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BONOS A LA BASURA

El mercado de papeles de alto riesgo sufre en Wall Street su peor crisis de la década.

23 de octubre de 1989

Los expertos todavía dicen que fue la mayor innovación financiera de esta década. Lamentablemente ahora también opinan que pueden ser el gran descalabro de los años 90. Se trata de los famosos "bonos basura" (junk bonds) que financiaron a lo largo de estos últimos años los centenares de compras y fusiones de empresas, que hicieron brillar a Wall Street como en sus mejores épocas. La fiebre fue tan alta que se estima que para finales de este año las emisiones de "bonos basura" estarán llegando a los 225 mil millones de dólares. Pero el éxito de estos papeles --cuyo nombre tiene que ver con el alto riesgo y la rentabilidad que pagan-- es cosa del pasado.

La culpa de la debacle la tuvo un canadiense de 66 años, Robert Campeau quien demostró con hechos aquel refrán que dice que quien mucho abarca, poco aprieta. Hace apenas un año Campeau se embarcó en la aventura de construir el imperio de tiendas de departamentos más grande del mundo. Para hacerlo, este millonario, que había hecho su fortuna en el campo de la construcción, compró en 6.600 millones de dólares la firma Federated, propietaria de los famosos almacenes Bloomingdale's y Burdines, entre otros. Esa adquisición se sumó a una hecha en 1986, en la cual Campeau se había adueñado de Allied, dueña de Jordan Marsh y Stern's, para sólo citar dos ejemplos.

El problema consistió en que el dinero para pagar tanta tienda no salió del bolsillo de Campeau. En realidad, una buena parte se obtuvo de sendas emisiones de "bonos basura", tal como lo habían hecho cientos de otras compañías. La idea que se tenía era que con la venta de algunos activos y la reestructuración de algunos departamentos de la nueva compañía habría recursos para bancos e inversionistas. Sin embargo, los bonos sumados con las demás deudas alcanzaron la marca de los 10 mil millones de dólares y el costo financiero de esas acreencias llegó a ser tan grande que las utilidades operativas del imperio Campeau (8.620 millones de dólares en ventas el año pasado) no alcanzaron para pagar los intereses. Los primeros en saberlo fueron los propietarios de los bonos, quienes poco después se enteraron de que el problema era grave cuando Campeau reconoció sus dificultades. La firma estaba en un grado de iliquidez tal que no tenía con qué pagar los pedidos para la temporada de navidad, la más importante del año.

Aunque Campeau, en último término, acabó siendo rescatado por Olympia & York, otra compañía canadiense comandada por los hermanos Reichmann, el daño a los bonos basura ya estaba hecho. El mercado reaccionó, pero ya los conocedores saben que el esquema, que funcionó bien en tantas oportunidades, se encuentra out. Si antes los bonos basura parecían infalibles, ahora los especialistas dicen que la fuente de financiación por excelencia deben ser las emisiones de acciones y la deuda con los bancos.

Tal fue el final de una era que comenzó en 1979 cuando la firma Kohlberg Kravis Roberts --conocida como KKR-- compró a Houdaille Industries con el fin de vender los activos de la firma, pagarle a quienes habían financiado la operación y embolsillarse una buena utilidad. En últimas, se trataba de demostrar que las partes valían más que el todo.

El mismo esquema fue ensayado en 1984 por T. Boone Pickens, un financista texano, quien intentó comprar a Gulf Oil por 13 mil millones de dólares, financiándose en parte con recursos de bonos basura. El ataque fracasó --Pickens desistió y vendió sus acciones a precio de oro-- pero demostró que cualquier compañía podía verse amenazada. Esa fue la prueba dada por KKR en 1986 cuando adquirio a Beatrice, una productora de alimentos, por 6.200 millones de dólares, de los cuales una tercera parte se obtuvo a través de bonos basura. El récord finalmente se alcanzó a finales de 1988 cuando también KKR compró a RJR Nabisco, un imperio tabacalero y alimentario, por 25.300 millones de dólares, financiando una parte de la operación con la consabida emisión de bonos. La espiral, sin embargo, se agotó cuando varios inversionistas empezaron a preocuparse de la cantidad de deuda que ya se había acumulado. El puntillazo fue dado por los problemas.de Campeau, que demostró que el.esquema no sólo no era infalible, sino altamente riesgoso.

Esa conclusión cierra de alguna manera un capítulo que hizo famoso el actor Michael Douglas en la película Wall Street. La era de la codicia y de las fusiones multimillonarias se está acabando. Incluso quien era considerado el profeta de los bonos basura, el financista Michael Milken, ya no cree en ellos. Milken, quien tiene líos con la justicia, dijo hace unas semanas que ahora hay mejores maneras de hacer dinero. Este economista, que en 1986 se ganó 500 millones de dólares en bonificaciones, también desahució a los bonos basura. Aunque es probable que todavía se hagan algunas emisiones menores, lo cierto es que como dirían los yuppies de Nueva York: the party is over. La fiesta se acabó.--