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El final del túnel

Un codirector del Banco de la República hace un balance económico del 2000 y evalúa las perspectivas del año que comienza.

Salomon Kalmanovitz
5 de febrero de 2001

En el año que terminó Colombia continuó recuperándose de la grave crisis internacional que la asoló en 1998 y 1999. Todos los sectores de la economía crecieron en 2000, a excepción de la construcción y del sector financiero, en los cuales se va despejando lentamente el panorama jurídico. La industria manufacturera se ha tornado en el líder del proceso, con crecimientos mayores al 8 por ciento frente al año anterior. La economía en su conjunto crecerá por encima del 3 por ciento pero si se le sustrae el petróleo, cuya producción está cayendo por agotamiento de los pozos, mejoraría considerablemente el guarismo. La crisis fue agravada por severos desequilibrios macroeconómicos en las cuentas externas y fiscales de la Nación. En el primer trimestre de 1998 el balance en cuenta corriente —la diferencia entre las exportaciones e importaciones de bienes y servicios— era equivalente a 8 por ciento del PIB, unos 7.000 millones de dólares. En cambio, a la fecha, hay equilibrio externo, lo cual explica la relativa estabilidad de la tasa de cambio y las bajas tasas de interés. Mientras que el déficit fiscal consolidado alcanzaba el 6,1 por ciento del PIB en 1999 hoy se ha reducido a 3,6 por ciento. Esto se debe en buena medida a la bonanza petrolera de precios pero también a un ajuste de gasto público bastante fuerte. Las perspectivas de continuar ajustando el gasto público al recaudo de impuestos son buenas. La reforma tributaria fue aprobada y, aunque no fue la más eficiente posible, sí contribuye a reducir la brecha fiscal en el corto plazo. Las perspectivas de las reformas constitucionales estructurales están en marcha, de tal modo que posiblemente el déficit fiscal va a ser más manejable a mediano plazo. Con ello vendrá el retorno de la confianza en el país, bajarán los márgenes sobre su deuda soberana, lo que inducirá importantes inversiones en el país hacia el futuro, tanto de colombianos como de extranjeros. El crecimiento económico ha sido motivado por la devaluación de la tasa de cambio real y las bajas tasas de interés, también propiciadas por una política monetaria que apoya la reactivación de la economía. Las exportaciones no tradicionales, sobre todo las industriales, han tenido un repunte de cerca del 20 por ciento en lo corrido del año. Las importaciones se mantienen moderadas, habiendo sido sustituidas en las ramas pertinentes por producción local, lo cual explica un excedente en la cuenta comercial que se manifiesta como una mayor demanda sobre la producción nacional. El peso de la deuda pasada del sector productivo ha sido aliviado por las bajas tasas de interés y su reticencia a endeudarse nuevamente contribuye a mantenerlas bajas. La devaluación real colombiana ha sido posible por la obtención de inflaciones inferiores a las metas propuestas. La salida de capital que sufrió la economía de 1998 en adelante condujo a una devaluación nominal sustancial mientras que la estabilidad de precios la consolidó en términos reales. Ecuador ha sufrido de revaluación pues a pesar de que su economía está dolarizada la inflación sigue en guarismos altos (91 por ciento en 2000), reflejo de emisiones monetarias excesivas en 1998 y 1999. Venezuela, a su vez, mantiene inflaciones de dos dígitos lo que, conjuntamente con la bonanza petrolera, ha revaluado su tasa de cambio real en forma notoria. A estos dos países los envolvió la crisis internacional con mayor fuerza que a Colombia, viéndose impedidos a reducir sus respectivas inflaciones. Ello explica la ebullición comercial en ambas fronteras a favor de los negocios colombianos y revela, en general, que el crecimiento económico se ha vuelto sostenible para el país. La reducción de la inflación ha contribuido a un aumento fuerte de los salarios reales de los trabajadores. En 1999, con ajustes salariales del 16 por ciento e inflación del 9,2 por ciento, las ganancias de poder adquisitivo fueron de alrededor de 7 por ciento. En 2000 hubo ajustes del 10 por ciento contra una inflación que terminó en 8,75 por ciento, lo que arroja una ganancia de poder adquisitivo adicional. No es de sorprender, entonces, que se alcanzara un acuerdo entre trabajadores, patronal y gobierno —que se han logrado en muy pocas ocasiones en el pasado— sobre la magnitud del salario mínimo para 2001. La estabilidad de precios contribuye de esta manera a la tranquilidad política y social. Mientras esta es una ganancia neta para los trabajadores, pues fortalece su poder de compra, significa también un encarecimiento de la mano de obra y un mayor desempleo en las empresas que no logran aumentar su productividad. Ya se han recuperado muchos de los puestos de trabajo perdidos durante la crisis y seguramente el Consejo de Estado y la Corte Constitucional van a enviar señales de que el nuevo sistema de financiación de vivienda queda en firme. Una vez que esto suceda muy posiblemente se desatará la construcción, que lleva cinco años de vacas flacas, pues hay una demanda latente grande por vivienda que ya se manifiesta en una leve reactivación del sector. Si la construcción se reanima definitivamente crecerá sustancialmente el empleo y quedará atrás lo peor de la crisis. Las perspectivas de seguridad no son las mejores pero se puede anotar que, a pesar de ellas y con los enormes costos implicados en los daños a la infraestructura, en el transporte y en la defensa de los negocios frente a distintos depredadores, la economía ha logrado recuperarse y puede continuar haciéndolo. Eso demuestra que Colombia cuenta con una combinación de recursos y políticas que inducen al crecimiento a pesar de tantas adversidades. Una reducción en la intensidad del conflicto podría propiciar tasas de crecimiento mucho mayores hacia el futuro.