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EL ACABOSE FUE EN MAYO

El Dane confirma las expectativas sobre la disparada de la inflación

15 de julio de 1985


Fue uno de los secretos peor guardados de los últimos meses. Después de que la escalada alcista de comienzos del año preocupara a los miembros del gobierno e hiciera formular los consabidos planes contra la carestía, los resultados del mes de mayo probaron que tales esfuerzos fueron vanos al conocerse que, según el Dane, los precios aumentaron en 4.52% durante el mes pasado y que el acumulado para 1985 va en 16.67%, cifra superior a la observada durante todo 1983. La revelación causó estupor entre los miembros de la administración, quienes se descontrolaron al saber la noticia. En contraste con el trámite normal de la información que suministra el Dane respecto a precios, la cual se da a conocer dentro de los primeros cinco días de cada mes, la emisión del boletín correspondiente a mayo se "trancó por orden de arriba, durante una semana", según un técnico de la entidad estatal.

En el intervalo, el gobierno inició una de esas arremetidas publicitarias que no hicieron sino crear sospechas entre la opinión. A mediados de la primera semana de junio varios funcionarios proclamaron a través de los diferentes medios de comunicación que las cosechas del segundo semestre van a traer baja en los precios de los artículos de primera necesidad y una mejoría de la situación. "Sencillamente se trataba de amortiguar el golpe", reconoció un economista del Departamento Nacional de Planeación.

Pero con o sin presentaciones de funcionarios públicos por televisión, el golpe fue el mismo. El empeoramiento de la inflación ha sido, junto al desempleo, el gran descalabro del equipo económico que inició su gestión hace cerca de un año. Pese a que los resultados de los años anteriores hicieron creer que Colombia ya había resuelto su problema de inflación, lo que va de 1985 ha comprobado que no es así.

La espiral fue iniciada por el mal comportamiento del clima a finales de 1984. Las fuertes lluvias que azotaron la zona media del país, fueron seguidas por sequía y heladas en la cordillera, las cuales afectaron notoriamente los rendimientos agrícolas. Como resultado, el suministro de productos básicos disminuyó, produciendo automáticamente, aumentos en los precios. Es así, como en cinco meses los precios de la carne y el arroz se incrementaron en cerca de un 30%, los del frijol y el maíz en casi un 40% y el del plátano se duplicó. Un caso que merece consideración especial es el de la papa, elemento indispensable en la dieta del pueblo colombiano, cuyo precio se quintuplicó entre diciembre y mayo.

Aparte de ser consecuencia del clima, la situación descrita también es culpa del gobierno, según los conocedores del tema. Al parecer, los miembros del equipo económico se ocuparon en las soluciones a la crisis externa y el problema fiscal, concentrando todos sus esfuerzos en las negociaciones con el Fondo Monetario y los bancos privados internacionales, dejando de lado el tema de la inflación, pues se creía que ya estaba controlada. Sin embargo, cuando los resultados empezaron a llegar, surgieron los lunares: el crédito agrario se había restringido, las importaciones de alimentos fueron mal manejadas y se creyó que las alzas iniciales eran manifestaciones pasajeras. Más aún, el gobierno se confió debido a que 1984 fue un año relativamente bueno para el sector agrícola en su conjunto. Lamentablemente, no se tuvo en cuenta que el mejoramiento se debió a cultivos como el algodón, cuya área sembrada se duplicó, y no como consecuencia de que la producción de alimentos se hubiera aumentado.

La situación anterior probablemente se corrija en los próximos meses cuando se esperan buenas cosechas, debido a que los altos precios del primer semestre han estimulado las siembras. La predicción gubernamental respecto a una eventual baja en el costo de los alimentos se debe cumplir si hay abundancia en la oferta de productos. No obstante, lo anterior no permite vislumbrar el fin de la espiral alcista. En opinión de los expertos, el alza en los precios agrícolas se ha transmitido al resto de la economía, presionando aumentos en los demás bienes. De tal manera, es dudoso que así la papa baje de precio, los productos no agrícolas lo hagan.

Semejante circunstancia pone en aprietos algunas de las bases del programa de ajuste acordado por el gobierno con el Fondo Monetario Internacional. Por una parte, los planes de devaluación del peso han tenido que ser revisados debido a la mayor inflación, prolongando la tan ansiada recuperación de las exportaciones, y apuntalando los costos de las materias primas importadas. Adicionalmente, la escalada en los precios puede poner nerviosos a los banqueros internacionales, quienes confían en la estabilidad de la economía para hacerle préstamos a Colombia.

Sin embargo, el problema más grave es el efecto de la inflación sobre los salarios. Las alzas registradas han llevado a que por primera vez en lo que va corrido de esta década, el poder adquisitivo de empleados y obreros se disminuya notoriamente, creando malestar a todos los niveles. Tal situación ha contribuido a empeorar el clima laboral --ya de por sí tenso-- y amenaza seriamente la estabilidad de la economía.

De hecho, las predicciones sobre el futuro son cada vez más pesimistas.

"Por más bien que le vaya, el gobierno no podrá limitar la inflación este año a menos del 25%", aseguró la semana pasada un investigador independiente. Esta opinión, confirma la presencia en Colombia de los tres peores males que puede soportar una economía: inflación, recesión y desempleo. En los últimos meses la presión se había logrado contener, pero con los resultados recientes los especialistas se están preguntando si el gobierno ya se quedó sin ases bajo la manga.--