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Es arquera, es hija de Óscar Córdoba y así fue su arduo camino para llegar a la profesional

La historia de Vanessa Córdoba está llena de experiencias que muy pocos podrían contar. Después de haber estado becada en Estados Unidos, y de probar en Italia, llega al equipo rojo con la mira puesta en la Copa Libertadores.

7 de octubre de 2017

Por Juan Pablo Vásquez

Mientras Óscar Córdoba trata de responder las preguntas que le lanzan los periodistas, agarrada de una de sus manos esta Vanessa, su hija. Ella, de tan solo seis años, mira hacia arriba y detenidamente detalla a su padre. No comprende muy bien lo que está sucediendo. No entiende aún que está presenciando los mejores años de un equipo argentino que pasaría a la historia. Y mucho menos que su papá, el que todos días la consiente y llena de besos, está siendo ovacionado por tanta gente, por un estadio entero, porque es un ídolo, un héroe.

La escena transcurre en la República Popular de la Boca, el 20 de junio de 2001. Quizá una de las fechas más emblemáticas para su máximo escenario deportivo, La Bombonera. Cuarenta y nueve mil gargantas hacen su mayor esfuerzo por no parar de alentar. El motivo, el Club Atlético Boca Juniors se acaba de coronar campeón continental por cuarta vez en su historia, por segunda vez de forma consecutiva y sus seguidores se ilusionan con repetir la hazaña del año anterior cuando vencieron, contra todo pronóstico, al poderoso Real Madrid en la Copa Intercontinental.

La ilusión está más que fundamentada y la hinchada tiene licencia para soñar. Las cámaras invaden el gramado y se puede ver como enfocan a las figuras del plantel. Entre ellas sobresalen Juan Román Riquelme, Jorge “el patrón” Bermúdez, Guillermo Barros Schelotto, y Oscar Córdoba, portero colombiano que ya completa casi cuatro años defendiendo el arco de Boca.

Este último es quien más atrae la atención de los medios. A fin de cuentas, fue Córdoba quien atajo uno de los cuatro penaltis disparados por el Cruz Azul, su rival de aquella noche. De no ser por él y su excelente actuación, el equipo no estaría festejando el título.

Este momento se convertiría en el primer recuerdo de Vanessa relacionado con el fútbol. El primero de una vida que, hoy en día, está repleta de experiencias en donde ´la pelota´ juega un rol crucial. Sin embargo, durante el transcurso de su infancia no parecía que fuese a ser así. La pasión por el fútbol se demoró en surgir y fue indispensable ir cultivándola poco a poco.

Debido a la transferencia de su papá al futbol europeo, Vanessa pasaría los siguientes años de su infancia en Turquía e Italia, países que la vieron crecer como cualquier otra niña.  Incluso, ya de regreso en Colombia y entrada en su adolescencia, se interesó por los deportes, pero en otras disciplinas. Todo pintaba que lo suyo no eran las canchas. Y mucho menos ocupar un lugar bajo los tres palos.

“Nunca vi a mi papá como el futbolista o la figura. Yo lo veía como lo que era, mi papá. Cuando yo era más pequeña teníamos un trato y era que yo lo acompañaba a sus entrenamientos y él después me llevaba a mis clases de equitación” relata la joven nacida en Cali, cuando su papá jugaba en América.

También probó con el volleyball playa. Representó al departamento de Cundinamarca en campeonatos nacionales, fue tenida en cuenta para procesos de la selección Colombia y sus posibilidades de aspirar a una beca en el extranjero eran altas, pero, a pesar de su evidente talento, la falta de apoyo y patrocinios la hacían dudar. Finalmente, fue una luxación de rótula la que la obligó a desistir y cancelar un viaje a Florida, en donde participaría en un campamento de entrenamiento al que asistirían scouts de diferentes universidades de Estados Unidos.

Los médicos le advirtieron que lo mejor era no volver a jugar. Así de fácil se deshizo su carrera como jugadora de volleyball playa. Fugazmente pasó de ser una joven promesa a enfrentar la realidad de no poder jugar más. No obstante, el destino, que casi siempre opera de forma caprichosa, le abriría una puerta que siempre tuvo cerca pero nunca contempló.

Al principio se cuestionó a sí misma, pero no logró encontrar respuesta cuando se preguntó: ¿Por qué no?  “Yo quería practicar un deporte y mi papá, que siempre ha sido muy respetuoso de mis espacios y de lo que yo quiero, un día me dijo ‘Yo no te iba a presionar, pero tocó’. Fue ahí que empezó mi proceso de enamoramiento con el fútbol y cada día me enamoro más”.

Algo estaba claro, ella sería la única responsable de escoger el sector del terreno de juego en donde le gustaría desenvolverse.

Pudo elegir ser jugadora de campo como varias de las estrellas que conoció a lo largo de su vida. Una líder de la defensa, al mejor estilo de Mario Alberto Yepes, una aguerrida mediocampista que no da una pelota por perdida, como en su momento lo fue Mauricio “el Chicho” Serna, o una intratable delantera, teniendo como referencia a Martin Palermo. Nada de esto sucedió.

Vanessa, recurriendo a esa pizca de picardía que muchas veces se necesita para asumir nuevos retos, apelando a su confianza y siendo consciente de su capacidad, tomó una gran determinación: sería arquera. La responsabilidad que descansaría sobre sus hombros sería mucho mayor que la de sus compañeras ya que un error suyo no tendría enmendadura. Además, por el simple hecho de ser ella, se exponía a estar siendo constantemente comparada con uno de los más grandes arqueros del fútbol colombiano, su papá.

Él mismo admite que, pese a estar orgulloso de su hija, siente nervios al verla ponerse los guantes. Su preocupación radica en que se exija de más por el nivel de compromiso que implica que la relacionen con él, aunque confía plenamente en sus condiciones.

“Ver a Vanessa en el arco me produce a veces estrés, a veces alegría, a veces sentimiento encontrados. Siento que ella disfruta lo que está haciendo y me alegra que haya encontrado una linda posibilidad en su vida con el deporte”, comenta el ya retirado cancerbero.

La preparación inició tan pronto se tomó la decisión. El jardín de su casa se convirtió en una mini Bombonera familiar y en cada entrenamiento rememoraba esas noches míticas de la Brandsen 805 de Buenos Aires, cuando, con Oscar Córdoba luciendo el dorsal 1, Boca maravillaba a los hinchas. La portería norte, donde detrás se ubica La 12, una de las barras más imponentes de América Latina, fue improvisada por dos palmas que servían como referencia para atajar los balones que, desde el otro extremo del jardín, le disparaba su padre.

El aprendizaje fue rápido. Vanessa se propuso sacar el mayor provecho de cada uno de sus entrenamientos y no pudo haber tenido un mejor mentor y guía durante esta etapa. Confiesa que no siempre fue fácil y que sus prácticas, en varias ocasiones, culminaban en discusiones con su papá. Él, conociendo de todo el potencial que tiene para ofrecer, trataba de inculcarle todo tipo de enseñanzas. Y ella, aun temiendo por su luxación de rótula, era muy precavida en sus movimientos y no seguía al pie de la letra las indicaciones que le daban.

“Por la lesión, me daban muchos nervios tirarme al lado izquierdo. Mi papá me llamaba la atención y yo me ponía muy brava. Eso terminaba en pelea familiar”, recuerda entre risas.

La fidelidad con la que continuó su rutina persistió hasta después de su graduación de bachillerato. En su cabeza todavía se mantenía vivo el sueño de crecer en el aspecto deportivo, por lo que adelantar sus estudios en el exterior parecía el paso a seguir.

Varias fueron las instituciones educativas que hicieron esfuerzos para tenerla entre sus filas. La puja se la llevo el New York Institute of Technology, lugar donde Vanessa daría de qué hablar en su primera temporada. Sus actuaciones en el campo junto con su buen desempeño en el aspecto académico levantaron el interés de universidades con proyectos deportivos más ambiciosos, por lo que la joven terminó mudándose a más de 700 kilómetros al este. Su nuevo hogar sería la Universidad de Ohio, institución pública que le aseguró una beca completa para finalizar sus estudios y defender el pórtico de los gatos salvajes, sobrenombre que reciben los equipos deportivos de este centro educativo.

Adaptarse no fue sencillo. Estaba próxima a completar su primer año en Nueva York cuando se le presentó este nuevo desafío. Llego a Athens (Ohio) con la fuerte convicción de que este cambio se traduciría en cosas positivas y no se equivocó. Le costó ingresar en un grupo humano compuesto exclusivamente por estadounidenses, incluyendo cuerpo técnico. Ninguna de sus compañeras tenía raíces extranjeras y encajar tomó más de lo esperado, pero no fue excusa para que, a final de temporada, ya fuera dueña de la titularidad.

“Al principio me sentía extraña. Ohio es un estado muy americano y la gran mayoría de la población es blanca. Además, el estilo de juego es muy físico y eso se ve reflejado en los mismos entrenamientos. Es una metodología muy diferente.”

Su segundo año en suelo norteamericano y su primero con la Universidad de Ohio auguraban que la mejor versión de Vanessa Córdoba estaba por venir.

La solidez y tranquilidad que transmitía desde el arco crecía con el paso de las fechas hasta que sufrió una lesión en la cadera. Después de tener un choque con una rival, no cayó al césped de la mejor forma y tuvo que salir del campo. Al poco tiempo de recibir el alta médica e intentar volver al ritmo que la caracterizó en la temporada anterior, sufrió molestias en una de sus manos. No tuvo más opción que comenzar un proceso de reposo y recuperación.

Entretanto, en Colombia se daba inició a la primera edición del torneo de fútbol profesional femenino. Clubes grandes como Santa Fe y América estaban llevando a cabo importantes inversiones, trayendo varias jugadoras de la Selección Colombia y otras del extranjero, para armar conjuntos competitivos y quedarse con el campeonato. Desde la distancia y con la impotencia que producían las insoportables ganas de jugar y no poder, Vanessa veía como transcurrían las jornadas. Las mujeres, finalmente y después de una larga lucha, gozaban de un espacio organizado y serio que les permitía competir.

Llegó el verano del 2017, periodo de vacaciones en las universidades norteamericanas, y Vanessa estaba convencida de que quería dar el salto al profesionalismo. Era el momento.

La coronación del onceno femenino de Independiente Santa Fe la motivó. Ver un estadio como El Campin completamente lleno, apoyando a un puñado de mujeres, resulto siendo un fuerte estímulo. Sobre todo, en un país en donde la desigualdad de género es un problema latente y, en muchas ocasiones, no existe espacio para comentar algo distinto al fútbol masculino.

Tuvo la fortuna de que su universidad le facilitó lo relativo a sus clases y le abrió la posibilidad de culminar sus estudios a través de plataformas virtuales. Fue así como se desvinculó del equipo, empacó maleta y abordó un vuelo transatlántico que tenía como destino final la ciudad de Milán. Allí, al norte de Italia, tendría el chance de probarse con un histórico del fútbol mundial, el Inter.

Los Nerazzurri se habían comunicado con ella y le habían informado su interés por incorporarla a la escuadra que competiría en el calcio.

“Ese mes que estuve en Italia fue lo máximo. Mi nivel mejoró y volví a sentir que era importante, tanto que me ofrecieron contrato”.

Lamentablemente, el club milanés no podía prometerle continuidad de juego por lo que el acuerdo no se concretó. De todas formas, esas cuatro semanas fueron una experiencia inolvidable. Un sueño para cualquier amante del fútbol. No solo por convivir a diario con leyendas vivientes de la talla de Giuseppe Baresi o figuras más recientes como Iván Ramiro Córdoba y Javier Zanetti, sino también por palpar, por primera vez, el profesionalismo en una institución de tan amplio recorrido. De su breve pasantía quedaron muy buenas sensaciones y una certeza de que su nombre volverá a ser mencionado en el viejo continente.

Pero, ahora, debía seguir esforzándose por la consecución de ese objetivo que se trazó al irse de Estados Unidos. En contra suyo jugaba el hecho de que la prematura Liga Águila Femenina, por motivos de logística, no tendría acción en el segundo semestre del 2017.

Los acontecimientos no pudieron disminuir su empeño por entrar en un equipo profesional, por lo que, en una suma de factores, Vanessa fue contactada por el vigente campeón de Colombia. Independiente Santa Fe tenía en mente reforzar su nómina para perseguir la Copa Libertadores, que se jugará en este mes de octubre, y estaban interesados en hacerse con sus servicios. No le costó mucho trabajo, le agradó la idea de jugar una competición internacional con el equipo más fuerte del país y ser dirigida por un emblema de la historia cardenal como lo es Agustín Julio.

Hace unas semanas se sumó a la disciplina del primer campeón y, de entrada, se preparó para enfrentar al Corinthians (Brasil), Sportivo Limpeño (Paraguay) y Deportiva ITA (Bolivia). Junto con el resto de la plantilla viajó con muchas expectativas a territorio guaraní para volar de palo a palo, ahogar gritos de gol y levantar la copa. Reviviendo así, en primera persona, esas míticas noches en La Bombonera.