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ALARCON GOES TO WASHINGTON

En la reunión del Banco Mundial y el FMI, el gobierno busca recuperar el terreno perdido.

23 de octubre de 1989

En el mundo de las finanzas, ningún otro lugar es tan apropiado para hacer relaciones publicas. Porque la verdad es que sólo este evento logra reunir a los principales funcionarios económicos de 152 países con los banqueros y empleados de las más importantes entidades multilaterales. Se trata, como es de suponer, de la convención conjunta del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, que este año vuelve al Hotel Sheraton de Washington, después de haber sido celebrada en Berlín en septiembre de 1988.

Al tiempo con el otoño, cerca de 10 mil delegados arribarán a la capital norteamericana para hablar de lo divino y lo humano. Dentro del grupo se encontrarán primíparos como los provenientes de Angola --el miembro más reciente del club-- o los protagonistas de siempre, tales como los grandes deudores latinoamericanos. Porque la verdad es que, por más cansón que pueda sonar, la deuda sigue siendo el tema central de la discusión. Al cabo de siete años del comienzo oficial de la crisis y seis meses después del anuncio del plan Brady sobre la deuda externa, el lío sigue en la mente de todo el mundo. Eso quedó demostrado la semana pasada cuando el Chase Manhattan Bank decidió aumentar en más de mil millones de dólares sus reservas contables, para protegerse de perdidas eventuales en sus préstamos al Tercer Mundo. La actitud del Chase dejó en claro que no sólo el problema de la deuda sigue vigente, sino que todavía no tiene solución.

Porque la verdad es que esa es la realidad que le duele a los banqueros después de tantos intentos de arreglo.

Los diferentes planes ensayados no sólo han conducido a que la deuda siga siendo impagable, sino a que los países endeudados estén más pobres que antes. Se estima que, en el caso latinoamericano, la región habrá perdido diez años de crecimiento económico para cuando finalice esta década.

Claro que eso no quiere decir que no hayan existido fórmulas. En Washington se volverá a hablar de la idea de Nicholas Brady, el secretario del Tesoro norteamericano, quien en marzo pasado presentó un nuevo esquema. Este, que entre sus puntos fundamentales tiene el de reducir el monto de la deuda, fue aplicado por primera vez con México a mediados del año. No obstante, el arreglo definitivo fue criticado debido a que el alivio acabó siendo marginal y a que varios bancos todavía se oponen a la receta.

Como si lo anterior fuera poco, es claro que el plan Brady está limitada a unos cuantos países y que los recursos con que se cuenta son escasos. Por ese motivo, uno de los temas que se van a tratar en Washington tiene que ver con la ampliación de capital del FMI, el cual podría ser duplicado hasta llegar a 240 mil millones de dólares. Esa inyección de fondos ayudaría también al cambio de "accionistas" de la entidad multilateral. Japón debe quedar como el segundo más grande --estaba de quinto-- después de Estados Unidos, seguido por Alemania Occidental, Francia y Gran Bretaña.

Tal será, muy probablemente, el tema que más espacio ocupe cuando comiencen las sesiones de trabajo. Pero mientras los expositores pasan al podio y pronuncian largos discursos sobre el aumento de recursos del FMI, en los corredores del Sheraton tendrá lugar esa serie de contactos informales que hacen que la cita en la capital norteamericana sea tan especial. Porque la verdad es, que la gracia del evento no consiste en lo que está escrito en el programa de actividades. Lo más importante son las conversaciones y los contactos informales con banqueros y entidades de crédito.

Eso es precisamente lo que tiene en la cabeza la delegación colombiana, presidida por el ministro de Hacienda, Luis Fernando Alarcón. A pesar de su récord impecable en un continente de deudores morosos, el país tiene que seguir aceitando sus vínculos, si quiere seguir contando con el apoyo de bancos e instituciones multilaterales.

Y es que las buenas relaciones son indispensables. Aunque sólo ahora Colombia va a recibir los desembolsos del crédito "Challenger", los cálculos indican que es necesario comenzar con una nueva ofensiva de crédito que debe recibirse a partir de 1990. Si esta no tiene éxito, se correría con el riesgo serio de una baja de reservas internacionales y la falta de financiación para proyectos claves, con sus obvias consecuencias sobre el crecimiento económico.

Curiosamente, en esta oportunidad el énfasis para las buenas relaciones no se concentra en la banca comercial, que en otra época fue la más esquiva. Ahora se trata de contentar a la que tradicionalmente ha sido la entidas más amiga de Colombia: el Banco Mundial. Este se ha molestada por el incumplimiento por parte del país en las condiciones de ciertos créditos y por el manejo de la política económica. En el primer caso, no se han respetado los planes iniciales de ajuste del sector eléctrico, y en ciertas empresas del Estado (como Colpuertos) nos se han adoptado los correctivos presupuestados. En consecuencia, el Banco se ha negado a girar varios de los tramos de los préstamos que ya habían sido aprobados.

Como si eso fuera poco, la entidad multilateral considera que la economía se está deteriorando y ha presionado cambios en la política de comercio exterior, en la fiscal y en la de reestructuración industrial. El proyecto de apertura económica, que fue apoyado entusiastamente por el Banco, ha quedado archivado y, aparte de uno que otro correctivo, lo cierto es que las diferencias de fondo continúan.

Eso probablemente no sería preocupante si la salud de la economía fuera buena. No obstante, con los precios del café deprimidos y la economía estancada, el margen de maniobra que se tiene no es muy alto. Todos los cálculos indican que, para no entrar en problemas cambiarios, Colombia necesita créditos considerables del Banco Mundial. Por ahora se sabe de un nuevo préstamo para el sector eléctrico, pero todo depende de los resultados de una visita de técnicos provenientes de Washington a comienzos de octubre.

En el intermedio, el equipo económico ha querido dar la impresión de que tiene las cosas bajo control. En ese sentido apuntaron las declaraciones del ministro Alarcón, quien el miércoles pasado en la Cámara de Representantes anunció un miniplán de ajuste para poner en cintura la economía. Como resultado de la crisis cafetera, se va a hacer énfasis ahora en el control al déficit fiscal, el cual conlleva recortes en los gastos de funcionamiento e inversión del gobierno. El efecto de las medidas va a ser mucho más notorio en 1990, pero las clavijas comenzarán a apretarse en las próximas semanas.

Con esa mezcla de austeridad y diplomacia se espera volver a normalizar las relaciones con las entidades multilaterales. Sólo así se podría comenzar la negociación de nuevos préstamos con el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, al tiempo que se establecen las bases para obtener un nuevo crédito sindicado --¿el "Atlantis"?-- con la banca industrial. Tales son las cartas que se juega el equipo económico en Washington, mientras la mayoría se distrae con las discusiones sobre el plan Brady y el aumento de capital del FMI. Aunque en teoría se podría utilizar la posición que se ha ganado el país con su lucha frente al narcotráfico, los que saben del asunto dicen que eso no serviría de mucho. Por ahora, de lo que se trata es que se distensionen las relaciones y que los miembros del equipo económico vuelvan a insistir en una idea que ha resultado exitosa hasta el presente: que en temas de deuda latinoamericana hay dos ejemplos: el de Colombia y el del resto. Nada más ni nada menos.-