría de los expertos coincidían en que el grupo, que en suerte, le correspondió a la selección de Argentina, conformado por Costa de Marfil, Serbia y Montenegro y Holanda, era en verdad, el tristemente célebre , “grupo de la muerte”. Cuando Pele extrajo la última bolilla que certificaba aquel “guadañazo” de la parca, sonrió con ingenuidad y malicia. El archí-enemigo de Brasil: Argentina, quedaba ubicado en el lugar menos deseado por la comunidad de naciones mundialistas.

El más optimista de los argentinos opinaba, que era más fácil salir de “tour de compras” por Irak, que tener que medirse, sin morir en el intento, a esas selecciones llenas de hambre, de frustraciones y de sed deportiva, aparte de un inmenso caudal futbolero.
Los pesimistas, que dicen ser los optimistas bien informados, argumentaban en números contables que Costa de Marfil había dejado “boqueando”, en la cuneta, al insolente Camerún; que Serbia y Montenegro solo había concedido un gol en 10 encuentros eliminatorios y que Holanda, ávida de venganza, no conocía la derrota en la era Van Basten.

Estadísticas que solo servían para avalar el pesimismo y la desconfianza de los medios periodísticos y del hincha raso en la selección Argentina. ¿Remember Corea-Japón 2002 ?
“El pesimista - según León Bloy - es aquel miserable que abandona, en una esquina cualquiera, a merced del frío, la oscuridad y el peligro a su novia: la esperanza”.
No es fácil, hay que admitirlo, sustraerse en estos dias, a los agoreros de catástrofes a esos terroristas de la ilusión. “En esta taquilla, sólo se atiende a los portadores de buenas noticias”, reza un cartel en un estadio de los suburbios de Buenos Aires. ! A los pesimistas ni agua!

La selección Argentina despertaba sentimientos ambiguos. Por un lado, se confiaba en sus integrantes pero, por el otro, se dudaba de su juego en conjunto. Sin embargo- como escribió Borges- “cualquier destino por más complicado o difícil que parezca consta, en realidad, de un solo momento: el momento en que el hombre descubre realmente quién es”.
Es bien sabido que los sueños de todo futbolista nacen en los potreros, en los baldíos, en el impiadoso asfalto de las grandes ciudades. En la niñez llena de privaciones, donde se forja el carácter, se doma el espíritu, se enaltece el sentimiento. Muchas historias de futbolistas nacen y mueren en la gramilla, en el barro o en el olvido.

Frente a Serbia y Montenegro la selección Argentina toco el cielo raso de la gloria con un repertorio de potrero que incluía, toque, desmarque, rotación, pelota al piso, precisión, garra, fantasía, velocidad y contundencia. El castigo fue bestial, implacable ante un equipo balcánico que hinco las rodillas molido a palos.

El segundo de los seis goles que marcaron esa tarde, la tarde soñada, los argentinos fue un toqueteo desmoralizador y una lección de “futbol ilustrado” en estos tiempos, de futbol amarrete, donde prevalece la fuerza bruta, (la razon bruta es inaceptable) de los esquemas supra-defensivos, postergando la inventiva, el genio y el buen juego.

Esa tarde Argentina saco chapa de candidato al titulo y mostró un juego asociado no exento de lujo, ante un público germano que pasó de la sorpresa a la alegría y de esa felicidad a la súbita gratitud.

Ya frente a Holanda la selección Argentina, reservó a varios de sus estelares y a pesar de exhibir un juego preciosista, en varios pasajes de la brega careció, de la contundencia necesaria. La division de honores con la “orange” en un partido demasiado amistoso no altera conceptos ni reduce posibilidades.

En los octavos de final la selección de Pekerman se encontrara con México, un equipo sin mucho colmillo en la línea ofensiva pero que corre y da pelea durante los noventa minutos.

Argentina, safó del “grupo de la muerte” desmostrando que tiene futbol colectivo, razones y goles.

Primero se imagina, luego se sueña, al final se triunfa…