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Contragolpe

De tanto incumplir sus pagos Argentina terminó poniendo contra las cuerdas al Fondo Monetario.

15 de septiembre de 2003

Despues de haber perdido por goleada todos los partidos que había jugado contra el Fondo Monetario Internacional (FMI) el gobierno argentino sorprendió al mundo la semana pasada con un golazo de media distancia en la portería del Fondo. Lo metió el presidente Néstor Kirchner en el último minuto, dejando atónito al director del organismo internacional, Horst Köller, quien no tuvo más remedio que agachar la cabeza y aceptar el resultado: Argentina uno, FMI cero.

Lo que estaba en juego esta vez era la firma de un nuevo acuerdo entre el país austral y el Fondo para reemplazar el que había negociado en enero de este año el presidente interino Eduardo Duhalde, que se venció la semana pasada. Desde el principio se supo que el nuevo acuerdo no sería fácil. En su discurso de posesión Kirchner había dicho que no pagaría la deuda a costa del hambre y la exclusión de los argentinos.

En poco tiempo la pelea pasó de la retórica a la sustancia. El FMI aspiraba a que Argentina se comprometiera a mantener un superávit primario (es decir, antes del pago de intereses) equivalente a 4,5 por ciento del PIB. Brasil, por ejemplo, ha logrado un superávit de ese tamaño este año. Pero el ministro de Hacienda argentino, Roberto Lavagna, consideraba que eso necesariamente se traduciría en más impuestos y recortes de gasto que darían al traste con la incipiente reactivación económica de su país. Este año el PIB de Argentina crecerá cerca de 5 por ciento, una cifra que no impresiona tanto si se recuerda que en 2002 la caída fue de 10 por ciento.

El otro punto de la discordia tenía que ver con los bancos y los servicios públicos. El deseo del FMI era que Argentina se comprometiera a reestructurar a fondo el sector financiero, cerrando incluso algunos bancos. También que el gobierno de Kirchner permitiera incrementos en las tarifas de servicios públicos, que están congeladas desde cuando había paridad entre la moneda argentina y el dólar. Esto no les gusta a las empresas prestadoras de los servicios, que son europeas en su mayoría. Kirchner, en todo caso, argumentó que el de las tarifas era un problema del sector privado, no del FMI. Y también se mostró renuente a tocar el tema del sector financiero.

Las negociaciones con el Fondo estaban en un punto muerto cuando llegó el 9 septiembre, fecha en que Argentina le tenía que hacer a este organismo un pago de deuda por 2.900 millones de dólares de un total de 14.000 millones que le debe. Kirchner tenía la plata pero se hizo el difícil y no pagó. Logró así poner contra la pared al FMI. A éste último le habría tocado salir a conseguir nuevos aportes de sus socios para no poner en peligro su calificación de riesgo AAA, dicen algunos. El hecho es que la amenaza funcionó. Al día siguiente del incumplimiento el FMI aceptó firmar un acuerdo con una meta de superávit primario de apenas 3 por ciento del PIB en 2004, dejando por fuera el asunto de los servicios públicos y la reestructuración de los bancos. Luego Argentina hizo el pago.

El presidente argentino logró entonces lo que quiso. Pero su audacia no debe verse necesariamente como un síntoma de valentía o de carácter. Pudo hacerse el difícil porque ya lo había perdido todo. Su país ya estaba en cesación de pagos y había sufrido todas las dolorosas consecuencias que ello implica. En esas condiciones, ¿qué más da seguir moroso?

Visto en perspectiva, el acuerdo logrado no es propiamente una victoria para los argentinos. "Esto no es una panacea. La Argentina debe 150 por ciento de su Producto Interno Bruto, debe 160.000 millones de dólares, y tenemos un 'default' para el libro Guinness de los récords de 95.000 millones de dólares", dijo a la prensa Kirchner. El acuerdo le quita al gobierno argentino un peso de encima en corto plazo pero más adelante le resultará costoso. Un país no es viable sin acceso al crédito externo, y Argentina seguirá aislada del mundo mientras no haga mayores esfuerzos por cumplir sus compromisos y enderezar el rumbo de su economía. Por eso hay quienes se preguntan si lo que metió Kirchner la semana pasada fue en realidad un autogol.