Home

Economía

Artículo

8%

A pesar del escándalo de la para-política, la economía va como un cañón. ¿Durará?

23 de junio de 2007

Haga el siguiente experimento: busque la próxima edición de la revista The Economist. Vaya a la última página. Mire la tabla de mercados emergentes. Quite de la lista los que están saliendo de una crisis económica, como Letonia, Estonia y Eslovaquia, y retire a Venezuela, que debe su auge a la exportación de crudo. Lo que encontrará quizá le sorprenda. Después de China e India, Colombia es el país que más está creciendo en el mundo.

Así lo revela el último dato que publicó el Dane el viernes pasado. Según el organismo estadístico, el Producto Interno Bruto de Colombia creció un 8,09 por ciento durante el primer trimestre de 2007. Esa cifra no se había visto nunca en la historia del país para un comienzo de año. Este período suele ser siempre el más lento y perezoso de todo el calendario, debido a que acaban de pasar las festividades de Navidad y la gente no tiene plata.

Por eso semejante arranque generó una oleada de optimismo en el país. A los minutos de conocerse la noticia, todos los analistas nacionales e internacionales empezaron a revisar hacia arriba sus previsiones económicas para el año completo 2007. Algunos elevaron sus estimaciones hasta el 6,6 por ciento, otros hasta el 7 por ciento, y no faltó el optimista que habló de un PIB para 2007 de más del 9 por ciento.

Tan alta es la cifra que divulgó el Dane el viernes pasado, que supera los crecimientos en lo que va de 2007 de países como Singapur, Hong Kong, Chile, Malasia, Indonesia y Suráfrica. Todavía más: significa que la economía de Colombia está marchando 15 veces más rápido que la mayor economía del mundo, Estados Unidos, que registró un tímido 0,6 por ciento en los tres primeros meses de este año.

La verdad es que Colombia vive un boom económico como no se había visto hace muchos años. Y lo más llamativo es que se da en medio de un panorama que, en apariencia, ofrece grandes dificultades: escándalos de la para-política, negativas de las Farc a liberar a los secuestrados, acusaciones sobre derechos humanos, nubarrones en las relaciones internacionales y confesiones de los narcos más pesados. Otra vez, como en la época en que Fabio Echeverri dirigía la Andi en los 80, se podría decir que la economía va bien y el país no tan bien.

Pero en materia económica, lo único que importa son los resultados. Y todos, o casi todos, son muy positivos: los colombianos están consumiendo, viajando, invirtiendo, comprando y hasta ahorrando como nunca antes. El resultado se debe a una doble combinación: vientos externos muy favorables y cambios internos en la sicología colectiva: confianza en el país, percepción de más seguridad, clima de negocios saludable y crédito barato.

La euforia no es sólo local. La inversión extranjera directa sigue llegando a chorros y en los cuatro primeros meses del año alcanzó los 3.717 millones de dólares, tres veces más que en el mismo período del año anterior. Las principales agencias calificadoras de riesgo, como Standard & Poors y Fitch, acaban de revisar al alza sus notas para la deuda de Colombia, por considerar que el crecimiento de la economía es sólido y que hay buen manejo de la deuda pública. Publicaciones tan prestigiosas como Business Week y The Economist han reconocido en las últimas semanas el excelente momento para invertir en Colombia. Y hasta el ‘coco’ de las economías emergentes, el Fondo Monetario Internacional, dijo en su última visita al país el 22 de mayo pasado, que Colombia tiene “una economía fuerte, genera confianza y refleja una gran disciplina fiscal”.

A toda marcha

Las señales de prosperidad y optimismo están por todas partes. Prueba fehaciente de ello es el gran número de colombianos que están invirtiendo en la Bolsa de Valores de Colombia. El año pasado, más de 36.000 personas compraron acciones de forma directa y hoy un total de 53.000 ciudadanos están transando papeles por un monto superior a los 12 billones de pesos. El último botón para la muestra fue la tremenda acogida que tuvieron los procesos de colocación de acciones de Isagén y Grupo Aval. La demanda por estos papeles fue tan alta, que en el caso de Isagén los formularios de solicitud se agotaron a los dos días de abierta la venta al público. Muchos se quedaron con las ganas de comprar acciones.

A otros niveles también hay una explosión de demanda y de precios. Hace apenas unas semanas unas 400 personas pagaron 553.000 pesos por una boleta para ir a ver al violinista Yo-Yo Ma en el Teatro Colón. Esas entradas –las más costosas de todas– estaban agotadas una semana antes del evento. Ni hablar de la cantidad de carros que están comprando los colombianos. Según el Comité Automotor, entre enero y mayo de este año se vendió un total de 102.300 vehículos nuevos, una cifra récord.

La fiebre consumista tiene trabajando a los empresarios a todo vapor. Según el Dane, la actividad industrial aumentó un 15 por ciento en el primer trimestre de 2007. Se trata del crecimiento manufacturero más alto en todo el mundo, después de China. De ahí que la utilización de la capacidad instalada del país está por encima del 80 por ciento y que los pedidos sean altos o más de lo normal para el 90 por ciento de los industriales, según la encuesta de Opinión Industrial de la Andi.

Actualmente, por ejemplo, Bavaria está trabajando al 95 por ciento de su capacidad; Cemex al 90 por ciento; las fábricas de electrodomésticos Mabe y Challenger, por encima del 85 ciento; las ensambladoras de carros no se apagan ni de noche y las siderúrgicas están a punto de reventar. Según la Andi, el 70 por ciento de las empresas ha realizado ampliaciones de su planta en los últimos seis meses para poder producir más.

Ampliar esa capacidad instalada está demandando grandes importaciones de bienes de capital, como maquinaria y equipo. Eso explica en buena medida el aumento en las importaciones del país. Un fenómeno que en lugar de ser malo, es muy bueno para el crecimiento futuro. Si las empresas están trayendo más maquinaria y equipo, significa que están modernizando sus plantas o que tienen planes de ensanchamiento. En lo que va corrido del año, la formación bruta de capital en maquinaria crece al 26 por ciento, una cifra excepcional en el mundo.

Si por el lado de los industriales las cosas van bien, ni qué decir por el de los constructores. Tras un aumento del 28 por ciento en el primer trimestre del año, las cifras del sector constructor también son buenas: el desembolso del crédito hipotecario está creciendo al 81 por ciento; las edificaciones al 20 por ciento; las obras civiles, al 40 por ciento; la vivienda de interés social por encima del 30 por ciento, y la cartera hipotecaria ha mejorado su calidad y hoy la porción morosa como parte del total es de apenas el 4 por ciento. El negocio en este sector volvió a ser tan rentable, que entre 2005 y 2006 se crearon 180 nuevas compañías constructoras, de acuerdo con la Superintendencia de Sociedades. Sólo Camacol, el gremio que reúne la mayoría de constructores del país, creció sus afiliados de 700 a 900 en los últimos dos años.

La fiesta que hay en todos los sectores –comercio, industria y construcción– refleja el optimismo del empresariado colombiano. De hecho, dos de cada tres encuestados por la Andi califican la situación actual de su empresa como buena. Lo más notable es que aunque la mayoría ya considera la situación actual como favorable, la percepción es que en el futuro inmediato las cosas pueden ser todavía mejores. Y eso, a pesar del dolor de cabeza de muchos: la caída del dólar.

El problema con la reciente revaluación del peso es que no es producto de la mayor competitividad del país. La tendencia a la baja del dólar obedece a factores externos como la devaluación global de la moneda gringa. Entre el primero de enero de 2003 y mayo de 2007, la tasa de cambio nominal en Colombia disminuyó un 34 por ciento. En Brasil la revaluación durante ese período fue de 44 por ciento; en Chile, de 28 por ciento, y en Perú, de 10 por ciento.

El aumento más acelerado en Colombia que en otros países obedece a otra serie de factores externos: el crecimiento de las remesas, la monetización de dólares por cuenta de las ventas de empresas como Bavaria y Coltabaco y la llegada de capitales golondrina en busca de altos retornos. No corresponde, de ninguna manera, a una mejora en la capacidad productiva del país. El efecto más perverso de eso es que cuando una revaluación no viene acompañada de mayor eficiencia, se termina erosionando buena parte del tejido productivo del país.

No es casualidad que lo único que no cuadre en la fotografía del PIB trimestral sea el dato del empleo. Si la economía va rápido y boyante, nadie entiende por qué el empleo no reacciona igual y la desocupación sigue en un nivel de dos dígitos. Una explicación puede ser el mayor costo de la mano de obra. Mientras el costo de capital ha disminuido de manera significativa como resultado de la revaluación y de las exenciones tributarias, el costo de la mano de obra se ha incrementado como consecuencia de las mayores contribuciones a la seguridad social y a los impuestos a la nómina. Para una empresa es mejor tener una máquina de tintos y gaseosas, que una señora que sirva tales cosas. A la primera, no tiene que pagarle nada. A la segunda, en cambio, debe consignarle prestaciones equivalentes al 55 por ciento de su salario.

¿Recalentamiento?

Además de la prolongada caída en la tasa de cambio, hay otro factor que empieza a inquietar a los economistas: la demanda está creciendo más rápidamente que la oferta. Por eso hay escasez de comida, de materia prima, de herramientas y equipo, de profesionales y técnicos. Por eso los costos de las empresas han aumentado y los precios de los productos y los alimentos han empezado a subir. En el mes de mayo, la inflación fue de 6,2 por ciento, muy por encima de la meta establecida por el Banco de la República para todo 2007 (4,5 por ciento).

Para bajarle la temperatura a la economía, el Banco de la República ha venido subiendo gradualmente sus tasas de interés. Hoy se sitúan al 9 por ciento. El nivel ya es elevado y es posible que dentro de poco empiece a tener efectos fuertes sobre las tasas de interés reales, que son con las que el público hace las compras.

De hecho, esos coletazos ya se están empezando a sentir. Las ventas de las grandes superficies, como Éxito y Carrefour, se han mantenido estancadas en los meses de abril y mayo. No están cayendo, pero tampoco están creciendo.

El tema de los aumentos de interés es un factor de preocupación para todo el mundo. Y la razón es que si al Banco de la República se le va la mano en esas subidas, se puede estar ‘tirando’ una de las bases del crecimiento económico de los últimos años: el crédito barato. De ahí que cada uno de sus movimientos debe estar calibrado con precisión quirúrgica, como lo hace un cirujano cuando realiza una operación de corazón abierto.

No es justo que el sector privado pague todos los platos rotos por el exceso de gasto. Por eso los economistas están clamando para que el gobierno también asuma la responsabilidad que tiene en la actual euforia consumista. Así lo sugiere la Comisión Independiente del Gasto Público, cuyas recomendaciones se publicaron hace unas semanas. Los expertos le sugieren al gobierno no sólo recortar sus gastos para este y el próximo año, sino además vender la participación que le queda a la Nación en ISA e Isagén.

La idea es que con esa plata –7,25 billones de pesos– se abone a la deuda pública. En 2006, el gobierno nacional destinó recursos para este fin por un valor equivalente al 4 por ciento del PIB, a pesar de que sólo tuvo un saldo a favor en sus finanzas de 0,3 por ciento del PIB. En plata blanca, eso significa que tuvo que recurrir a endeudamiento adicional para pagar intereses. Eso es una práctica poco recomendable. Es como si una familia colombiana tuviera que sacar un préstamo para poder pagar los intereses de la tarjeta de crédito.

La pregunta que todo el mundo se hace en el fondo es hasta cuánto va a durar el boom. Y aquí empiezan los lugares comunes: depende del crecimiento de los socios comerciales, de si las tasas de interés se vuelven más atractivas en Estados Unidos, o de si los capitales deciden irse a otras partes en busca de mejores rendimientos. Depende hasta de si la gente se va a sentir con la misma sensación de confianza y seguridad en los períodos siguientes. Y hasta cuándo la economía puede seguir blindada del escándalo de la para-política. La imagen de la crisis del 99, justo cuando terminaba el proceso 8.000, es un fantasma que ronda. Significa que los empresarios y los economistas le temen a que la política pueda llegar a dañar la fiesta. En un país como Colombia, además, el conflicto interno en cualquier momento puede dar una trastada. Y el incierto entorno externo también: ¿quién garantiza que Venezuela seguirá siendo el comprador a manos llenas de los últimos dos años?

Nadie tiene una bola de cristal. Oficialmente, las proyecciones para el próximo año son menores que para éste, pero siguen estando por encima del 5 por ciento. Extraoficialmente, los diversos análisis sugieren que la economía va a seguir creciendo a buen ritmo durante el resto de la década, pero no se sabe con exactitud de cuánto. Siempre se corre el riesgo de una destorcida. Pero en esta ocasión hay una enorme diferencia con el pasado: la lección de finales de los 90, cuando los colombianos aprendieron que lo duro no es ser pobre, sino empobrecerse.