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| Foto: Carlos Julio Martínez

COMERCIO

El dragón chino no solo se está quedando con San Victorino

La expansión del comercio chino va más allá de los nuevos locales en el centro de Bogotá. El 20 por ciento de lo que importa el país proviene del dragón asiático. El gobierno abrió investigaciones.

28 de mayo de 2016

San Victorino, el mayor distribuidor de prendas de vestir del país, está alborotado y en pie de lucha. En las últimas semanas los comerciantes realizaron marchas y protestas para frenar el ingreso de nuevos establecimientos chinos, porque consideran que son una competencia desleal ante los bajos precios que ofrecen.

Janeth Rodríguez, una comerciante del sector, dice que una blusa hecha en Bogotá se vende en San Victorino por 30.000 pesos, pero en uno de los negocios chinos cuesta la mitad. Lo mismo sucede con pantalones, zapatos y camisetas. Así, un jean fabricado en Colombia se vende en el sector en 40.000 pesos, pero se puede conseguir por 20.000 en un almacén de los orientales. También en estos se pueden comprar pantalones para dama a 12.000 pesos y zapatos tenis a 10.000.

El malestar generado es tan grande que el miércoles pasado varios de los 40 locales chinos del populoso sector tuvieron que cerrar sus puertas ante la reacción violenta de los vendedores de la zona. La situación podría pasar de castaño oscuro. Los comerciantes locales están muy enojados y manifestaron que “son capaces de hacerse matar para defender el patrimonio de miles de familias y que no van a permitir que el sector se convierta en un barrio chino”.

Yansen Estupiñán, vocero de los comerciantes de San Victorino, afirma que están haciendo gestiones con el gobierno y el Congreso para que les exijan las mismas condiciones a los asiáticos que tienen los nacionales. Piden que paguen los impuestos de rigor (renta, IVA, industria y comercio), que cumplan los requisitos de la legislación laboral y que el gobierno revise la política arancelaria. “No estamos en contra de los ciudadanos ni de los productos chinos. Exigimos igualdad de condiciones”, señala.

Kenny Tsui, representante de la comunidad china en Colombia, sostiene que no están desplazando al comercio local porque de los cerca de 2.500 establecimientos que hay en el sector solo 44 son de propietarios chinos. “No nos pueden sacar a las malas porque estamos en un país democrático”, dice Tsui, quien afirma que él apoya la competencia sana, leal y justa y está en contra del contrabando. Además, dice no comprender por qué en Colombia, donde hay un poco más de 30.000 asiáticos, existe tanto malestar, mientras que en naciones como Perú, donde son más de 3 millones, no se han presentado inconvenientes.

El tema no deja de sorprender, porque en muchos comercios de las grandes ciudades del país hay una fuerte presencia de ciudadanos árabes o indios. De hecho, a unas pocas cuadras de San Victorino pululan estos comercios en el sector de textiles y confecciones. Además, para nadie es un secreto que en los llamados sanandresitos se vende mercancía china, en muchos casos de contrabando.

Si bien en San Victorino operaban en calma los negocios de colombianos y chinos, lo que encendió la mecha fue la venta de 39 locales del centro comercial Monterrey a comerciantes asiáticos. El desalojo de los colombianos está causando gran escozor, a lo que se suman denuncias en torno a que los chinos estarían pagando hasta 3 veces más lo que cuesta el arriendo de un local

–que están en promedio entre 5 y 7 millones de pesos– y de supuestos pagos de primas millonarias para quedarse con los establecimientos.

En el fondo de esta polémica está un negocio millonario en el que también hay mucha informalidad. Diariamente en esta zona de Bogotá se mueven más de 12.000 millones de pesos en mercancías, despachadas en gigantescas tulas a todas partes del país y del exterior, especialmente a Ecuador, Bolivia y Perú. Se calcula que más de 35.000 personas trabajan en elaborar toda clase de prendas en Soacha, Bosa o Ciudad Bolívar.

Pero lo que pasa en San Victorino es la punta del iceberg del avance comercial de los chinos en Colombia y en América Latina. El gigante asiático, la segunda potencia económica después de Estados Unidos, y con cerca de 1.400 millones de habitantes (el 20 por ciento de la población mundial) sigue siendo la gran fábrica del planeta. Este país produce el 70 por ciento de los celulares que se venden en el mundo, más del 60 por ciento del cemento y de los zapatos, el 50 por ciento del carbón y del acero, el 80 por ciento de los juguetes. Además, como la mano de obra se está encareciendo, los empresarios chinos están montando sus propias fábricas y comercios en otros países.

La ministra de Comercio, Industria y Turismo, María Claudia Lacouture, reconoce que el comercio de China con el mundo ha tenido un gran crecimiento en los últimos 15 años. En el caso de América Latina pasó de 12.000 millones de dólares en 2001 a 235.297 millones el año pasado. Colombia no ha sido ajena a ese influjo comercial. En ese mismo periodo las importaciones pasaron de 500 millones de dólares a 10.032 millones en 2015.

A estas importaciones se deben sumar las compras por internet, difíciles de cuantificar, y las ventas millonarias en cientos de establecimientos que se nutren de mercancías de contrabando.

Un análisis de la Universidad del Rosario señala que en 2015 las importaciones chinas se incrementaron en más del 1.000 por ciento en algunos sectores. Ese es el caso de tejidos de algodón con 1.200 por ciento; cueros y pieles agamuzados con 3.500 por ciento; calzado impermeable con 3.600 por ciento y tejidos estampados con 5.700 por ciento, entre otros. Saúl Pineda, experto de esta universidad, señala que los empresarios colombianos tienen que ser más competitivos o de lo contrario se verán afectados por la llegada de productos asiáticos, como sucedió en otros países como España e Italia, donde zonas enteras de comercio se vieron desplazadas.

La situación más compleja es la de los productores de calzado y textiles que solicitaron medidas de protección por el ingreso masivo de productos asiáticos provenientes de la zona libre de Colón (Panamá), a precios muy bajos. Ante el cierre de fábricas, el gobierno colombiano impuso en 2013 mayores impuestos a las importaciones de textiles, confecciones y calzado de Panamá.

Pero no han sido los únicos sectores que han pedido protección. Los productores de acero se han quejado por el aumento de las importaciones de más del 200 por ciento de alambrón y de aceros largos, a precios con los cuales no pueden competir. Sobre estas medidas, la ministra de Comercio dice que entre 2010 y 2016 el ministerio ha realizado 12 investigaciones. Actualmente están vigentes seis medidas para tubos petroleros, lámina y alambre galvanizado, alambrón, azadones y barras. Pero también hay investigaciones en curso en llantas radiales, tableros de madera, baldosas, vajillas y loza de porcelana, entre otros.

Para enfrentar esta competencia los empresarios insisten en que todos deben tener las mismas reglas de juego. El presidente de la Andi, Bruce Mac Master, afirma que no está en contra de los empresarios que cumplen todos los requisitos de ley, pero sí contra la competencia desleal, que no paga impuestos, no tiene afiliados a sus trabajadores a la seguridad social y trae productos de contrabando o subfacturados.

Colombia todavía no ha sacado mayor beneficio de su relación comercial con este gigante. Las exportaciones a ese país no superan los 3.000 millones de dólares y están muy concentradas en la venta de materias primas como carbón.

El agro tiene grandes oportunidades porque China es una de las mayores importadoras del planeta. La ministra de Comercio, Industria y Turismo reconoce que elevar las exportaciones a China implica superar varios retos y aprovechar oportunidades ya identificadas en productos como confitería y galletería, chocolates, derivados del café, mermeladas, vestidos de baño y ropa interior. Ya se está trabajando para eliminar barreras sanitarias y fitosanitarias en productos agropecuarios.

Detener el comercio con este gigante es complicado. Lo que debe hacer el gobierno es garantizar que todos tengan las mismas reglas de juego y frenar el contrabando. Y los empresarios colombianos deben tratar de buscar mayores oportunidades para aprovechar un comercio que por lo visto, por ahora es de una sola vía.