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EL ACORAZADO

A pesar de la marea asiática,la economía norteamericananavega en las aguas más prósperas de su historia.

6 de abril de 1998

Hace una decada la pérdida de la supremacía económica de Estados Unidos frente al ascenso imparable del Japón se cernía como un nubarrónsobre la conciencia colectiva de los norteamericanos. El libro Japón como No.1 del profesor Ezra Vogel de la Universidad de Harvard alcanzaba la cima de las listas de los best sellers y día tras día iconos de la cultura estadounidense como el Rockefeller Center, los estudios Columbia Pictures y el campo de golf de Pebble Beach caían en manos de los conglomerados japoneses y su todopoderoso yen. En uno de los chistes de moda de la época un desalentado padre norteamericano le preguntaba a otro: "¿Qué quieres que sea tu hijo cuando grande?", a lo que éste le respondía, "un japonés". El pesimismo económico era generalizado y la añoranza de las décadas doradas de los 50 y 60, el pasatiempo nacional.
Hoy los papeles han cambiado. Mientras en el país del sol naciente no se vislumbra el fin de una recesión que ya cumple siete años, en Estados Unidos el consenso de los expertos es que la economía norteamericana se encuentra en el mejor momento de su historia. Algunos, incluso, proclaman el fin de los ciclos económicos tradicionales en el país del norte y el surgimiento de un nuevo paradigma de crecimiento sostenido con baja inflación.
Las señales de prosperidad y optimismo están por todas partes. En el ámbito macroeconómico, la tasa de desempleo ha alcanzado su nivel más bajo del último cuarto de siglo _4,9 por ciento_, el producto interno bruto lleva siete años de crecimiento positivo, la inflación está cercana al cero y el déficit del gobierno ha prácticamente desaparecido. Desde el punto de vista micro, los indicadores son igual de alentadores. El crecimiento en las ventas y utilidades de las empresas norteamericanas no tiene precedentes. Firmas como Microsoft, Intel y Disney lideran los sectores de más dinamismo de la era posindustrial y extienden sus tentáculos alrededor del mundo. Las bolsas norteamericanas, animadas por estos resultados, han subido de manera desenfrenada. Desde el crash de octubre de 1987, el índice Dow Jones de la Bolsa de Nueva York se ha cuadriplicado. Y en las últimas dos semanas, a pesar de la persistente incertidumbre en el Asia, el Dow Jones estableció nuevos récords durante cinco sesiones consecutivas.
Ahora bien, esto no significa que la economía norteamericana esté exenta de problemas. A pesar del rápido crecimiento de los últimos años, el 11 por ciento de las familias estadounidenses siguen viviendo en pobreza. Además, la brecha entre ricos y pobres _o más específicamente entre aquellos que tienen educación superior y aquellos que no la tienen_ ha aumentado. Muchos trabajadores en sectores de la industria tradicional, incluso, han visto una disminución en sus ingresos reales.
Sin embargo, a pesar de estos lunares, la expansión de los 90 ha sido más equitativa que la de los años 20 y, a diferencia de la de los años 60, no está fundamentada en los gastos de una economía de guerra y por lo tanto parece más sostenible. Además, con el ingreso de más mujeres a la fuerza laboral, la disminución del salario promedio _tendencia que se reversó en 1995_ no ha significado un deterioro de los ingresos familiares. De hecho, el ingreso anual promedio por familia en Estados Unidos se encuentra hoy cercano a los 54.000 dólares _unos 73 millones de pesos_.

'La nueva economía'
Hoy, el debate entre los observadores de la economía norteamericana gira en torno de si el actual boom es solamente el pico de un ciclo económico inusualmente largo, el cual inevitablemente será seguido de una recesión, o si es, por el contrario, el comienzo de una nueva era de crecimiento sostenido sin precedentes. Los proponentes de la segunda teoría, quienes hablan de "la nueva economía", sostienen que el auge se debe a cambios estructurales, y que por lo tanto, si bien no significa el fin de las recesiones, sí significa que la economía norteamericana nunca volverá a ser la misma. En su concepto, estos cambios debilitan la relación tradicional entre el empleo y la inflación. Por este motivo, hoy la economía puede crecer a una tasa más alta sin desatar mayor inflación.Su tesis se basa en dos tendencias fundamentales: la globalización y la revolución informática. La expansión del capitalismo occidental a todos los rincones del planeta desde el fin de la guerra fría está convirtiendo al mundo en un mercado único. En este contexto, las oportunidades de crecimiento _bien sea a través de inversión directa o exportaciones_ y de obtención de economías de escala para las empresas líderes a nivel mundial se han multiplicado. Además, la globalización ha desatado un aumento en la competencia que impone fuertes controles sobre los precios de muchos bienes y servicios. La presión de sus competidores internacionales hace que las empresas norteamericanas, en vez de subir sus precios, busquen aumentar sus márgenes a través de mejoras en su productividad.
La creciente importancia de la industria de la informática en la economía global ha sido otro de los pilares de la bonanza norteamericana. Las particularidades de esta industria _paga buenos salarios, reduce los precios de sus productos año tras año y además beneficia con sus desarrollos a todos los demás sectores de la economía_ contrastan con las de otras que han servido de motores de expansiones económicas en épocas pasadas. Las empresas del país del norte no solo son líderes indiscutidas en la producción de tecnología y software a nivel internacional, sino que además, las que no pertenecen a ese sector, son pioneras en la implementación de soluciones informáticas para mejorar sus procesos productivos y administrativos. Las cifras más recientes revelan que entre una cuarta y una tercera parte del crecimiento total de la economía estadounidense se puede atribuir directamente a la revolución informática.
Aunque estos dos cambios estructurales seguramente seguirán incidiendo positivamente sobre el desempeño de la economía norteamericana en general, hay otros factores que han confluido para producir el auge actual que no necesariamente perdurarán. El primero es que el equipo económico del gobierno, conformado por la llave entre Alan Greenspan _presidente del banco central_ y Robert Rubin _secretario del Tesoro_, se ha ganado la plena confianza de los inversionistas. Además, la estabilidad política y ausencia de grandes conflictos que ha caracterizado al mundo durante esta década también ha contribuido a la prosperidad norteamericana. El 'dividendo de la paz' no ha sido nada despreciable. El gasto militar de Estados Unidos se ha reducido de un 6,1 por ciento del producto interno bruto en 1987 a un 3,2 por ciento en 1996 sin por ello sacrificar la supremacía de las fuerzas estadounidenses. Finalmente, los bajos precios de las materias primas y la fortaleza del dólar han contribuido a mantener los costos de producción a raya.
¿Hasta cuándo?
Los observadores más pesimistas _muchos de los cuales vienen vaticinando un cambio de tendencia en las bolsas norteamericanas desde hace más de dos años_ temen que Estados Unidos pueda correr en el futuro cercano la misma suerte que corrió Japón a finales de los años 80. En ese entonces, la burbuja especulativa que había dado lugar a precios astronómicos de los títulos financieros y la propiedad raíz _se decía que unas cuantas cuadras en el elegante distrito de Ghinza en Tokio valían más que todo el estado de California_ reventó sumiendo al país en una crisis financiera de la que todavía no se ha logrado recuperar.Sin embargo, este escenario parece poco probable en el mediano plazo. Aunque la crisis asiática probablemente producirá una disminución del ritmo de crecimiento en la economía global, también contribuirá a reducir las presiones inflacionarias, particularmente en economías como la de Estados Unidos que están funcionando a capacidad. Además, todo parece indicar que el proceso de globalización económica continuará, lo cual seguirá creando oportunidades de crecimiento para el sector privado particularmente cuando, como es el caso del norteamericano, es el más competitivo del mundo. Lo mismo es cierto para la industria de la informática en la cual la demanda parece insaciable y la velocidad del desarrollo tecnológico incontenible. Por lo tanto, todo hace prever que Estados Unidos seguirá siendo el dínamo de la economía mundial. Además es probable que los procesos que han contribuido a su éxito se trasladen gradualmente a los demás países del orbe.
No obstante, a pesar de la fortaleza que hoy exhibe la nave insignia de la economía global, no hay que perder de vista que las grandes naves también pueden hacer agua, como lo demuestra la historia del Titanic.