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A romper el hechizo

El reto de España es acabar con su vieja tradición de decepcionar. Por Santiago Segurola

4 de junio de 2010

 
Hay dos maneras de alcanzar la condición de favorito en el fútbol: por historia o por los resultados más recientes. La primera es la mejor. Cuando se habla del Mundial, los pronósticos siempre apuntan a los clásicos. Cualquiera que sea su estado, nadie olvida a Brasil, Alemania, Argentina, Italia y Francia. Entre ellos han disputado todas las finales desde 1982, que si no es la noche de los tiempos,lo parece.

España pertenece a la segunda categoría de favoritos. En cada Mundial suele aparecer un equipo avalado por sus recientes éxitos, hasta que se impone la historia y aparecen los de siempre. A España, que ha ganado 44 de los 48 últimos partidos que ha disputado, con una sola derrota, le ha correspondido el papel de líder entre guerras, el periodo que se establece entre los mundiales. Tiene, por tanto, un prestigio reciente que merece observarse.

La tradición no favorece a selecciones como la española. Nunca ha logrado situarse en el primer escalón del fútbol, a pesar del enorme peso de sus equipos en el concierto internacional. El país del Real Madrid y el Barça ha decepcionado más que ningún otro en los mundiales. Hace 60 años que no atraviesa la divisoria de los cuartos de final. Cuando los analistas se refieren a España, sus comentarios son generalmente desdeñosos: el equipo que siempre fracasa.

Las razones resultan misteriosas, pero no están alejadas de la falta de un discurso coherente en el fútbol español.Nada suele funcionar desde la indefinición. Las viejas potencias han construido sus éxitos a través de un sólido relato. Con todas las variantes que se quieran, Brasil, Italia y Alemania tienden a parecerse a sí mismas. Son reconocibles en sus virtudes más básicas. Nadie sabe cuáles han sido las virtudes del fútbol español. Por ahí se explica la mayoría de sus fracasos.

La actual edición de España ha roto con su pasado. Es el resultado del paciente cambio que comenzó a producirse hace 20 años, con la irrupción del célebre Barça de Johan Cruyff. Aquel equipo significó la exaltación del método, de un modelo casi contracultural para los tiempos que corrían. Su poética proclamación transformó la historia del Barcelona y del fútbol español, ahora representado por unos jugadores que defienden con fervor un estilo singular, reconocible en todo el mundo, elegante y eficaz al mismo tiempo. España, por fin, tiene un discurso.

La victoria en la Eurocopa 2008 ha cambiado la percepción general sobre España, pero mucho más importante es el aprecio interno. El aficionado medio se siente feliz y confiado con su equipo. Es el orgullo de quien se siente respetado, de quien asoma como referente en el mundo, novedad que la gente atribuye a la nueva convicción que preside el juego español. Aquí reside la razón que invita a la esperanza.

España se asume como favorita porque tiene algo sustancial que decir y
porque cuenta con los jugadores perfectos para desempeñarse: Xavi, Iniesta, Cesc, Casillas, Torres, Villa y Piqué figuran entre los mejores futbolistas del mundo. Todos están en la cima de su trayectoria y todos han atravesado por los grandes desafíos competitivos, tanto en sus equipos como en la selección nacional.

Su camino no será sencillo. Nunca lo es en la Copa del Mundo. En su grupo se medirá con selecciones de poco calado histórico. Honduras y Suiza nunca han sido potencias planetarias. Chile, tampoco, aunque su edición actual es particularmente atractiva. Dirigido por Marcelo Bielsa, el equipo chileno es una rareza por su vocación ofensiva y por el febril espíritu de sus jugadores. Su duelo con España será intenso, frenético, el perfecto preludio para lo que se supone la segunda parte de la aventura en el Mundial, los octavos de final y quizá Brasil en el horizonte. Palabras mayores: el favorito por tradición frente al admirable aspirante.