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Después de años de desdén por los colombianos que residen en el exterior ahora son el foco de todas las miradas. La razón: la plata que envían al país está a punto de convertirse en la primera fuente de divisas del país, por encima del petróleo.

César González Muñoz*
21 de diciembre de 2003

Las migraciones con impacto global no son un fenómeno reciente. De hecho, la segunda mitad del siglo XX no tuvo las colosales oleadas migratorias que caracterizaron a las décadas entre finales del XIX y comienzos del XX. Pero la globalización les imprime un nuevo carácter a los movimientos de personas. Los procesos de integración que hoy vivimos en las esferas comercial, financiera y cultural están generando cambios importantes en el significado de la emigración entre fronteras.

Casi 200 millones de personas, 3 por ciento de la población mundial, han vivido fuera de su país de origen por más de un año; con seguridad, el número va a crecer en el futuro próximo. El asunto exige mayor atención en los debates sobre la globalización.

Lamentablemente, el tema no figura entre las más altas prioridades de quienes negocian los procesos de integración y liberalización. Paradójicamente, al tiempo que proliferan los acuerdos bilaterales y multilaterales para la liberación del flujo de bienes y capitales, se imponen crecientes barreras a la libre movilidad de personas.

Las prácticas restrictivas a la libre movilidad humana han tenido un efecto nocivo en el bienestar de la población migrante. En este campo debe actuar una institución de carácter mundial, que tenga la capacidad real de establecer un sistema que propenda por una migración legal y planificada.

Una de las expresiones de la movilidad de personas entre países es el flujo de remesas. Estos movimientos superan los 100.000 millones de dólares anuales. Más del 60 por ciento de esta cifra se dirige a los países de menor desarrollo; 32.000 millones de dólares se enviaron a América Latina en 2002. Su monto supera con creces la asistencia oficial a los programas de desarrollo humano.

Es evidente la importancia que las remesas familiares han adquirido en los países de origen de los migrantes. En El Salvador, Guatemala y Nicaragua el valor de dichos recursos representa más del 60 por ciento del valor de las exportaciones de bienes. En países como México, pese a ser el principal receptor de estos recursos en la región (9.800 millones de dólares en 2002), los giros representan el 6 por ciento de sus exportaciones de bienes.

Desde hace unos pocos años, Colombia ha comenzado a mirar su propio rostro como nación de emigrantes. En la década pasada los envíos de dinero desde el resto del mundo por parte de expatriados colombianos a sus familias eran invisibles a la mirada del gobierno y del Banco de la República. Toda esa plata se confundía con el lavado de dinero. La reglamentación cambiaria era hostil con las remesas familiares y con las empresas no bancarias que efectúan el traslado de esas divisas. Los bancos no querían tener contacto alguno con ese mundo, por el temor a caer en la "lista Clinton" de criminales internacionales y a las "operaciones comando" contra el lavado de activos, con frecuencia altamente arbitrarias. La propia Superintendencia Bancaria llegó a considerar que ese asunto era un problema de la Fiscalía o de la Dian. El buen metal se fundía con la escoria. Era evidente el desdén de la dirigencia por los derechos de los emigrantes honestos y sus parientes en Colombia.

Mientras que en 1998 las remesas enviadas por colombianos desde el exterior fueron 483 millones de dólares, en 2002 su monto superó los 2.400 millones de dólares; medidas como porcentaje del valor de las exportaciones de bienes, las remesas pasaron del 2 al 20 por ciento entre estos dos años. Se espera para este año que su valor alcance los 3.000 millones de dólares. Sólo en el primer semestre de este año las casas de cambio tramitaron remesas por cerca de 1.000 millones de dólares, 31 por ciento más de lo registrado el mismo período del año anterior. El especial dinamismo de la recepción de giros está asociado con el creciente número de colombianos radicados en el extranjero.

En América Latina y en Colombia ha subido el interés por las remesas. Los gobiernos, los organismos multilaterales de crédito, las Naciones Unidas e instituciones como la OIM, así como los círculos empresariales y académicos, promueven hoy día, de muy diversos modos, el conocimiento del tema. Este ahora figura entre las prioridades de política pública en prácticamente todos los países de la región.

La importancia socioconómica de las remesas familiares requiere el desarrollo de una política integral de apoyo a la población emigrante. Esta debe considerar la promoción de un servicio de transferencia de giros menos costoso, el apoyo y fortalecimiento de las agrupaciones de migrantes en el exterior y la promoción del uso productivo de la remesas.

Es urgente avanzar en la caracterización de la población colombiana que vive en el exterior y de las familias beneficiarias de los giros de baja cuantía. No solo para analizar su comportamiento como giradores de dinero al país, sino ante la necesidad de instrumentar estrategias encaminadas a mejorar su bienestar y el de sus familias.

La Cancillería colombiana maneja ahora el programa 'Colombia nos une', dirigido a promover los derechos y el prestigio social de lo que ha dado en llamarse, con un poco de hipérbole, "La diáspora colombiana". Ha convocado para ello a la Oficina Internacional para las Migraciones, OIM, a la banca multinacional, al Banco de la República y a las entidades gubernamentales relacionadas con el asunto. La OIM, oficina de Colombia, ha publicado recientemente un estudio sobre el desarrollo y el marco legal de las remesas en Colombia.

Si 'Colombia nos une' alcanza siquiera un mediano éxito, el país habrá avanzado grandemente en reconocerse a sí mismo como una Nación que aloja una sociedad y una cultura transnacionales, que pueden ser fundamentales en el desarrollo.

Recientes estudios realizados en España señalan que el 90 por ciento de los residentes colombianos allí envía dinero a sus familias en el país, a razón de 322 euros mensuales; la finalidad de estos recursos es contribuir a los gastos corrientes de la familia en nuestro país. El 25 por ciento de los encuestados afirma que envía todo su ahorro y el 16 por ciento lo destina para compra de vivienda.

La población beneficiaria de los giros de baja cuantía está localizada principalmente en los departamentos del Valle, Antioquia, Eje Cafetero (Caldas, Quindío, Risaralda), Atlántico y Bogotá. Estas zonas se caracterizan por tener grandes conglomerados urbanos y municipios con un destacado dinamismo poblacional. De acuerdo con los estudios regionales realizados por el Banco de la República, allí se concentra el 41 por ciento de la población total del país y el 51 por ciento de la población en las cabeceras municipales. Algunas fuentes de prensa indican, además, que en algunas zonas del Eje Cafetero las familias caficultoras y en general la economía de los municipios dependen en buena medida de los giros enviados desde el exterior por sus parientes.

Falta mucho trabajo para conocer el impacto real de las remesas y las migraciones en la sociedad colombiana de hoy. Pero ya se observa, al menos, un mayor interés oficial y privado en abandonar la indiferencia secular.

*Economista