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Cumbre borrascosa

La Organización Mundial del Comercio incumple su promesa de crear un sistema comercial más favorable a los países en dasarrollo. El agro colombiano sale perdiendo.

7 de septiembre de 2003

Este miercoles 10 de septiembre los ministros de Comercio de 146 países se verán las caras frente a las bellas y soleadas playas de Cancún pero, contrario a lo que suele suceder en estas cumbres, esta vez les quedará difícil sonreír para la foto. Tendrán que esforzarse para disimular su frustración al asistir a la reunión minis-

terial de la Organización Mundial del Comercio (OMC), en la que se esperaban anuncios esperanzadores para los países en desarrollo pero, al parecer, sólo habrá un rosario de promesas incumplidas en materia comercial y agrícola.

Lo que se decida, o se deje de decidir en Cancún, tendrá unos efectos muy concretos en países en desarrollo como Colombia, que ven en las exportaciones la mayor esperanza de crecimiento y prosperidad pero se enfrentan, con demasiada frecuencia, a las barreras proteccionistas de las naciones más avanzadas. Los agricultores, que están entre los más afectados por la apertura comercial, son los que más tienen que ganar o perder con las negociaciones en curso.

La que se realizará en Cancún esta semana no es una reunión ministerial cualquiera. Para entender por qué es tan especial hay que recordar lo que pasó en la cumbre de la OMC que se llevó a cabo en la ciudad norteamericana de Seattle en noviembre de 1999. En esa fecha el mundo vio con sorpresa el surgimiento del movimiento antiglobalización que logró, mediante protestas muy vistosas y efectivas, poner en jaque a la OMC y, meses más adelante, pondría también en entredicho la autoridad de otras instituciones multilaterales, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

No fue casualidad que el primer blanco de las protestas fuera la OMC, que se ocupa del comercio, y es por ello el principal emblema de la apertura y la globalización. Tan duro fue el golpe de Seattle que logró frustrar el propósito de la cumbre. En esa ocasión los ministros se habían reunido para lanzar una nueva ronda de negociaciones multilaterales en la que todos los países miembros de la organización, que ya son 146, se rebajarían mutuamente los aranceles y demás obstáculos al comercio.

El lanzamiento de la ronda quedó entonces archivado y tanto la OMC como los que llevan la batuta en la organización, que son Estados Unidos, la Unión Europea y Japón, tuvieron que hacer concesiones de fondo para poder lanzar las negociaciones dos años más tarde en Doha, Qatar. En esa remota península del Oriente Medio, donde difícilmente podían acudir en masa los 'globófobos', se lanzó por fin, en noviembre de 2001, la ronda de negociaciones comerciales de Doha.

La declaración ministerial que acompañó este lanzamiento fue un reconocimiento implícito de que las anteriores rondas de la OMC no habían tenido en cuenta los intereses de los países en desarrollo, y la de Doha se vendió en ese momento como la oportunidad de compensar esta desigualdad. Por eso se le llamó también la "ronda del desarrollo". Y no era pura retórica. Detrás de la declaración de Doha hay promesas bastante concretas para los países en desarrollo.

Lo más crucial en las negociaciones comerciales es la selección de los temas que se pondrán sobre la mesa. Ahí es donde los países ganan o pierden de entrada. Los países desarrollados procuran meter en la negociación la apertura de los sectores en que son fuertes (bienes elaborados, servicios) y también buscan colgarles a los acuerdos asuntos que no son propiamente comerciales, como la protección a la inversión extranjera, las compras gubernamentales, las normas antimonopolio, los estándares laborales y el medio ambiente. En cambio no les gusta hablar de sus aranceles compensatorios (antidumping), que se usan con frecuencia como un instrumento proteccionista, y menos aún les gusta poner sobre la mesa su protección al sector agrícola. Pero esto último es lo que más les interesa a los países en desarrollo que son, casi todos, exportadores de productos agropecuarios. En el agro está la pelea más grande.

La mayor concesión que hicieron las naciones desarrolladas en Doha fue poner la agricultura como principal punto de negociación. El desmonte de su proteccionismo agrícola es la gran promesa de la ronda de Doha, que en principio debe concluir el primero de enero de 2005. El propósito de la reunión de esta semana en Cancún es hacer un balance parcial justo en la mitad del cronograma de negociaciones.



Competencia desigual

Lo grave del proteccionismo agrícola de Estados Unidos, la Unión Europea o Japón es que golpea directamente a los agricultores de países como Colombia, cuyas economías dependen en gran medida de este sector.

Un productor de azúcar de un país desarrollado, por ejemplo, puede vender localmente su producto a casi el triple de lo que podría venderlo en el mercado internacional gracias a la protección que reciben en forma de aranceles altos, cuotas de importación, y engorrosos controles sanitarios. No es sorprendente, entonces, que produzca mucha azúcar, lo que eleva la producción interna por encima de lo que se consume en su país y genera unos excedentes que se lleven al mercado internacional a precios más bajos, incluso, que el costo de producción.

Ese productor de azúcar puede darse ese lujo porque su gobierno le ayuda a sostener sus ingresos. El 35 por ciento de lo que percibe al año un granjero de la Unión Europea corresponde a ayudas gubernamentales y, en caso extremo, un granjero suizo recibe 70 por ciento de sus ingresos en forma de subsidios. El año pasado el costo de las ayudas y subsidios a los productores agrícolas de los países más desarrollados fue de 318.000 millones de dólares, según la Organización Económica para la Cooperación y el Desarrollo (Oecd), casi 30 veces el valor de todas las exportaciones colombianas.

En un país pobre el gobierno no tiene cómo dar este tipo de ayudas. Con frecuencia a sus agricultores, por más productivos que sean, les queda muy difícil competir en el mercado externo debido a que los precios internacionales están artificialmente deprimidos por los subsidios. En el mercado interno, de otra parte, se enfrentan a la amenaza de importaciones agrícolas muy baratas. Colombia conoce muy bien esta historia, así como las secuelas sociales y de violencia que deja el desempleo rural.

Según el Banco Mundial, eliminar todos estos subsidios y medidas proteccionistas haría que aumentaran en 24 por ciento las exportaciones agrícolas de los países más atrasados. Por eso la promesa que hicieron Estados Unidos, la Unión Europea y Japón en Doha, de reducir sustancialmente su proteccionismo y sus subsidios, generó tanta esperanza. La idea era que el 31 de marzo de 2003 presentaran una propuesta concreta sobre cómo, cuándo, en cuánto, y sobre qué productos hacerlo. Pero esa fecha pasó y no lograron ponerse de acuerdo.

El panorama empezó a despejarse un poco en junio pasado, cuando la Unión Europea anunció una serie de reformas que, sin embargo, no tocaban a productos clave, como el azúcar o el algodón, ni decían nada sobre eliminación de cuotas o reducción de aranceles. La fecha de la reunión de Cancún se acercaba y para evitar su fracaso Estados Unidos y la Unión Europea debían llegar a un acuerdo, así tuviera sólo buenas -y vagas- intenciones-.

Así ocurrió. El 13 de agosto pasado Estados Unidos y Europa presentaron un plan para llevar a Cancún, en el que, por ejemplo, se comprometen a eliminar dentro de un tiempo los subsidios a algunos productos "de particular interés" para los países pobres. ¿Cuáles? ¿Dentro de cuánto tiempo? No lo dicen.

A raíz de la gaseosa propuesta de Estados Unidos y la Unión Europea para desmontar su proteccionismo agrícola se conformó una nueva coalición de 20 países, llamada el G-20, en la que también está Colombia, y de la que hacen parte países de peso internacional como China, India, Brasil, México y Argentina, entre otros. El G-20 presentó una contrapropuesta mucho más concreta en el tema agrícola. Condiciona la apertura de otros sectores y el abordaje de los asuntos no comerciales (protección a inversiones, compras gubernamentales y normas de competencia) a que haya avances sustanciales en el frente agropecuario. "Nosotros estamos dispuestos a 'jalarle' a una ronda ampliada, en temas no necesariamente relacionados con el comercio, sólo si hay resultados en otras áreas como la agricultura", dijo a SEMANA Hernando José Gómez, quien es embajador de Colombia ante la OMC, y dentro de poco pasará a ser el negociador jefe del país en el Alca y en el eventual acuerdo con Estados Unidos.

En este punto estarán las negociaciones de la OMC cuando aterrice esta semana en Cancún la delegación colombiana, encabezada por el ministro de Comercio, Jorge Humberto Botero, y el de Agricultura, Carlos Gustavo Cano. No van solamente a hablar del agro pero, sin duda, ese será el tema crucial.

¿Qué va a pasar? Para poder finalizar con éxito las negociaciones los 146 miembros de la OMC deberán llegar a un acuerdo sobre un plan para liberar el comercio agrícola, dejando en el texto algunos espacios en blanco para rellenar después las fechas precisas y los porcentajes de reducción de subsidios. Los espacios en blanco se deberán llenar, a más tardar, en marzo de 2004. A partir de esa fecha habrá relevos en la alta burocracia europea y empezarán las elecciones en Estados Unidos, lo que meterá las negociaciones comerciales en el congelador.

Es probable que no lleguen a un acuerdo antes. En ese caso la ronda de Doha incumplirá sus plazos y se prolongará por años y años, alimentando la frustración de los países en desarrollo y minando la credibilidad de la OMC, pues esta organización se mostraría incapaz de corregir las inequidades del sistema mundial del comercio.

Un Doha eterno, de otro lado, plantearía un problema para Colombia. Ocurre que las negociaciones del Alca y de un eventual tratado de libre comercio con Estados Unidos ya están corriendo. Estados Unidos se negó a negociar sus subsidios agrícolas en el Alca porque ese es un asunto multilateral que se debe tratar en la OMC. Brasil, como cabeza del Mercosur, aceptó esto a condición de que tampoco se hablara de los temas no comerciales, como propiedad intelectual o régimen de inversiones. Así que, al parecer, en el Alca sólo se hablará de aranceles.

En un tratado con Estados Unidos, Colombia tendría que poner una cláusula para que, mientras se resuelve algo en la OMC, los agricultores del país cuenten con algún mecanismo de protección contra las ayudas que reciben los agricultores norteamericanos. Esa es la intención del gobierno, según lo manifestó el Ministro de Agricultura.

El problema, sin embargo, es de tiempo: en la OMC las discusiones son muy lentas, pero el Alca y el eventual tratado con Estados Unidos van más rápido. "La prisa en las negociaciones comerciales es pésima consejera", dijo la semana pasada el ex canciller mexicano Jorge Castañeda en un foro sobre comercio internacional organizado por el diario Portafolio. Lo decía refiriéndose a la experiencia de su país. Pero lo mismo le podría ocurrir a Colombia si se precipita a ceder en el Alca lo que la OMC no le ayudará a compensar. Es decir, si deja al campo sin la posibilidad de acudir a mecanismos de protección antes de que se elimine la competencia desleal de los subsidios.