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Tratado de libre comercio

Desgranando la mazorca

Una de las cartas más difíciles de negociar en el TLC es la del maíz. Para Colombia, no sólo está en juego la subsistencia de cientos de miles de campesinos, sino que es una cuestión de seguridad nacional.

13 de marzo de 2005

Cuandó Colón se topó con América, no andaba en busca de un nuevo mundo, sino de una ruta más corta, fácil y segura para llevar a Europa las preciadas especies de Oriente Medio. Pero descubrió algo más valioso: el maíz, ese grano duro y blanco o amarillo superior en productividad a cualquier cereal del Viejo Mundo. Cinco siglos después el maíz es la pieza clave del ajedrez agrícola del Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Colombia y Estados Unidos, que esta semana arranca su octava ronda de negociación en Washington.

Lo que está en juego no es poco. En el tablero del TLC, el que pierda la ficha del maíz pierde una parte importante de la partida agrícola. El maíz es uno de esos productos que son hipersensibles tanto para Estados Unidos como para Colombia. Además de ser uno de los cultivos que mayor área agrícola cultivada ocupa en ambos países, es el principal insumo de la industria de alimentos balanceados y de la avícola.

Estados Unidos tiene claramente un interés ofensivo. Vender su maíz, el producto bandera de los norteamericanos, es una de sus metas con el TLC. Razones no le faltan al Tío Sam. Estados Unidos es el primer exportador de maíz en el mundo y controla el 70 por ciento de su mercado global. De los 500 millones de toneladas que produce anualmente, exporta 45 millones. Tres agroindustrias, Cargill, Archer Daniels Minland (ADM) y Zen Noh exportan más del 80 por ciento del maíz gringo.

El maíz es un importante caballito de batalla de la política de Estados Unidos. La reciente victoria del presidente George W. Bush fue en buena medida gracias a que barrió en el medio oeste norteamericano, más conocido como el Corn Belt (cinturón del maíz), conformado por los estados de Iowa, Illinois, Minnesota, Nebraska, Kansas y Ohio. Los granjeros de esos y otros estados recibieron del gobierno Bush una lluvia de dólares a través del programa de subsidios más caro de la historia, el 'Farm Bill 2002', que prevé una asistencia de 180.000 millones de dólares por 10 años; es decir, 18.000 millones anualmente.

Una buena parte de estos enormes subsidios, pagados con el dinero de los contribuyentes norteamericanos, va a parar a las manos de los cultivadores de maíz. Gracias a esa ayudita del gobierno, los granjeros de Estados Unidos exportan el maíz 25 por ciento por debajo de sus costos de producción.

Las ventas de maíz a Colombia son particularmente importantes para Estados Unidos, debido a que muchos países se rehúsan a aceptar maíz modificado genéticamente. Europa ya no importa maíz estadounidense por esta razón, y es probable que Japón y varios países del este de Asia sigan el ejemplo. Colombia, en cambio, es uno de los más importantes compradores de maíz norteamericano. De los dos millones de toneladas que se importan al año, 80 por ciento vienen de Estados Unidos. Esto, debido a que la producción nacional, que es de un millón de toneladas anuales, no cubre las necesidades de la industria (tres millones de toneladas por año).

En la negociación del TLC, Estados Unidos exige el acceso inmediato al mercado colombiano del maíz amarillo y que se abra el mercado, durante 10 años, al maíz blanco. En cristiano eso significa permitir su importación de Estados Unidos libre de aranceles cuando entre en vigencia el TLC, dado que el 92 por ciento del maíz que importa Colombia es amarillo.

El quid del asunto es que mientras Estados Unidos le pide a Colombia desmontar los aranceles, Colombia no le puede pedir a Estados Unidos que quite las ayudas internas que otorga a sus granjeros. La razón es simple. En un TLC se negocian los aranceles pero no las ayudas internas, ya que éstas se negocian en el ámbito multilateral de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Un hecho preocupante si se tiene en cuenta que mientras en Colombia el 77 por ciento de la protección al sector agropecuario corresponde a aranceles y el 23 por ciento, a ayudas internas, en Estados Unidos los datos son inversos: 23 por ciento corresponde a aranceles y 77 por ciento, a ayudas internas.

Ingresar a un libre comercio con el principal productor y exportador de maíz del mundo, sin considerar la gran asimetría existente, sería la ruina de los maiceros colombianos. El precio interno del maíz se reduciría en 32 por ciento en términos reales, lo que ocasionaría una contracción del 18 por ciento en el área cosechada, según un estudio realizado para el Ministerio de Agricultura, 'La agricultura colombiana frente al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos'.

Según dicho estudio, en el caso en que ingresara maíz gringo al país sin ningún tipo de barrera arancelaria, el ingreso bruto de los productores se reduciría en 43 por ciento (en pesos constantes de 2002) y el empleo del sector maicero caería 18 por ciento. Así, la primera factura iría con cargo a las 392.000 familias que cultivan este producto en el país, en pequeñas parcelas o minifundios de aproximadamente tres hectáreas.

Lo malo es que esta reducción en el precio del maíz no se traduce en precios más bajos de los alimentos del mercado. En México, cuando por el Nafta bajó el precio interno del grano, el precio de la tortilla de maíz -el principal insumo de la dieta mexicana- no bajó. Por el contrario, aumentó 279 por ciento. Mientras tanto, los productores de maíz vieron desplomarse sus ingresos en 70 por ciento y el maíz norteamericano se apoderó de un tercio del mercado mexicano, según un estudio de la ONG británica Oxfam.

Aunque México negoció con Estados Unidos un período de desgravación del maíz de 15 años -que termina en cuatro años-, la invasión de maíz del medio oeste estadounidense le ha costado hasta el momento 1,7 millones de puestos de trabajo en el sector agrícola, y la pérdida de ingresos importantes para casi 15 millones de pequeños agricultores.



LOS CUARTOS TRASEROS

Al igual que casi todos los productos agrícolas, el maíz forma parte de una cadena productiva: es el principal insumo de la agroindustria de alimentos balanceados y la avicultura.

Aunque el sector avícola importa 1,4 millones de toneladas de este grano, su caso es uno de los más complejos de la negociación del TLC. Estados Unidos es el mayor exportador mundial de carne de pollo (33 por ciento en 2002) con un promedio 2,4 millones de toneladas por año. Sin embargo, el 94 por ciento de esas exportaciones corresponden a trozos de pollo, especialmente piernas y cuartos traseros. Esto se debe a que en Estados Unidos los consumidores sólo compran la pechuga y las alitas de pollo. Las otras presas son tratadas como desechos. Por eso, las empresas gringas productoras de pollo tratan de exportar esos 'residuos' a países donde sí son apetecidos, como Colombia. Y los vende a menos de la mitad de precio de la carne de pollo entero.

Estados Unidos busca exportar esos trozos de pollo a Colombia, al igual que a los otros países con los que negocia o ha negociado tratados de libre comercio. Hasta ahora los avicultores colombianos han estado protegidos de esa distorsión en el consumo de Estados Unidos gracias a los aranceles y a las franjas de precios. Pero si éstos se eliminan, como quiere Estados Unidos, las piernas y cuartos traseros de pollo que llegarían al país entrarían literalmente a precios de 'huevo'. Esto podría significar la quiebra de un sector que emplea directa e indirectamente a 240.000 colombianos en más de 300 municipios y que produce 1.400 millones de dólares al año.

De nada les sirve a los avicultores del país la adquisición de un maíz más barato si, por otro lado, se pone en grave riesgo la supervivencia de toda la industria avícola. Pero tampoco de nada les sirve a los maiceros colombianos que el gobierno negocie un TLC en el que se protejan los trozos de pollo y no el maíz. No sería justo sacrificar a los maiceros a cambio de salvar los intereses de los avicultores, en buena medida grandes empresas.

El maíz y toda la cadena debe ser tratada con sumo cuidado en la negociación del TLC. El caso de México es un ejemplo aplicable a Colombia de los riesgos que los tratados de libre comercio (si no se negocian con gran cautela) le pueden generar aun a cultivos en que el país menos desarrollado es eficiente.

Colombia ha dicho que no negociará el tratado sin incluir mecanismos para compensar, contrarrestar o anular las ayudas internas que otorga Estados Unidos a sus productores. Pero aun si el TLC preservara mecanismos de estabilización de precios como las franjas de precios (que eleva el arancel que protege a cada producto cuando su precio internacional cae y lo reduce cuando su precio internacional sube), se va a sentir el golpe. En un escenario de TLC con franjas de precios, la pérdida en empleo e ingresos laborales en el sector maicero sería del 9 por ciento, la mitad de lo que se perdería en el escenario sin franjas de precios.

Por encima de todo, el maíz es un producto fundamental para la seguridad nacional, dada la cantidad de área cultivada en el país y el empleo que genera en el campo. Cuando se compra maíz a un campesino, se evita que éste se vaya a las ciudades o, peor aún, sustituya el grano por cultivos ilícitos. Es decir, no se trata sólo de los posibles efectos negativos sobre un sector que produce mucho empleo y riqueza, sino del impacto que pueda tener sobre la paz.

Se resume en una frase del presidente Álvaro Uribe: "Una agricultura débil equivale a un terrorismo fuerte". Y, se podría añadir, equivale a dejarle un campo de expansión al narcotráfico. Y no tendría mucho sentido que Estados Unidos por un lado le esté regalando a Colombia miles de millones de dólares (3.000 millones en los últimos cinco años para ser precisos) para ayudarle a combatir el narcotráfico y fumigar los cultivos ilícitos, y por el otro fuerce al país a firmar un tratado de libre comercio que deje a cientos de miles de campesinos en alto riesgo de convertirse en sembradores de coca, el cultivo más rentable de todos.

Por eso, a diferencia de otros países que han firmado el TLC con Estados Unidos, la mayor carta de negociación que puede tener Colombia en el terreno del maíz y la avicultura es política. Es cuestión de coherencia. Tanto esfuerzo que han hecho ambas naciones para acabar con los narcocultivos y combatir la violencia que trae el narcotráfico no puede ponerse en riesgo, para permitirles a unas cuantas multinacionales ganar un mercado más.