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Paul Krugman

ENTREVISTA

El malo de la película

Paul Krugman, uno de los economistas más respetados del planeta, se ha hecho famoso por ir contra la corriente. SEMANA habló en exclusiva con él.

15 de julio de 2006

Es el enfant terrible de la escena política y económica estadounidense. Su discurso deja siempre mal parado a todo el mundo, en especial al gobierno de George W. Bush, al que le da garrote cada vez que puede con críticas acérrimas. Por eso ocupa un puesto de honor en la galería de demonios de esa administración, al lado de figuras como el cineasta Michael Moore. Con el agravante de que no es un hombre marginal, sino alguien que ha trabajado en el seno del establecimiento, como asesor de la Casa Blanca, del Fondo Monetario Internacional y de la ONU.

Krugman es uno de los economistas más ilustres, respetados y reconocidos del mundo. Entre otras cosas, porque su nombre siempre se evoca en cualquier quiniela al premio Nobel de Economía. Si bien ese instante de gloria en el Olimpo de los grandes pensadores aún está por llegar, lo cierto es que ya ocupa un puesto importante en el curubito de intelectuales económicos como Joseph Stiglitz y Amartya Sen. En el año 2004 ganó el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, y en 1991, la prestigiosa medalla John Bates Clark, concedida por la Asociación Económica Norteamericana. Todas esas credenciales han hecho que la revista británica The Economist lo defina como el "economista más célebre e influyente de su generación".

Por eso la Bolsa de Valores de Colombia decidió invitarlo como plato fuerte de la celebración de su quinto aniversario. En una charla que duró poco más de una hora, Krugman habló sobre el futuro de la economía internacional ante unas 300 personas, en Bogotá. Y la verdad es que al igual que su pasión por Isaac Asimov, el tótem de la ciencia ficción, Krugman parece estar dotado de un peculiar instinto de predicción.

SEMANA: Durante su conferencia, usted dijo que la Bolsa de Valores de Colombia es la que más se ha desplomado de todo el mundo. ¿A qué le atribuye ese derrumbe?

PAUL KRUGMAN: A veces, para tener la mayor caída, hay que tener la mayor subida. Y eso es lo que ha pasado con la Bolsa colombiana.

SEMANA: Pero debe haber un factor adicional que esté presionando hacia abajo las acciones colombianas más que el resto...

P.K.: Creo que hay mucha especulación. Existen personas que tratan de pescar en río revuelto. A ellas les conviene sembrar nerviosismo. Cuando las personas están asustadas, salen a comprar o vender sin saber a ciencia cierta qué es lo que están haciendo.

SEMANA: ¿Será que ya nadie hace análisis? ¿Nadie mira lo fundamental?

P.K.: En la Bolsa siempre hay menos análisis de lo que uno espera. De hecho los inversionistas son irracionales por eso.

SEMANA: ¿Pero no deberían las personas al menos mirar los estados financieros de las compañías? Por lo menos para saber si las acciones están caras...

P.K.: La mayoría de los análisis se construye como modelos perfectos de laboratorio, pero guardando poca relación con la realidad. Casi nadie se pone a dividir el precio de una acción sobre la utilidad de la misma para saber si está cara o barata.

SEMANA: ¿Ni siquiera los 'traders'?

P.K.: Ni siquiera ellos, porque también se dejan llevar por la euforia del momento. Mire, por ejemplo, lo que pasó en Estados Unidos a finales de la década de los 90 con las acciones de las empresas 'punto-com'. El auge de estas compañías tenía descrestados a los inversionistas, pese a que ninguna de ellas daba un peso de utilidad. Después estalló la burbuja y varios se quedaron con los pies en la calle.

SEMANA: El problema adicional en Colombia es que la Bolsa está concentrada en muy pocas manos. De hecho, sólo el 4 por ciento de los hogares tiene acciones...

P.K.: De alguna forma eso es bueno. Las fluctuaciones de la Bolsa no afectan tanto la economía. En cambio, la mitad de los estadounidenses tiene acciones, lo que significa que cualquier movimiento tiene grandes repercusiones. Un crash y nos lleva por delante.
SEMANA: El problema es que la caída del mercado bursátil asustó a muchas empresas colombianas que iban a salir a Bolsa este año...

P.K.: Aunque el mercado de acciones sea una ruleta, nadie niega que, como medio de financiación, es excelente. Las economías maduras tienen todas unos mercados de capitales muy desarrollados y sofisticados.

SEMANA: Ni tan sofisticados, a juzgar por la reciente ola de escándalos corporativos al estilo Enron...

P.K.: Nosotros solíamos ufanarnos hace unos años de tener grandes prácticas de gobierno corporativo. Recuerdo que Larry Summers, presidente de Harvard y ex secretario del Tesoro, decía eso donde quiera que iba. Y ahora la verdad es que ningún estadounidense tiene moral para hablar de ese tema.

SEMANA: Teniendo en cuenta que este es un mercado que apenas tiene cinco años, ¿qué recomendación tiene?

P.K.: Lo más importante es tener una muy buena contabilidad. Y ser muy exigentes en la vigilancia y el control de los emisores y los inversionistas

SEMANA: Usted siempre crítica la administración Bush por sus rebajas fiscales a los ricos. Acá en Colombia se aproxima una reforma tributaria que le da mucha zanahoria a las empresas. ¿Qué opina de eso?

P.K.: La verdad es que los incentivos tributarios a las empresas no garantizan un aumento de la inversión ni del crecimiento y sólo benefician a la gente rica.

SEMANA: Cambiando de tema, ¿qué va a pasar con las tasas de interés en Estados Unidos?

P.K.: Creo que van a subir más. Probablemente en un cuarto de punto. Ha habido una sobrerreacción al respecto. Me da la impresión de que el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, está demasiado preocupado con la inflación. Se le está yendo la mano.

SEMANA: Sigamos con la futurología. ¿Será que los precios del petróleo sí pueden llegar a los 100 dólares el barril, como dicen algunos analistas?

P.K.: Dios quiera que no. En el nivel en que están ahora no veo mayores problemas, pero si sube unos 25 dólares más, ahí sí la cosa se puede empezar a poner muy fea. Para que sea así, sólo necesitaríamos una confrontación militar con Irán o una mala temporada de huracanes en el Golfo de México. Lo peor es que las dos son factibles.

SEMANA: A pesar de sus críticas contra la política económica de Bush, Estados Unidos continúa siendo el principal motor de la economía mundial y en el primer trimestre de 2006 creció 4,8 por ciento. ¿Qué opina al respecto?

P.K.: No está mal. Pero hay dos burbujas ahí: la primera es la del sector inmobiliario, y la segunda es la del dólar, que sigue siendo financiado por los bancos centrales de otros países. Esto se debe a la sorprendente determinación de otros países de continuar financiando el déficit de cuenta corriente de Estados Unidos.

SEMANA: ¿Qué va a pasar entonces con el dólar?

P.K.: Yo sé para dónde va, lo que no sé es cuándo va a pasar lo que yo sé. Mi pronóstico es que vamos a ver una caída del dólar del 25 por ciento en total.

SEMANA: Entonces, ¿continúa pesimista en relación con la economía norteamericana?

P.K.: Existe una alta posibilidad de un 'aterrizaje forzoso' en Estados Unidos. Yo creo que vamos a tener una desaceleración mundial en unos seis meses. No digo recesión porque puede sonar muy brusco.

SEMANA: La moda en Latinoamérica son los gobiernos de izquierda: Chávez, Lula, Kirchner y Evo Morales. ¿Qué piensa de eso?

P.K.: Era inevitable ese giro a la izquierda. Sobre todo después de que las políticas del Consenso de Washington probaron no ser suficientes. El resultado fue el ascenso de gobiernos que, en diversos grados, rechazan las políticas que se perciben como 'made in USA'. El presidente de Venezuela es el más desafiante. Pero el ejemplo más dramático de ir contra la corriente es Argentina, en otro tiempo la mimada de Wall Street y de los think tanks.

SEMANA: ¿Deberían otros países latinoamericanos seguir su ejemplo y no continuar oyendo al FMI?

P.K.: Lo importante es que los países decidan por sí solos. Nadie, hasta el momento, ha sufrido la catástrofe de Argentina, a la que no culpo por querer tener independencia y no seguir las recetas de nadie.