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Licencia para soñar

Aunque el título se escapó faltando dos carreras para el final de la temporada, este fue el mejor año de Juan Pablo Montoya en la máxima categoría del automovilismo.

Ricardo Calderón*
21 de diciembre de 2003

En el mundo de la velocidad los resultados llegan lentamente. Y eso fue algo que Juan Pablo Montoya aprendió en su tercer año en la Fórmula 1. El piloto colombiano comenzó la temporada en el Gran Circo con una gran expectativa y cargado de ilusiones. Era su tercera temporada; hora de cosechar los kilómetros de experiencia que ha sumado el colombiano en las pistas.

En su debut, en 2001, Montoya ganó una carrera y estuvo muy cerca de lo más alto del podio en varias ocasiones, lo que en su condición de novato no sólo marcó niveles de hazaña y sorpresa sino que lo presentó ante el mundo como la nueva sangre de la Fórmula 1 y el candidato de todos para pelear el campeonato durante 2002. Pero no fue así. El año pasado las cosas resultaron mucho más difíciles. A lo largo de esa temporada fue evidente que el Williams de Montoya no pudo con los Ferrari y aunque el bogotano dio cortas e intensas batallas en algunas carreras contra los autos rojos, su vehículo nunca logró competir contra la abrumadora superioridad técnica de la escudería italiana. Y en un deporte en el que las máquinas representan un papel tan decisivo no hay talento, ni agallas ni habilidad que valgan.

Para 2003 la escudería británica salió a las pistas con un bólido mejorado, la potencial herramienta que Montoya venía reclamando desde hace dos años. Con un monoplaza que estuvo casi a la altura de los Ferrari, el pilotaje imaginativo y valiente del colombiano sobresalió con facilidad durante todo este año. Sus tácticas, mezclas de talento e imaginación, superaron claramente a las de muchos de sus contrincantes, incluido el campeón Michael Schumacher que en varias carreras se quedó sin armas para defenderse del talentoso corredor bogotano.

Quedó en evidencia a lo largo del año y, en especial, con la contundente victoria de Montoya en Mónaco, considerado como el circuito sagrado de la velocidad. En las calles del principado realizó una carrera perfecta y allí, en donde sólo han triunfado quienes hacen parte de la historia del automovilismo, Juan Pablo fue el rey. Desde lo más alto del podio vio cómo el mundo se inclinó a sus pies para reconocer su talento y valor.

Esa victoria en la 'catedral' de la velocidad, junto con su triunfo en el circuito de Alemania, fueron parte de una temporada fenomenal en la que, durante gran parte del año, fue considerado como un firme candidato al título. Aunque la suerte lo abandonó y la ilusión se desvaneció faltando tan sólo dos carreras para el final de la temporada, este fue el año de Montoya. Estuvo en el podio en ocho oportunidades consecutivas con dos victorias, cinco segundos lugares y un tercer puesto. En 12 de las 16 carreras terminó dentro de los 10 mejores y los puntos que ganó fueron fundamentales para que su equipo terminara en el segundo lugar del campeonato de constructores. Como parte de su botín también marcó una pole, consiguió en tres oportunidades marcar las vueltas más rápidas, dejó relegado a su compañero de equipo.

La revista británica

Autosport, la más respetada en el mundo en el tema, lo eligió a comienzos de diciembre, como el piloto del año, por encima del campeón Michael Schumacher. Ese reconocimiento de la prensa especializada demostró que, aunque Juan Pablo Montoya no ganó el campeonato mundial, sin duda fue el principal protagonista de la máxima categoría del automovilismo deportivo.

Si bien el resultado final, con un tercer lugar en la clasificación general, no fue el que él y sus fanáticos esperaban, Montoya demostró, una vez más, que tiene todo lo necesario para ser el primero en la línea de sucesión al trono de la Fórmula 1, en 2005, con la escudería McLaren.

*Periodista de SEMANA