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Descarrilados

La economía mundial enfrenta una de las peores crisis en décadas. Se asoma una recesión global.

8 de octubre de 2001

Por primera vez desde 1974 las tres principales locomotoras del crecimiento económico en el mundo se están descarrilando al mismo tiempo. Las economías de Estados Unidos, Japón y la Unión Europea están sincronizadas y van hacia abajo.

En los últimos 30 años, cuando alguno de estos polos económicos perdía impulso los otros dos podían mantener el ritmo de crecimiento de la economía mundial y sacar del estancamiento al rezagado. Pero las cosas ya no son así. Nunca las principales economías del planeta habían estado tan sincronizadas como ahora. Y a medida que todas se contagian del descenso en la actividad económica de Estados Unidos el riesgo de una recesión global parece inevitable.

Una situación que nadie hubiera previsto en septiembre del año pasado, cuando todo el mundo hablaba de los milagros de la nueva economía y había incluso quienes proclamaban el fin de los

ciclos económicos. Eran los días en los que la euforia del crecimiento de Estados Unidos se había adueñado de gurúes, macroeconomistas expertos e, incluso, de la propia Reserva Federal Estadounidense (FED).

En torno a la nueva economía se construyó toda una tesis según la cual, gracias a las nuevas tecnologías, aumentaba tanto la productividad que se podía crecer sostenidamente a tasas espectaculares. En otras palabras, se creyó que el altísimo crecimiento que se registraba no era una burbuja sino algo estructural.

La realidad, sin embargo, resultó ser otra. La economía de Estados Unidos está creciendo en estos momentos al 0,2 por ciento cuando hace sólo un año lo hacía al 5,6 por ciento. Aunque técnicamente todavía no se puede hablar de recesión (dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo) la abrupta caída estadounidense se ha regado como bola de nieve por todo el mundo.



Efecto domino

Los más perjudicados hasta el momento son los asiáticos. Japón, Malasia, Singapur, Taiwan y Tailandia han empezado a decrecer. Indonesia y Filipinas avanzan hacia el desastre. Con excepción de China, la mayoría de economías orientales están padeciendo los efectos del brusco aterrizaje gringo.

En Latinoamérica, Argentina y México ya están en plena recesión y Brasil está bastante próximo luego de que su Producto Interno Bruto cayera 4 por ciento en el segundo trimestre del año. Colombia, Venezuela, Chile y otros países —salvo Ecuador— han corregido hacia la baja sus estimaciones de crecimiento. Finalmente Europa también presenta síntomas negativos, sobre todo en Alemania y Francia.

La producción industrial conjunta de todos los países del mundo cayó 6 por ciento durante el primer semestre de 2001. Y aunque aún no hay datos definitivos el PIB mundial pudo haberse contraído en el segundo trimestre de este año por primera vez en décadas.

Incluso en 1975, cuando las economías industrializadas entraron en crisis a causa de los altos precios del petróleo, Asia y América Latina permanecieron fuertes. El PIB mundial creció 1,2 por ciento. En 1990, cuando Estados Unidos entró en recesión, Japón, Alemania y los tigres asiáticos continuaron en boom. La producción aumentó 2 por ciento.

Lo que ocurre ahora es que la economía global está tan interconectada —por el comercio y los flujos de capital— que cualquier tropiezo de uno de los jugadores se magnifica como nunca antes sobre el resto. De otro lado, el peso de Estados Unidos en la economía global ha ido en aumento, y con él su capacidad para arrastrar a los demás.



El gigante

Según cifras de Morgan Stanley, Estados Unidos contribuye con dos quintas partes del PIB mundial, bien sea directa o indirectamente (vía importaciones de productos de otros países). Sus importaciones equivalen al 6 por ciento del PIB global, casi el doble que en 1990. Es el actual destinatario del 64 por ciento de los flujos de capitales de todo el mundo cuando hace 10 años esa participación era apenas del 18 por ciento.

El año pasado las empresas norteamericanas ganaron 134.000 millones de dólares en sus filiales en el extranjero, en comparación con los escasos 58.000 millones de 1990. Aunque muchas de estas compañías extendieron sus operaciones alrededor del globo durante la década pasada, en parte para diversificar sus riesgos en caso de un mal momento económico regional, la creciente integración de las economías les dañó el escampadero. Por eso, cuando las cosas empezaron a ir mal, todo el mundo sintió el golpe.

“La excesiva dependencia que tiene el mundo entero de Estados Unidos deja al resto de naciones en una vulnerabilidad extrema frente a cualquier problema recesivo que surja en el interior de éste”, asegura Alberto Bernal, economista para Latinoamérica de Idea.

Desde ya se pronostica un severo descenso en los flujos de comercio internacional a medida que los efectos de la recesión se difundan. Según la revista The Economist el año pasado el comercio mundial mantuvo una tasa de expansión superior al 13 por ciento. Para este año se espera una modesta tasa de crecimiento de alrededor de 3 por ciento.



Las causas

¿Pero qué ha ocurrido para que Estados Unidos despierte tan bruscamente del sueño de una década de prosperidad? La respuesta es sencilla: el país ha vivido demasiados años por encima de sus posibilidades. Y como le ocurriría a una familia que gasta permanentemente más de lo que ingresa, las facturas han empezado a llegar sin posibilidad de ser pagadas.

En los últimos años han sido flujos de capital foráneo —440.000 millones de dólares el año pasado — los que han financiado la inversión necesaria para engrasar el enorme aparato productivo estadounidense. No hubiera podido ser de otra forma pues el ahorro de las familias está en tasas negativas del 0,8 por ciento mientras que su endeudamiento supera el 21 por ciento.

El castillo de naipes se había mantenido gracias a la Bolsa. Se le llamó efecto riqueza y funcionó mientras Wall Street fue generosa. Los expertos cifran en 10.000 millones de dólares el enriquecimiento financiero generado en estos años (5.500 millones en 1999), de los que una quinta parte se desinfló en 2000.

Frente al 4 por ciento de familias que en 1952 invertían en la Bolsa, en la actualidad la mitad de los hogares poseen acciones, bien directamente, bien a través de fondos de inversión o planes de pensiones. Pero cuando cayeron los mercados todo el mundo vio esfumarse su riqueza.

La inversión de capital en las empresas disminuyó y empezaron a tener dificultades para atender las deudas que habían adquirido. Muchas dejaron de producir para acomodar sus inventarios y los despidos en masa no tardaron en llegar (ver recuadro). También descubrieron las firmas que se habían ensanchado demasiado y que tenían excesos de capacidad. Un caso extremo es el de la industria de las redes de fibra óptica, cuyo porcentaje de utilización de la capacidad instalada apenas llega al 3 por ciento.



Soluciones inconclusas

Para tratar de evitar el colapso Alan Greenspan, presidente de la FED, ha disminuido siete veces en lo que va corrido del año las tasas de interés de corto plazo. Con esto se supone que el costo del endeudamiento de los consumidores y de las empresas disminuye y así las compañías y las personas tienen más dinero para gastar.

Sin embargo, mientras Greenspan recorta y recorta tasas y el presidente Bush reparte cheques a cuenta de la reducción de impuestos, muchos creen que esto no sirve de mucho. Según The Economist y algunos economistas, como Larry Summers —hasta hace poco secretario del Tesoro estadounidense—, el actual ciclo descendente de ese país es diferente a los que ocurrieron después de la Segunda Guerra. Y que, por tanto, el recetario usual para combatir la recesión no tendría la misma eficacia.

Este descenso ha sido producto más de un desplome de la inversión y no del consumo. Pero las razones que alentarían un fuerte rebote de la inversión parecen no estar del todo visibles: los inventarios siguen siendo muy elevados y los mercados accionarios continúan deprimidos. El dólar sigue tan revaluado como al principio de la baja en las tasas de interés, lo que hace menos probable la recuperación inmediata de las exportaciones. Y la economía mundial sigue tan débil como antes.

Lo cierto es que hasta el momento las señales son mixtas y muy incipientes. Hay quienes ven en los últimos datos de la economía estadounidense las primeras señales de que se avecina una recuperación. “A las medidas que ha tomado la FED hay que darles tiempo para que actúen. Normalmente una disminución en las tasas tiene efectos sólo a los seis o nueve meses”, asegura Leo Goldstein, de Salomon Smith Barney.

Lo cierto es que, a diferencia también de las recesiones pasadas, en esta ocasión la economía estadounidense está mejor preparada para defenderse. La inflación sigue bajo control y los precios de la energía han disminuido, y esto les permite a las autoridades realizar maniobras fiscales y monetarias mucho más agresivas.

En contraste Europa y Japón, por razones diferentes, no tienen mucho espacio para maniobrar en estos campos. El Banco Central Europeo necesita probar su capacidad para luchar contra la inflación, manteniendo una estricta política monetaria. En Japón el problema es aún peor. Después de una década de estancamiento los nipones tienen poco margen de maniobra. La deuda del gobierno ha subido a 129 por ciento del PIB y los bancos ya han rebajado las tasas de interés casi a cero. Mientras tanto el sistema bancario continúa languideciendo y los balances corporativos están inflados con activos sobrevalorados.

Con este panorama todavía es probable una recesión global. Si la economía estadounidense no responde favorablemente a las medidas de choque que le están aplicando el mundo habrá perdido su última defensa contra la recesión global.