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¿Justicia divina?

Murió el fundador de Enron, Kenneth Lay, símbolo de la corrupción y de los excesos en el mundo empresarial.

8 de julio de 2006

Muchos pensaron que se había suicidado para no ir a la cárcel. Al fin y al cabo, hace seis semanas fue hallado culpable de fraude y conspiración y se enfrentaba a decenas de años en prisión. Pero al parecer, lo que mató al fundador y ex presidente del gigante energético Enron fue un ataque al corazón. Kenneth Lay, de 64 años, estaba en su casa de descanso en Colorado, Estados Unidos, a la espera de conocer su sentencia, cuando le dio un infarto. Y fue justamente esa coincidencia la que dio pie para que Wall Street y algunos medios europeos postularan la hipótesis de que se había quitado su vida.

La noticia cayó como un balde de agua fría en el mundo de los negocios. Y dejó un sabor amargo entre los miles de empleados e inversionistas de Enron que lo perdieron todo por su culpa. Al fin y al cabo, Lay maquilló los estados financieros de la empresa para esconder la quiebra en la que estaba y con esas prácticas engañosas contables se hizo rico a costillas del resto de gente que no sabía lo que estaba pasando. Incluso llegó a engañar a las calificadoras de riesgo, gracias a la colaboración de algunos empleados de la firma de auditoría Arthur Andersen.

Pero antes de encarnar la cara más negra del capitalismo norteamericano, Kenneth Lay fue todo un héroe en el mundo de los negocios. Un titán que en cuestión de pocos años convirtió a Enron en la séptima empresa más grande de Estados Unidos y en la comercializadora de energía más poderosa del mundo. Tanto poder llegó a tener la empresa, que alguna vez el diario británico The Times la calificó como un "culto evangélico" y a su presidente y fundador como el "mesías".

Ese sobrenombre le caía como anillo al dedo a Lay. Hijo de un predicador bautista de Missouri, pasó de una infancia de privaciones a rodearse de las personalidades políticas y empresarias más poderosas del planeta. Tras obtener su doctorado en economía y trabajar en la petrolera Exxon, pasó a dictar clases en la Universidad George Washington como profesor de macroeconomía. Allí comenzó a desarrollar sus ideas de cambios en el mercado energético, que luego trasladaría a Enron.

En los años 80 Lay decidió fusionar su compañía de gasoductos, Houston Natural Gas, con Internorth, de Nebraska. La nueva empresa, Enron, pasó de dedicarse al transporte y la venta de gas, a convertirse en la banca de inversión del gas natural. Para 1995, Enron controlaba una quinta parte del mercado norteamericano. A medida que crecía, el negocio se comenzó a expandir a otros campos, como electricidad, pulpa de madera, acero y cable óptico. Cuando el grueso de sus transacciones se pasó a Internet, Enron se convirtió en la mayor compañía de e-business en el mundo. En su momento de gloria tenía ingresos anuales superiores a 100.000 millones de dólares y empleaba más de 20.000 personas en 40 países.

Tan vertiginoso como el crecimiento de Enron fue también el del poder de Kenneth Lay. El esplendor de su empresa lo llevó a rodearse con la crema y nata de la política estadounidense. De hecho fue uno de los principales contribuyentes a la primera campaña del presidente George W. Bush.

Pero, a pesar de contar con aliados tan poderosos, las utilidades de su empresa eran casi inexistentes. Enron colapsó en pocas semanas en octubre de 2001, cuando se supo que aplicaba prácticas contables que le permitían esconder grandes porciones de su deuda al transferirlas a misteriosas sociedades de papel. Y en un abrir y cerrar de ojos, Lay pasó de ser el héroe de Wall Street al enemigo público número uno. La gota que rebosó la copa se produjo cuando se supo que en los tres años anteriores había vendido la mayor parte de sus acciones, al mismo tiempo que estimulaba a los empleados a continuar comprando acciones.

Por nada de eso va a tener que pagar el señor Kenneth Lay. Si se salió o no con la suya, es imposible de saber. Lo cierto es que este escándalo constituye uno de los capítulos más negros en la historia corporativa de Estados Unidos. Réquiem por un sueño.