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Morir por ganar

El tema del 'doping' vuelve a estar sobre el tapete y deja en evidencia que es una batalla prácticamente perdida.

4 de noviembre de 1996

Es triste pero es la realidad. Aquello de que mente sana en cuerpo sano cada vez parece ser más una frase de cajón, inútil y utópica, que el fin último de todas aquellas personas que practican algún deporte. Hoy en día es común que al final de unos juegos olímpicos, un campeonato mundial o algún importante certamen deportivo a nivel nacional o internacional, alguno de los atletas participantes resulte en los titulares de las noticias porque fue pillado compitiendo dopado. Sin ir muy lejos hace pocas semanas el tema del doping, pese a ser tratado como un tabú, fue noticia en Colombia. La piedra del escándalo tuvo su origen durante los pasados Juegos Nacionales celebrados en junio en Santander. Cerca de un mes después de finalizado este evento a la pesista tolimense Margarita Rojas le tocó dejar las tres medallas de oro que había ganado en la competencia a la atlanticense Doris Pardo, segunda en la prueba, porque resultó positiva en el control antidopaje. Los análisis demostraron que tanto ella como el atleta vallecaucano Manuel Murillo, especialista en salto largo, habían participado bajo los efectos de una sustancia prohibida llamada nandrolona, la cual es un esteroide anabolizante que aumenta la masa muscular y la fuerza. Estos dos casos se suman a otros tres sonados dopajes en Colombia: el del ciclista Pablo Wilches, quien perdió su título de campeón de la Vuelta a Colombia por haber consumido un anabólico, y los de los futbolistas Juan Carlos Masiel y Antony 'El Pitufo' de Avila, quienes el año pasado fueron sancionados y multados por el uso de sustancias prohibidas. Pero no sólo en Colombia el doping fue noticia. Desde hace varias semanas en Argentina existe un manto de duda e incertidumbre ante la posibilidad de que una muestra de dopaje positiva de Martín Vargas, jugador del Deportivo Español, hubiera sido cambiada por la negativa que le correspondió a Diego Armando Maradona. Esta polémica se agrandó aún más y tomó dimensiones internacionales la semana anterior, cuando varios medios de comunicación afirmaron que el ex capitán de la selección argentina tiene problemas cerebrales debido a su adicción a las drogas. Lo único claro en este momento, tanto en Argentina como en Colombia, es que el tema del doping y sus efectos ha vuelto a dar de qué hablar. La popularidad del dopaje en el deporte ha hecho que muchas personas afirmen con frecuencia que algunos deportistas se asemejan cada vez más a pollos de granja avícola que a seres humanos. Por fuera sus admirables cuerpos parecen llenos de fuerza y armonía. Parecen perfectos. Pero la verdad es que por dentro están repletos de esteroides y de anabolizantes, de progesterona y de hormonas sintéticas. Son cuerpos magníficos, pero monstruosamente artificiales.

El doping es en el deporte de alta competencia como la evasión a la declaración de impuestos: son escasos los que lo admiten, menos aún los que resultan descubiertos y sancionados, pero sin embargo son muchísimos los que lo ponen en práctica. Hoy son pocos los que dudan de la afirmación que hiciera el corredor Regis Clere al final del Tour de Francia de 1988, cuando dijo que "si todo el mundo fuera examinado concienzudamente, el 90 por ciento de los deportistas saldrían dopados". Las declaraciones de Clere fueron opacadas en ese momento por los escándalos de dopaje en el tour de Pedro Perico Delgado y la sanción y expulsión de los Juegos Olímpicos de Seúl del corredor canadiense Ben Johnson. Aunque estos hechos sacudieron los cimientos del deporte mundial, la realidad es que el uso de drogas en los deportes no era nada nuevo (ver recuadro). Si a comienzos de siglo eran el honor, el orgullo y el amor propio de cada atleta los que estaban en juego, entre los años 70 y 80 se agregaron estímulos tan poco espirituales como millonarios contratos, premios fabulosos o suculentos convenios publicitarios. Ya no era sólo el atleta el único interesado en ganar pues la fama y el dinero también salpicaron al entrenador, al médico, al dirigente; cuando no al gobernante o régimen político de turno que encontró en el deporte un medio sencillo de hacer propaganda, métodos en los que Benito Mussolini y Adolfo Hitler fueron pioneros en la década de los 30. Drogados a la perfección Esa fiebre de éxito derivó en un aumento de presiones sobre los deportistas, quienes en algunas ocasiones fueron obligados a someterse a entrar a la maquinaria del doping, pagando el precio del éxito exponiéndose a padecer múltiples enfermedades o incluso a la posibilidad de morir (ver gráficos). Aunque el COI (Comité Olímpico Internacional) comenzó a tomar cartas en el asunto en los años 60, la realidad es que las técnicas de dopaje siempre han estado un paso adelante de los controles. Según el doctor Jorge Alarcón, jefe de la división médica y de investigación de Coldeportes Nacional, "en el afán de conseguir la victoria a los deportistas muchas veces no les importa lo que tengan que hacer o consumir para ganar. Esto, sumado a la constante evolución y perfeccionamiento de doping, ha provocado la utilización de peligrosas drogas que buscan optimizar el rendimiento y burlar los controles, las cuales son muy difíciles de detectar. Los controles sólo se pueden establecer después de que la droga ya lleva algún tiempo funcionando, antes no". Esquivar las reglas llegó a convertirse en una misión oficial del gobierno en algunos países. A finales de los años 70 y durante los 80 Alemania del este creó una estrategia denominada Plan 14-25, en la cual cerca de 1.000 científicos, entrenadores y médicos unieron esfuerzos buscando mejores maneras de drogar a sus atletas. El doctor Werner Franke, uno de los científicos que trabajó en el proyecto, dijo hace dos años al periódico Berliner Zeitung que llegaron al extremo de inyectar hormonas de toros en deportistas con el fin de hacer a los atletas más fuertes e inclusive aceptó la manipulación de la hormona de crecimiento humano con el fin de retardar o detener el desarrollo normal de gimnastas entre los 14 y 16 años, buscando preservar la elasticidad que caracteriza a los niños a esta edad. Aunque algunos de estos experimentos fallaron, otros tuvieron éxito y fueron compartidos con países amigos como China y la desaparecida URSS. Después de la caída del muro y el desmembramiento de la Unión Soviética todos estos secretos farmacéuticos formaron un mercado negro que pasó a Occidente, en donde se diversificó y desarrolló aún más el dopaje (ver recuadro). Mientras la gloria siga siendo tan dulce y los dólares tan abundantes siempre habrá deportistas metidos en el laberinto del dopaje. Prueba de esto fue el resultado de una encuesta realizada por investigadores farmacéuticos de Estados Unidos, en la cual el 70 por ciento de los atletas entrevistados dijeron estar dispuestos a correr el riesgo de sufrir una grave enfermedad degenerativa o incluso a morir a cambio de consumir una droga que los hiciera ganar durante tres años seguidos todas las pruebas de su especialidad. Lo importante es que en una época en la que el doping, al igual que el narcotráfico, va ganándole la carrera a los controles, los deportistas, entrenadores y dirigentes dejen de pensar que lo esencial es ganar a toda costa, aunque junto a una medalla terminen colgando un cartel de invalidez o un epitafio.

LAS SECUELAS DEL DOPAJE
SISTEMA INMUNOLOGICO: La utilización exagerada de hormonas disminuye las defensas del organismo por su acción depresiva sobre la formación de glóbulos blancos, y deja al deportista vulnerable a bronquitis o neumonías.
PULMONES: Los narcóticos pueden ocasionar severos trastornos respiratorios.
CORAZON: Disminución y debilitamiento del corazón. La arritmia puede llegar a provocar un paro cardíaco.
HIGADO: Después de largos períodos de dopaje es posible desarrollar cáncer en el hígado.
ARTERIAS: Los esteroides promueven la arteroesclerosis porque incrementan el colesterol en la sangre, el cual obstaculiza las arterias.
HUESOS: Algunas de las sustancias prohibidas causan osteoporosis.
CEREBRO: Obsesión, paranoia, embobamiento, agresividad desmedida, humor variable de un momento a otro pasan de la euforia incontrolable a un estado depresivo profundo. Constantes dolores de cabeza y en algunos casos muerte de neuronas. Dependencia física y sicológica.