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Myriam Guerrero tiene 52 años | Foto: Archivo particular

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La historia de la primera capitana de la selección femenina de Colombia

Desde las canchas del barrio Tunjuelito hasta los estadios de Moscú, pasando por Mar del Plata y un sinnúmero de ciudades, Myriam Guerrero ha dejado huella. Ella marcó el inicio del fútbol femenino en Colombia.

12 de abril de 2017

Por: Felipe Galindo*

El estadio estaba a reventar en la ciudad de Riga, al norte de Lituania. Allí se encontraba una colombiana representando a la universidad de Malajafco en el campeonato nacional femenino de la Unión Soviética. Era la semifinal. Por primera vez Myriam Guerrero entendió lo que significaba representar a su país. Si bien no tenía puesto el uniforme de la tricolor, llevaba en su corazón el sentimiento patrio que se despertó al escuchar su nombre y su nacionalidad en un estadio lleno de soviéticos y más aun siendo una de las dos únicas representantes latinoamericanas de dicho torneo. Allí, en la posición de volante creativa, jugó uno de los mejores partidos de su historia. El estadio terminó coreando "¡COLOMBIA¡ ¡COLOMBIA¡".

El 15 de octubre de 1963, Bogotá vio nacer a una mujer que dio todo por cumplir su sueño. El barrio Tunjuelito en la localidad Rafael Uribe Uribe fue el escenario en donde Myriam dio sus primeros pasos. La menor de cuatro hermanos comenzó a escribir su historia entre las calles de este humilde lugar ubicado al sur de la capital del país.

Con tan solo ocho años Myriam recibió su primera lección de vida. Después de un disgusto con uno de sus hermanos, ella le dijo una grosería. Recibió un fuerte golpe de su hermano mayor Carlos Alfonso, quien le puso a ver estrellitas por haber sido irrespetuosa. Desde entonces es muy rara la vez que ella pronuncia una grosería.

Carlos Alfonso, un futbolista amateur de gran talento, fue la primera persona que le ayudó a despertar esa pasión por el deporte más popular del mundo. Los ojos cafés de Myriam se iluminan cuando habla de él. Sus labios delgados forma un arco en su rostro robusto cuando recuerda la primera vez que su hermano la llevó a un estadio de fútbol o cuando le puso un balón en sus pies.

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Myriam estudió en el colegio Inem Santiago Pérez del barrio Tunal. Allí empezó a practicar deportes desde pequeña. Su actitud inquieta y juguetona, como sus hermanos la describen, le sacó varias canas a su madre, María Aminta, una mujer que luchó sola por sacar adelante a sus cuatro hijos.

La futbolista y su hermano Carlos Alfonso esperaban que su mamá llegara de trabajar y se acostara a dormir para escaparse y salir a jugar con sus amigos de cuadra hasta muy tarde. Estas “escapaditas” le costaron más de un castigo, pero al final no importaban pues ella solo quería disfrutar su infancia.

A sus 15 años Myriam y sus compañeras de clase realizaron el primer campeonato femenino de banquitas del colegio. Luego formaron un equipo extra colegial para participar en un torneo de fútbol de salón en el barrio. En ese campeonato se enfrentaron a mujeres totalmente diferentes a las que imaginaban; tenían como rivales a mujeres que les doblaban la edad. En ese partido Myriam sufrió una luxación de codo que la apartó por unos días del torneo. "Tenerme en la casa quieta fue el regalo del día de la madre para mi mamá en ese mayo de 1978", bromea Myriam. 

Cuando terminó el colegio Myriam había pensado estudiar odontología. Pero Elianora, su profesora de educación física la persuadió para que considerara ser deportista. Fue tanta la insistencia de la docente que Myriam se presentó a Educación Física en la Universidad Pedagógica y por supuesto pasó la prueba.

En la universidad supo que había elegido el camino correcto. En esta institución pudo explotar todas sus capacidades; hizo parte de todas las selecciones de todos los deportes en conjunto de la Pedagógica y se convirtió en una de las estudiantes más destacadas y reconocidas.

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Myriam es alta, trigueña, su cuerpo es atlético y su cabello castaño cae por sus hombros. Viste una sudadera azul y unas gafas de sol cuelgan en su cuello. Su voz es clara e imponente. Se nota que no necesita gritar. Sus gestos y su postura dejan ver que es una mujer determinada, que cumple todo lo que se propone.

"Un futbolista que se respete tiene buena flexibilidad", le dijo el director técnico de la selección de fútbol sala en la Pedagógica. Pero a ella no le llegaban las manos ni siquiera a las rodillas. El ser flexible se convirtió en su nuevo reto. Quiso demostrarle al profesor lo podía lograr. Así que durante meses trabajó en casa y alcanzó la flexibilidad esperada: llegó a poner las palmas de las manos en piso. "Esos son los futbolistas que se respetan", afirmó el profesor cuando vio lo que Myriam había logrado. Así aprendió que los sueños se logran con esfuerzo y dedicación.

Cuando cursaba tercer semestre Myriam recibió una propuesta que le cambió la vida. Su profesor de fútbol de salón Juan Carlos Gutiérrez le dijo que era posible que él y una persona más obtuvieran una beca completa de especialización en el Instituto Central de Educación Física de Moscú. Aunque su profesor no puedo viajar, Myriam llegó a Rusia para ser representante de las deportistas femeninas colombianas.

No fue recibida para pregrado, llegó de inmediato a la especialización. En este momento la travesía para ser la primera capitana de la selección de fútbol femenina de Colombia apenas comenzaba. 

La única condición para que Myriam pudiera viajar era que debía cubrir el costo del pasaporte y el tiquete de ida. El resto de los gastos serían asumidos por la embajada de la Unión Soviética y de Colombia. Su madre la apoyó desde que se enteró de la noticia; solicitó un crédito, que duró varios años en pagar, para que su hija pudiera cumplir sus sueños.

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En 1987 finalmente Myriam llegó a la Unión Soviética tras 27 largas horas de vuelo, repartidas en tres escalas. El frío era penetrante, la nieve lo llenaba todo, y un mundo totalmente de diferente resultaba desafiante. La adaptación no fue fácil, Myriam a duras penas sabía unas palabras en ruso, el lenguaje de señas fue su mejor aliado, y su único sustento emocional era la llamada que hacía cada mes a su casa, que no duraba más de un minuto, pero que era suficiente para llenarla de valor.

Al comienzo fue difícil, su aspiración era hacer la especialización en dirección técnica de fútbol, pero en la sociedad de esa época era casi que inaceptable que una mujer estudiara fútbol. Myriam tuvo un leve bajón personal y empezó a fumar, decisión que aún le pesa pues tiempo después el instituto decidició aceptarla en la especialización enfocada en fútbol. Entonces empezó un periodo de desintoxicación, todos los días salía a trotar al coliseo durante horas, con el fin de eliminar todo ese químico que aspiró mientras salía de aquella depresión.

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Myriam se convirtió en la primera mujer en toda la historia en tomar este curso. Allí también formó parte del equipo representativo de Colombia de fútbol de salón, en un torneo internacional que se realizó en el instituto de Moscú. También era la única mujer del torneo. Recuerda que hombres de diferentes nacionalidades trataban de sacarla del juego con golpes intensionados. Pero entre más golpes recibía, más humillaba al rival. El enganche, su finta favorita, dejó en más de una ocasión a sus rivales en el piso.

Después de destacarse en el ámbito futbolístico, Myriam fue llamada para representar a la universidad de Malajafco. Por aquel entonces solo tenía en mente ganar el trofeo de los juegos nacionales de la Unión Soviética. Recuerda con alegría cómo los soviéticos gritaban "¡Colombia!" en medio de aplausos y de arengas rusas cuando Myriam salía a campo. Aunque no lograron obtener el título, el subcampeonato significó más de lo esperado. Myriam Guerrero dejó una huella en el fútbol femenino al ser la primera representante del balón pie colombiano en el fútbol del exterior. A pesar de que la familia Guerreo era la única que sabía qué el nombre de Colombia estaba siendo dejado en alto por una joven que se dedicaba al fútbol en el viejo continente.

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En 1989 Myriam Guerrero regresa a casa después de haber vivido una de las experiencias más gratificantes de su vida. Ahora su objetivo era abrir camino al fútbol femenino en Bogotá. Es llamada para trabajar con el Club Deportivo Vida en la formación de menores en la localidad de Fontibón. Tras su buen desempeño, la Universidad Nacional de Colombia le ofrece un cargo como la seleccionadora del primer equipo de fútbol femenino que representaría a dicha institución.

"La convocatoria fue una locura", cuenta Myriam fijando su mirada en el vacío, penetrando el pasado difícil que tuvo que vivir para ser quien es hoy en día. La sociedad Bogotana seguía manchada por un machismo inaceptable. Para los hombres de esa época era una falta de respeto ver a mujeres jugando fútbol en las calles de la capital, el único espacio donde el fútbol femenino empezó a ser reconocido por los capitalinos.

A "la profe" - como le dicen sus allegados- aparte de ser la entrenadora, también le tocó asumir el rol de mamá y psicóloga. Eran tan fuertes y denigrantes los insultos de los hombres espectadores, que las niñas dirigidas por Myriam Guerreo llegaban desconsoladas a sus casas a llorar por el maltrato verbal del cual habían sido víctimas. “Solo sirven para tener hijos”, “deberían estar en la cocina”, son algunas de las frases que recuerda Myriam de todos los insultos que llegaron a recibir.  

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Ramiro Alfaro, el dueño del Club Deportivo Vida en el año de 1990 le propone a Myriam Guerrero que haga parte del torneo de marcas representando a su club. Este era un torneo famoso y reconocido en la cuidad de Bogotá, en donde solo participaban equipos masculinos. Myriam ve esta oportunidad como el momento clave para demostrar que el fútbol también fue hecho para las mujeres.

Fue inscrita en la nómina, pero en su primer partido recibió varios insultos y faltas por parte de los rivales, hecho que hizo meya en los dirigentes del torneo. Al siguiente día, Ramiro recibe una carta de la dirección que le exige retirar a la nueva jugadora de la nómina actual para continuar con total normalidad el torneo. Myriam tuvo que dar un paso al costado, sabiendo que ya había sembrado la semilla del fútbol femenino en Bogotá, pues esta noticia hizo eco en todos los medios locales y en las altas dirigencias del fútbol aficionado de la ciudad.

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En 1991 los dirigentes del fútbol bogotano, se contactan con Ramiro y la profe Myriam para plantearles la propuesta de formar equipos de fútbol femenino. Después de crear un cuadrangular con grupos distintos y con niñas de distintas universidades y lugares de la capital de Colombia, les proponen crear la primera selección de fútbol femenino de Bogotá que sería comandada por Ramiro desde la parte técnica, pero dirigida dentro de la cancha de juego por la capitana Myriam Guerrero. En este año la Difutbol realizó por primera vez en la historia el campeonato nacional de futbol femenino en Envigado Antioquia, siendo este el origen oficial del fútbol femenino en Colombia.

En 1994 la selección Bogotá encabezada por su capitana Myriam Guerrero en la posición de marcadora central logra el primer campeonato a nivel nacional. La euforia invadió su cuerpo, pues entre lágrimas de felicidad, la profe le daba gracias a Dios por haber conseguido el primer título de fútbol femenino, tras una lucha incansable en contra del machismo.

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Bogotá repitió campeonatos en 1995 y 1997, con tan buena suerte de que en 1997 la Difutbol acepta la invitación de jugar un suramericano de fútbol femenino en Mar de Plata Argentina, permitiéndole crear la primer selección Colombia de fútbol femenino de la historia. En este caso Juan Carlos Gutiérrez asumía el cargo como el primer entrenador de la selección y Myriam Guerrero como la primera capitana de fútbol de la historia.

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La sensación de portar la camiseta y el brazalete de capitán de la selección Colombia ha sido el momento más gratificante en la carrera de Myriam Guerrero. Si bien ya tenía la experiencia de sentirse orgullosa por representar a un país como lo vivió en Moscú, no hay hecho que se compare con cantar en un estadio repleto de argentinos, brasileños, entre otros. Lo que menos le importó a Myriam fue el resultado de la participación en el torneo, ya que su sueño era lograr una nueva mirada al fútbol en COlombia que incluyera a la mujer.

Después de su paso por la selección Colombia como jugadora, en el año 2003 se convierte en la primera entrenadora mujer de la selección Colombia femenina de la historia, poniendo a flote esa ruptura de cánones machistas que marginaban a un sector de la sociedad colombiana. Gracias a Myriam, la mujer logró tomar el puesto que debía en el fútbol colombiano, gracias a ella es que hoy en día se pueden contar las historias de las  “chicas superpoderosas” y ver los partidos de la liga profesional de fútbol femenino en Colombia. En resumidas palabras, Myriam Guerrero marcó ese gol tan anhelado por toda la afición colombiana pero a que muchos les cuesta reconocer.

*Estuidiante del Departamento de Comunicación y Cine, Universidad Jorge Tadeo Lozano.