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SUPERHOMBRE A LOS 18

El joven Boris Besker repite en Wimbledon y confirma su condición de primer héroe alemán contemporáneo

11 de agosto de 1986

Cuando hace un año, las 15 mil personas que asistieron a la gramilla de Wimbledon fueron testigas del sorpresivo triunfo de un muchachito mono y pecoso, con cara de bebé y un nombre que días antes estaba escondido en el más profundo anonimato, los más avezados comentaristas del tenis mundial creyeron que la gloria alcanzada ese día por el alemán Boris Becker, de 17 años para ese entonces, sería pasajera. A pesar de haber sido el ganador más joven en los 108 años de historia del torneo y de ser el primer no preclasificado que se quedaba con la copa, las explicaciones de los especialistas no se hicieron esperar: nadie negaba que se trataba de un muy buen jugador, pero todos justificaban su victoria diciendo que no se había enfrentado a ninguno de los grandes de verdad, ya que su oponente en la final, el surafricano nacionalizado en Estados Unidos, Kevin Curren, había sido el encargado de dejar por el camino a los dos favoritos: John McEnroe y Jimmy Connors.
Pero el domingo 6 de este mes, cuando Becker ratificó su clase ni más ni menos que sobre el número uno del ranking mundial, el checo nacionalizado americano Ivan Lendl, de 26 años, a quien venció sin problemas, 6-4, 6-3, 7-5, los comentaristas debieron rascarse la cabeza y reconocer que estaban ante un fenómeno, un nuevo rey del Wimbledon, que no sólo habia demostrado un extraordinario dominio de las particularidades del tenis sobre césped, sino que con su mezcla de espontaneidad infantil y profesionalismo maduro, había conquistado el corazon de millones de televidentes en todo el mundo que habían seguido minuto a minuto el trascendental encuentro.

Con un poderoso servicio, un inteligente y hábil juego en la net y la capacidad para resolver en forma espectacular incluso cuando una bola de Lendl pegó en el borde de la malla y cambió de rumbo obligando a Becker a levantarse del suelo, rescatarla y ganar el punto, el joven alemán demostró que su nombre ya no podría quedarse por fuera de los anales de la historia del tenis y que, como algunos pocos alcanzaron a sospecharlo cuando ganó el torneo del 85, el mundo tenistico estaba asistiendo al surgimiento de un nuevo fenómeno.

LAS DUDAS
Claro que las dudas que habían surgido sobre la posibilidad de que Becker retuviera el título en Wimbledon este año estaban justificadas. En primer lugar, incluso para un experimentado jugador que ya se hubiera consagrado, repetir un triunfo en Wimbledon no era cosa fácil. La forma suicida como se desarrolla este tipo de torneos, donde el que pierde sale y punto, hace muy difícil garantizar que tal o cual ganará, aunque esté jugando como el mejor.

Pero aparte de estas dudas más bien generales, existían algunas específicas en el caso de Becker. La primera de ellas era él mismo. Su vida había cambiado tanto en el último año y en una forma tan brusca, que parecía casi imposible sobreponerse a esa transformación. De un joven tenista con futuro, Becker pasó de la noche a la mañana a convertirse en figura mundial y gran ídolo de los alemanes. Y es bien sabido que la palabra "idolo" tiene para los alemanes una connotación mucho más significativa que para el resto de los mortales.

Para empezar, se puede decir que Becker es el primer héroe alemán que urge en varias décadas. Es evidente que la Segunda Guerra Mundial no sólo no les dejó héroes, sino que a cambio, las nuevas generaciones heredaron un complejo de culpa que se convirtió en pesado fardo que muchos alemanes aún no han podido descargar. Becker fue desde un principio consciente de esto: "Los alemanes estaban esperando a alguien-dijo a principios de este año cuando ya se hablaba de "Beckermanía"-, estaban buscando un nuevo héroe y ahora pueden decir: "Somos alemanes de la tierra de Boris Becker". Ese es mi logro".

La madurez de estas declaraciones tranquilizó a muchos, que pudieron decir que su fama no lo había enloquecido. Sin embargo, la presión ejercida sobre el ídolo por sus compatriotas era demasiado grande.
Según la revista Time, sus raquetas de 100 dólares llegaron a ser subastadas en más de 18 mil. El joven tenista recibió más de 60 mil cartas de alemanes occidentales y orientales, jóvenes y viejos. Incluso, una reciente encuesta demostró que la recordación de su nombre entre los alemanes era del 98.1 No, apenas superada por la del nombre Volkswagen.

Como si lo anterior fuera poco, la atracción que ejerce sobre sus compatriotas se ve acrecentada por su juventud, en un país donde los héroes de la literatura y de las artes, como el "Werther" de Goethe o el "Sigfrido" de Wagner, se caracterizaron siempre por su corta edad.

Por fortuna para él, el unanimismo de su hinchada no es total. Algunos alemanes, particularmente ciertos jóvenes de las grandes ciudades, tratan de conservar las distancias frente a la imagen del boy-scout que han querido proyectar los medios de comunicación. Entre los argumentos que mencionan, el más común es el que se refiere a la forma como el tenista ha organizado su vida, estableciendo su residencia legal en el paraiso fiscal de Montecarlo, donde los cerca de 4 millones de dólares que gano el año pasado se encuentran a salvo, y a donde seguramente irán a parar los 20 millones que se calcula ganará en los próximos 12 meses.

Pero sea como sea, la inmensa mayoría aplaude sin reticencias a Becker y le agradece que les haga olvidar de vez en cuando los recuerdos de la guerra y la angustia de los misiles sembrados a lado y lado de la frontera que divide las dos Alemanias. Por todo eso, el gran éxito del "bebéraqueta" el domingo 6 en el césped de Wimbledon no fue sólo el de vencer a Lendl, sino el de derrotar a su propio fantasma, el fantasma de una estrella que por brillar demasiado hubiera podido consumirse muy pronto. --