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El 'Maestrico', Alfonso Cañón. | Foto: Tomada del libro 'Santa Fe 60 años. 1941 - 2001'

ARENGA

Ser un grande sin ser campeón

Sabemos que nunca nos van a regalar nada, que lo fácil es para los mediocres, que el hábito hace la virtud pero que lo habitual le quita sentido, y que solo la perseverancia y la abnegación hacen grande a un grande.

Andrés Alba Escamilla
15 de julio de 2012

Los hinchas, los auténticos hinchas, ¿nacen o se hacen? Esta claro que ser hincha no es una condición humana, y que todo lo que somos es lo que aprendemos a lo largo de nuestra vida, en la casa, en la escuela, en el trabajo, en la sociedad.
 
Entonces no hay duda, los hinchas se hacen. Porque siempre hay alguien durante la formación de la persona que lo guía y lo introduce en un sistema de creencias sobre la sociedad.
 
Es cuestión de la formación individual y colectiva entonces que seamos católicos o protestantes, que nuestro acento sea costeño o cachaco, que escojamos una pareja con determinadas características e incluso que tengamos la profesión que hemos elegido. Al final, todo es producto de un paradigma mental que nos hemos forjado.
 
Sin embargo, más allá del determinismo de la vida, dentro del imaginario del libre albedrío y la institución moderna de la libertad, podemos cambiar de religión (o simplemente dejarla) en un choque metafísico con nosotros mismos, o igual, podemos reemplazar una pareja, aprender otros idiomas, adaptar las formas de hablar y retomar alguna otra profesión. Pero ser hincha...
 
El proceso es simple. Los que llevan el fútbol a una dimensión tan minimalista que lo asocian únicamente con el triunfo, como los consumidores y productores en un sistema de mercado, se hacen del lado del ganador. Así se hace un hincha.
 
Entonces, con ellos, puede pasar lo mismo que ocurre en otros escenario de la vida. Se asume, se siente, se piensa, se razona, se reflexiona, se concluye y al final se deja o se cambia. Eso pasa con ellos, los hinchas que se hacen. Otros, en un acto inmaduro de enorme sensatez, asumen su condición, razonan para saber que no tiene sentido razonar, deciden no decidir y concluyen que la abnegación por algo tan trivial puede ser una razón de vivir. Esos son los auténticos.
 
Los auténticos no viven de apariencias. Su función es una entrega incondicional que no es posible valorar en medida ni mucho menos medir en valores. Es por eso que a los auténticos no les importa ser campeón. Los auténticos no razonan. De ahí su grandeza. Es por eso que se antoja difícil pensar que los hinchas auténticos se hacen.
 
Santa Fe es un grande, de eso no cabe la menor duda. Es un grande porque la historia le confirió el destino de ser el ‘primus inter pares’ que en realidad no son tan pares. Porque sus colores fueron ungidos en las calles de la capital, y su escudo bautizado con el nombre la ciudad. Porque si se trata de hacer cuantitativa la disputa también sobresale. Porque sobre todas las cosas, su gente se niega a razonar. Y porque además, es un grande sin ser campeón.
 
Qué difícil es cargar en la espalda el rótulo del primero de los primeros, de su mismísimo nombre (Santa Fe) y el de la ciudad, sin poder a la vez ratificarlo con los títulos, que al final son solo eso, títulos. Que difícil es esa condición mientras en frente, como producto de la misma sociedad malvada, los demás elementos de la competición se jactan de su superioridad pragmática. Que difícil, difícil pero satisfactorio. Una dulce condena.
 
Sabemos que nunca nos van a regalar nada, que lo fácil es para los mediocres, que el hábito hace la virtud pero que lo habitual le quita sentido, y que solo la perseverancia y la abnegación hacen grande a un grande.
 
Hoy, después de 37 años, podemos gritar campeón, y lo mejor, lo somos. Y si no pudieramos, qué importa, si al final, cuando amanezca, todo volverá a ser como antes, si al final, somos grandes y la victoria nunca será una condición para sentirlo. Entonces no hay duda, los hinchas se hacen, los de Santa Fe, nacen.