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CaCasillas ha sido el encargado de levantar los trofeos en la Euro 2008, el Mundial 2010 y la Euro 2012. | Foto: BBC

FÚTBOL

Por qué España no es la mejor selección de la historia

La Eurocopa 2012 abrió el debate sobre si la selección española actual supera a otras grandes equipos del pasado como Brasil, Hungría o la misma Uruguay. ¿Cuáles son los argumentos?

Alianza BBC
4 de julio de 2012

España es un gran equipo, el mejor de la actualidad, como demostró el domingo al vencer a Italia 4-0 en la final de la Euro 2012, en una noche inolvidable para los aficionados al fútbol.
 
Tanta fue su superioridad, tan fuerte su impacto en la opinión pública, que ya se habla (como parece inevitable en esta época de encuestas a la medida) de su lugar entre las mejores selecciones de la historia: los editores de medios quieren saber si España 2012 es mejor, por ejemplo, que Brasil 1970.
 
El tema es más resbaladizo aun que la otra comparación imposible que nos ha entretenido los últimos meses, para determinar si Lionel Messi es o no es mejor que Pelé.
 
España, Brasil y el pasado
 
El primer argumento de quienes defienden la precedencia de esta España es que ha ganado tres torneos importantes en forma consecutiva, un dato interesante desde el punto de vista estadístico pero poco persuasivo para demostrar una superioridad indiscutible sobre otros grandes equipos.
 
España había sido un digno ganador de la Euro 2008, superando en cuartos de final a Italia por penales, tras un empate sin goles, y en la final a Alemania, 1-0, con un gol de Fernando Torres, que también marcó el domingo… para ser un goleador "acabado" el hombre todavía tiene bastante que dar.

Brasil, liderado por Pelé, ganó tres campeonatos mundiales en 12 años.

España también ganó con justicia el Mundial 2010, pero sin encender los ánimos: ganó en octavos a Portugal, en cuartos a Paraguay, en semis a Alemania y en la final a una Holanda trabajadora pero ordinaria… todos estos partidos con el mismo resultado: 1-0.
 
Y su trayectoria en esta Eurocopa de Polonia y Ucrania sólo alcanzó ese nivel utópico de 'Brasil 1970' en esa maravillosa última jornada en Kiev, que todos recordaremos para siempre.
 
¿Es suficiente esto para colocar a esta España junto a los gigantes de la historia del fútbol? ¿No convendría considerar, antes, que Italia jugó con 10 hombres casi todo el segundo tiempo? ¿O que el equipo llegó a la cita con los dientes apretados, superando a Portugal en los penales, tras un 0-0?
 
Brasil en México 1970, en cambio, ganó en cuartos 4-2 a Perú (el mejor Perú de la historia), en semis 3-1 a Uruguay y en la final 4-1 a una buena Italia, más experimentada y dotada que la del domingo.
 
Esa campaña de Brasil ha sido desde entonces la medida universal de la excelencia futbolística en la imaginación popular, que es la que rige este tipo de categorías que no pueden ser reglamentadas.
 
El argumento de los tres torneos consecutivos no convence ni siquiera a los estadísticos, que podrían entonces señalar el triplete de Uruguay entre 1924 y 1930 (dos títulos olímpicos y uno mundial, consecutivos, sin contar tres Sudamericanos entre 1923 y 1926), o la maravillosa progresión de Brasil entre 1958 y 1970: tres mundiales en doce años, la cosecha dorada de la generación de Pelé. (Es cierto, no fueron consecutivos, ¿pero es realmente tan importante que lo sean?) En realidad, la abundancia y frecuencia de los títulos tiene una importancia relativa a la hora de atribuir grandeza a los equipos nacionales.
 
Hungría y Holanda

Dos de los equipos universalmente más admirados no ganaron los títulos que merecían: la Hungría de Puskas cayó ante Alemania Occidental en la final del Mundial 1954, y la Holanda de Cruyff, también ante Alemania, en el Mundial 1974.
 
En fútbol, la verdadera medida de la grandeza, la única admisible, es la capacidad para inflamar la imaginación y la emoción de los aficionados a través de las generaciones.
 
Atendiendo exclusivamente a los resultados, cabe anotar que entre 1950 y 1956 Hungría ganó 46 partidos, empató seis y perdió sólo uno… 2-3, ante Alemania, esa final del mundial 1954 en Suiza.
 
Hasta el llamado "Milagro de Berna", Hungría se había paseado por el torneo: en su grupo había goleado 8-3 a la misma Alemania Occidental; en cuartos superó a Brasil 4-2; en semis, 4-2 a Uruguay.
 
Pero la gran hazaña de Hungría, que seguramente vale más que uno o dos títulos mundiales, fue su maravilloso asalto de 1953 a la poderosa Inglaterra, en su reducto de Wembley.
 
Ese 6-3 en Londres es uno de los grandes hitos de la historia del fútbol, porque puso de cabeza al juego del fútbol y a la realidad tal como se la concebía entonces, algo que Hungría confirmó al año siguiente, cuando Inglaterra devolvió la visita y encajó un 7-1 que puso fin cualquier debate.
 
Los comentaristas europeos insisten en que los húngaros de hace 60 años inventaron el "9 retrasado", función desempeñada brillantemente por Nándor Hidegkuti y que ahora ha recogido Vicente Del Bosque (siguiendo el ejemplo de Pep Guardiola), pero en Sudamérica es sabido que Adolfo Pedernera cumplía la misma función en el River Plate de los años 40.

El caso de Hungría pone sobre el tapete las verdaderas pautas de la grandeza de un equipo de fútbol, más allá de su éxito en el campo de juego: conmover estructuras, derribar mitos, proponer e imponer nuevos enfoques tácticos… y cautivar a los aficionados.
 
Lo mismo ocurrió con la Holanda de 1974, que cautivó a los aficionados de todo el mundo e instaló definitivamente al 'fútbol total' de Cruyff y sus alegres camaradas como referencia histórica.
 
El equipo nacional holandés sólo ganó una Europeo, en 1988, pero la falta de títulos no ha empañado el reconocimiento popular, que todavía recuerda con cariño a la Naranja Mecánica de 1974.
 
El requisito de la aprobación popular es el obstáculo histórico que han encontrado los grandes equipos alemanes e italianos, que a pesar de numerosos títulos no tienen muchos admiradores fuera de sus fronteras.
 
Se tiende a olvidar que la Alemania que ganó el Campeonato Europeo de 1972 y frustró a Holanda en el Mundial 1974 fue el equipo de Beckenbauer, del gran Gerd Müller, de Maier, Breitner y Netzer. Hasta pareciera que se le reprocha haber vencido a adversarios tan formidables como Hungría y Holanda en sendas finales, en vez de reconocerle el mérito.
 
Uruguay y el Río de la Plata
 
El Maracanazo, la victoria de Uruguay ante Brasil 2-1 en el último partido del Mundial 1950, también tiene los elementos para colocar a ese equipo de Obdulio Varela, Schiaffino y Ghiggia en la lista de los grandes: superó a un gran equipo en su propio reducto, un Brasil que había marcado 13 goles en sus dos partidos anteriores, 7 a Suecia y 6 a España.
 
Todavía hoy, después de todos estos años, alguien dice "Maracanazo" y todos saben de qué se está hablando, a pesar de que desde el punto de vista mediático (que en esto suele ser lo que importa), el Mundial 1950 está en la prehistoria virtual del fútbol, cuando las hazañas apenas tenían repercusión en Europa, la caja de resonancia que recoge y amplifica lo que 'vale la pena' en fútbol.
 
Durante esa 'prehistoria mediática', Uruguay y Argentina fueron los grandes dominadores del fútbol internacional, con los uruguayos imponiendo su mayor cohesión y disciplina para el juego asociado en torneos cortos, algo que requiere ese tipo de virtudes, que también tienen Alemania e Italia.
 
Pero los grandes equipos uruguayos y argentinos de los 30 y los 40 son totalmente desconocidos en Europa y por consiguiente no figuran en la memoria colectiva del aficionado internacional.
 
Desde La Naranja Mecánica de 1974 no hubo ningún equipo que concitara la admiración unánime de crítica y público: los pretendientes no cuajaron, como el Brasil de Sócrates y Falcao (1982), la Argentina de Maradona (1986), la Francia de Platini (1982-86) y la de Zidane (1998-2000).
 
Hasta la noche del domingo, claro está.

Lo que avala la grandeza de esta España no son tanto los resultados (que, ya hemos visto, fueron relativamente ajustados en su mayoría), como la introducción en la dialéctica futbolística de argumentos que los 'modernos' creían superados, la habilidad, el pase corto, una desconfianza instintiva ante la fuerza y el tamaño, el respeto por el buen gusto y el placer antes que el dolor.
 
Que el fútbol de España es más ballet que batalla campal, que rema contra la corriente de embrutecimiento paulatino de la práctica del fútbol, y esto, por sí mismo, crea una nueva corriente.
 
Aunque esta corriente se agote en algún recodo, la memoria colectiva del público la recordará y agradecerá durante mucho tiempo.