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PURA MAQUINA

Desde hace mucho tiempo, el récord de la hora no lo baten los hombres sino las bicicletas.

3 de octubre de 1994

S[N DUDA ALGUNA LA MAYORIA DE los periodistas deportivos en el mundo recibieron la noticia al mismo tiempo: unos minutos más de las tres de la tarde del pasado viernes 2 de septiembre en Francia. Para algunos se trataba de la mayor hazaña en la historia del ciclismo, y para otros, era simplemente la nueva marca del récord mundial de la hora, pues al fin y al cabo ese registro, que tuvo en su poder el belga Eddy Merckx por más de una década y que después ostentó el italiano Francesco Moser por cerca de nueve años, ha sido superado en tres ocasiones durante los últimos 12 meses.

Romper el récord de la hora, como lo hizo el ciclista español Miguel Induráin el pasado viernes 2 de septiembre en el velódromo de Burdeos, ya no es para muchos una novedad en el mundo deportivo. Y, no lo es por la sencilla razón de que algunos especialistas en el tema dicen que ya no es el ciclista sino la ingeniería la que bate la marca. Para comprobar esta afirmación no hay sino que recordar la historia de ésta, la prueba más codiciada del mundo ciclístico.

Desde los años 60 llegar a los 50 kilómetros por hora en esta competencia era más que una obsesión. Uno y otro ciclista lo intentaba, algunos lograban sobrepasar la marca anterior de la hora, pero ninguno llegaba a los ansiados 50 kilómetros. De repente, en 1972, apareció en escena el mejor pedalista de todos los tiempos, el belga Eddy Merckx. Su única intención era quedarse con el récord y sobrepasar la marca con la que todos soñaban. Merckx corrió, y acabó con el registro de Ole Ritter (48,656 kilómetros), pero le faltaron sólo 569 metros para llegar a los codiciados 50 kilómetros. Para los aficionados ya nadie sería capaz de levantar esta marca. La figura mítica de Merckx había quedado registrada en la historia del récord mundial de la hora, y ningún otro ciclista, por bueno que fuera sería capaz de sobreponerse a lo que el belga había hecho.

Pero más allá de todas las advertencias de las 'vacas sagradas' del ciclismo, en 1984 apareció un deportista dispuesto a acabar con el mito que Merckx había dejado en esta prueba: el italiano Francesco Moser. El 4 de enero de ese año el pedalista italiano llegó en un vuelo de Alitalia a Ciudad de México, cargado de un equipaje en el que además de sus piernas venía con el secreto que lo conduciría a registrar su nombre dentro de los ciclistas que han logrado quedarse con el récord de la hora: un nuevo y revolucionario método de entrenamiento. Este se centraba en un estricto monitoreo del ritmo cardíaco para incrementar la resistencia muscular y evitar los calambres. Además, Moser también tenía una banda plástica que estaba pegada a la llanta para reducir la fricción, y finalmente poseía otro as bajo la manga: la llanta lenticular, aquel disco -que hoy en día es tan familar y se ve hasta en las ciclovías- que sustituye los radios de las llantas para disminuir la resistencia al viento.

Con el entrenamiento científico, la rueda y la banda plástica, Moser, además de ganar tres veces seguidas la carrera París-Burdeos, logró recorrer en una hora 50,808 kilómetros el 19 de enero de 1984. Y Merckx cuando oyó las noticias en Bélgica quedó atónito. Según él, el italiano no tenía derecho a romper el récord sino con una bicicleta estándar como la que él había usado 12 años atrás. "La marca de Moser no tiene ninguna validez -dijo Merckx en ese entonces-. A mí me superó una máquina y no un hombre".

Las palabras de Merckx causaron revuelo en toda la comunidad ciclística internacional. Algunos estaban de acuerdo con el belga, pero había quienes afirmaban que si todos los implementos del ciclismo deberían ser iguales para romper la marca de la hora, por qué Merckx no había manejado la bicicleta con llantas sólidas de goma con la que Henri Desgrange había conseguido por primera vez el récord en 1893 con una distancia de 35,325 kilómetros. Aunque la polémica no paró nunca y cada día salían a la luz pública nuevos argumentos para atacar o defender a Merckx, todos aceptaron que Moser lo había impuesto con un nuevo equipos que revolucionó el mundo de las carreras: cascos que reducían la fricción; pedales sin calapiés para transferir mejor la fuerza producida por las piernas; titanio para reducir el peso de la bicicleta, y un timón extendido para permitir que el ciclista vaya en una posición mucho más aerodinámica.

El récord de Moser se mantuvo hasta que a mediados del año pasado Graeme Obree, un ciclista desempleado de Escocia, construyó una bicicleta con un timón estrecho y recto usando algunas partes de la lavadora de ropa de la familia. Para manejarla, Obree tomó con las manos las puntas del timón, se inclinó hacia adelante y descansó sus hombros sobre la parte superior de sus manos. Esta posición fué bautizada en el mundo ciclístico como la posición huevo. Obree se lanzó a la pista de la ciudad de Hamar de Noruega con una ventaja a su favor, cada pedalazo lo desplazaba 9.25 metros, y en julio de 1993 rompió el registro de Moser por 445 metros. Pero seis días más tarde, en la pista de Bordeus, el inglés Chris Boardman acabó con la marca de Obree por 674 metros.

Cuando Moser se enteró de los nuevos registros no pudo aguantarse las ganas de buscar nuevamente el récord. Aunque tenía 43 años y desde hacía seis no competía, el italiano viajó a comienzos de este año a Ciudad de México acompañado de los mismos médicos de 1984 y con un prototipo de la bicicleta inventada por Obree. Para ese tiempo, la polémica entorno de si era el ciclista o la ingeniería la que rompía la marca de la hora, era cosa del pasado. Lo importante era saber si Moser podía ingresar otra vez al registro histórico. El italiano lo intentó, y aunque recorrió 51,840 kilómetros, 244 metros más que Obree, le faltaron 430 metros para superar el registro de Boardman.

Ese intento de Moser no hubiera quedado registrado en la memoria de los aficionados si no es por lo que pasó horas después. Vani Sala, un joven italiano de 25 años, que estaba dentro de la delegación que acompañó a Moser a Ciudad de México, y que corre sólo por afición todos los fines de semana, se sentó en la bicicleta de Moser y en una hora recorrió 50,205 kilómetros: el octavo mejor registro en la historia. Este hecho encendió nuevamente el debate y para muchos comprobó que lo que Merckx había dicho en 1984 era totalmente cierto. A nadie le cabe en la cabeza que un ciclista aficionado logre semejante tiempo.

Quizá fue esta marca del joven Sala lo que hizo que el nuevo registro impuesto por Obree el pasado 28 de abril, pasara casi inadvertido. Los 52.713 kilómetros logrados por Obree, no fueron registrados con importancia en el ambiente ciclístico internacional. El récord de la hora había perdido protagonismo. Y fue precisamente por esto, que cuando no habían pasado ni dos horas desde que Induráin consiguió batir la marca (53,040 kilómetros), la polémica en torno de si eran las máquinas y no los hombres los que rompían la marca, se armó de nuevo.

Aunque el campeón español no pudo utilizar una bicicleta con tantas ventajas como la de Obree, porque la Unión Ciclista Internacional (UCI) la prohibió, Induráin contó con muchas más ventajas tecnológicas que Merckx y Moser en su tiempo. Su máquina, creada por la fábrica italiana Pinarello, pesa sólo 6.5 kilogramos y tiene una presión aerodinámica de 0,54, la mayor conseguida hasta ahora. Para los técnicos del español, no hay nadie que pueda sentarse en esa bicicleta y hacer el registro que hizo Induráin, pero lo que muchos no entienden es por qué no dejan que otro ciclista compita con esa misma máquina para ver qué distancia recorre. Por lo pronto, el récord está en manos del mejor ciclista que hay en la actualidad en el mundo. La pregunta que hoy se hacen los expertos es: ¿por cuánto tiempo lo mantendrá?.-