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Una lección negra para Colombia

Javier A. Borda Díaz
16 de junio de 2006

Corrían esos negritos –negritos de cariño, por supuesto- mostrando valor y enjundia. Eran los de Trinidad y Tobago en el Mundial ante el subcampeón de la Copa de 1958, Suecia. Y lo hacían bien, hasta el punto que una derrota se podía aceptar por su coraje. Finalmente, empataron cero a cero en el debut y perdieron ante Inglaterra 0-2, pero dejaron para Colombia, como para el planeta entero, una tarea: imitarlos.

Sí, no es un chiste. Hay que imitarlos. Trinidad y Tobago es un equipo pobre, como la mayoría de su continente, sus jugadores son malos en el fútbol –ninguno destella-, pero eso no significa que haya desdoro en sus rostros.

Trinidad y Tobago mostró contra Suecia en el primer partido que jugó en el Mundial que el principio innato de lucha sigue vigente en el fútbol. Ellos no van a ser campeones, ni semifinalistas de la Copa del Mundo e incluso sería admisible que fueran eliminados en primera ronda –todavía pueden pasar si vencen a Paraguay e Inglaterra derrota a Suecia en la última fecha del grupo B- y aún así son ganadores por dos partidos, en los que ni siquiera anotaron un gol.

Cuando no hay talento, se debe hacer superlativo el trabajo. Se necesitan peones para construir imperios. Y ellos, los negritos que uno veía de antemano como los más débiles del grupo B, consiguieron la proeza en una reyerta que para muchos ya estaba perdida.

Suecia, en cambio, quedó absorta. Ni siquiera con un jugador más durante casi un tiempo (Avery John fue expulsado) pudo lograr ventaja. Los negritos corrieron desenfrenadamente y a ultranza lograron la hazaña. Produjeron la vergüenza para su contrario europeo, que les lleva años luz en mecanismos y sedes de preparación de deportistas.

Con Inglaterra sucedió algo similar. Sólo el equipo de Cole, Lampard, Beckham, Gerrard y Owen –entre otras estrellas- pudo evidenciar su supremacía en los últimos minutos. Trinidad y Tobago perdió 0-2 y qué con eso. Otros han tenido más y han hecho mucho menos.

Pero no es eso exclusivamente. Los negritos –de cariño, repito- dejaron una lección para Colombia, que no está en el Mundial por una incapacidad indignante. Los jugadores de Trinidad y Tobago corrieron y nuestra Selección, que también siempre contó con sus negritos en la cancha, muchas veces evidenció sus defectos en la eliminatoria con una parsimonia exasperante.

El tiempo de la Colombia enérgica –la que nos gusta- murió con el paso del tiempo, como si fuera biológica. Teníamos “jugadores negros que parecían dormidos y de pronto corrían cien metros en tiempo récord”, como dice Juan Villoro en su libro Dios es redondo. Ahora ellos sólo se rememoran como un buen pasado.

El problema, claro está, no es exclusivo de los negritos de nuestro país. También de los blancos. Y de una personalidad y una coyuntura que se acostumbró a estar en las raíces colombianas de todos los colores. Nosotros aquejamos nuestra ausencia en el Mundial, pero sin denuedo es utópica la hazaña, la victoria.

En Colombia hay talento y se desperdicia. Leo Beenhakker, ex entrenador de Holanda, Arabia Saudita, Ajax, Zaragoza, Real Madrid, América de México, Feyenoord, Vitesse, Al Ittihad, entre otros, sí lo ha aprovechado en un grupo de jugadores trinitenses donde se reconocen pocos a primera vista. Si acaso Dwight Yorke, campeón con Manchester United de la Champions League de 1999.

A Colombia, como a muchos otros equipos del mundo, entre ellos Paraguay, le hace falta lo que tienen los negritos de Trinidad y Tobago. Y eso que cuenta con futbolistas de mayor identificación. Carece de más lucha. Extraña el deseo de victoria. Le falta pena por la derrota. Y cariño por un país representado en una camiseta. Ellos en Centroamérica pueden celebrar, a pesar de que no ganaron. Al menos, tienen el derecho de estar tranquilos. No como nosotros, que al menos quisiéramos perder como ellos pierden… Y ganar así, naturalmente.