Home

Economía

Artículo

LA BOLSA ESTA LOCA, LOCA, LOCA

El descalabro en Wall Street, la más dura prueba para el mundo capitalista en la segunda mitad del siglo XX

23 de noviembre de 1987

Que el yo-yo está de moda en Colombia, se sabe desde hace rato. En cambio, lo que poca gente se podía imaginar la semana pasada era que el jueguito se impusiera en los grandes centros financieros del mundo. Pero así fue. Ante las miradas atónitas del planeta las principales bolsas de valores vivieron durante todos y cada uno de los días de la última semana un recorrido que no tiene nada que envidiarle al de las más aterradoras montañas rusas: bajas vertiginosas, curvas forzadas, subidas violentas, fueron los elementos más destacados de esta tercera semana de octubre, cuando el mundo capitalista sufrió su más dura prueba en lo que va de esta mitad del siglo.
Y es que el descalabro fue realmente grave. En medio de un verdadero dominó que comenzó con la Bolsa de Nueva York, todos los mercados importantes vieron cómo los precios de las acciones se despeñaban en caída libre, fijando récord de baja que muy poca gente se habría imaginado hace unos días. Hubo escenas de verdadero pánico en sitíos como Tokio, Sidney, Hong Kong, Singapur, Londres, Francfort, París, Zurich, Bruselas, Atenas, Madrid, Milán y obviamente Nueva York.
Castillo de naipes
Precisamente fue la estampida en la famosa New York Stock Exchange la que comenzó con todo. En pocas horas las acciones de las principales compañías norteamericanas se sumergieron brutalmente en medio de una sesión que será recordada durante los años por venir. El índice Dow Jones, que mide el valor promedio de 30 de las acciones industriales más importantes y actúa como un barómetro del mercado, disminuyó en un 22% de su valor entre las 9 de la mañana y las 4 de la tarde del lunes 19 de octubre, al pasar de 2.247 a 1.738 puntos. Como resultado, el valor global de las acciones inscritas en la bolsa de Wall Street se rebajó, en una sola jornada, en la suma de 560 mil millones de dólares, frente al nivel de la sesión inmediatamente anterior.
Pero eso no fue todo. El mismo día y el siguiente la onda explosiva llegó a las demás bolsas de valores del mundo industrializado. Hubo también caídas récord en Tokio (el mercado de valores más grande del planeta) y en Londres donde el tropezón fue el más fuerte de todo este siglo, sin llegar a hablar de otras capitales. En conjunto, se estima que en el peor momento de la crisis las bajas de precios totales ascendieron a 1.5 billones (doce ceros) de dólares, suma equivalente a una vez y media la deuda externa total del Tercer Mundo.
Con semejantes cifras era imposible conservar la calma. En las sesiones siguientes a la del "lunes negro" el común denominador fue el nerviosismo. A pesar de un alza general en la mayoría de los valores, el temor de otro sismo hizo que las transacciones aumentaran vertiginosamente y que los precios siguieran la trayectoria de un yo-yo. Tal como anotara un corredor de bolsa neoyorquino la semana pasada después del ver un gráfico con las variaciones de precios de la sesión: "esto parece un electrocardiograma".
El infarto, sin embargo, se venía anunciando desde hace días. Después de alcanzar su nivel más alto en la hisitoria, el 25 de agosto pasado, al superar la cota de los 2.700 puntos, el índice Dow Jones había empezado a trastabillar en las semanas finales del verano. Ese descenso se aceleró con la llegada del otoño y antes del gran terremoto del 19 de octubre ya se habían presentado sismos considerables, cuando el índice rompió récord, de baja en tres oportunidades en el término de diez días.
Lo que nadie se imaginaba, sin embargo, era que el derrumbe llegara a ser de las magnitudes que se observó.
El peor antecedente que quedaba en la memoria era el del 28 de octubre de 1929, cuando en las visperas de la gran depresión el mercado de valores de Nueva York cerró con una baja del 12.8% en el nivel del Dow Jones. Por lo tanto, en la mañana del lunes pasado la sesión se abrió con la expectativa de que las bajas de la semana inmediatamente anterior se detuvieran.
No obstante, apenas comenzadas las operaciones, las órdenes de venta empezaron a llegar y los precios a disminuir. A medio día el Dow Jones ya perdía 350 puntos mientras los comisionistas de bolsa ofrecían desesperados las acciones que tenían para la venta.
Finalmente, cuando la compañía sonó indicando el fin de las negociaciones del día, los asombrados asistentes a Wall Street supieron que el índice había disminuido 508 puntos y que además se había fijado un nuevo récord de transacciones, con más de 600 millones de acciones intercambiadas. El volumen fue tanto, que a pesar de los sofisticados equipos de computación las cotizaciones llevaban más de una hora de atraso.
La conmoción en los demás mercados fue inmediata. Debido al desarrollo en las comunicaciones, los mercados mundiales de valores operan dentro de un sistema de vasos comunicantes en el cual si alguna plaza sufre, todas las demás reciben el golpe. Tal fue el caso por ejemplo de Tokio, donde el mercado se abrió pocas horas después de que se cerrara el de Nueva York. El martes 20 de octubre, el índice Kikkei de la bolsa japonesa perdió 15% de su valor en relación con el cierre de la vispera. La magnitud de la debacle resonó en todos los confines de oriente y occidente. En los diferentes puntos del globo la inquietud era la de saber si el descalabro implicaba el comienzo de una gran depresión a escala mundial. No era para menos. En la recesión de los años 30 la crísis golpeó duramente a ricos y a pobres y el mundo necesitó cuando menos diez años para recuperar el terreno perdido.
Las razones
Frente a este interrogante la primera actitud fue la de tratar de descifrar lo que había sucedido. Básicamente se deseaba saber si el "lunes negro" obedeció a razones como una mala situación de la economía global o si había sido causado por razones estrictamente relacionadas con el juego de los mercados bursátiles.
Las respuestas iniciales fueron mixtas. Los especialistas explicaron lo sucedido como una combinación de factores de diverso orden. De tal manera, hubo acuerdo general en que el mercado comenzó a trastabillar a consecuencia de la continuada mala situación de la balanza comercial norteamericana. El saldo en rojo de los Estados Unidos en su intercambio de productos con el resto del mundo, fue interpretado por los conocedores como una indicación de que el tipo del cambio del dólar frente a las demás divisas debía variar y de que no había otra alternativa diferente a un alza en las tasas de interés.
Esa aprensión inicial que habría ocasionado las bajas de hace dos semanas fue alimentada en el fin de semana previo al lunes negro, cuando informaciones provenientes de Alemania Federal indicaron que las bases del acuerdo de cooperación entre las naciones del grupo de los 7 integrado por las 7 primeras economías occidentales para mantener estables las tasas de cambio, estarían a punto de romperse. Tal impresión fue dada por el secretario del tesoro norteamericano, James Baker, quien criticó en público a sus colegas alemanes Por haber adoptado una serie de medidas que en su sentir no eran las más apropiadas.
El temor ante un eventual rompimiento de la alianza entre los más ricos acabó combinándose con actitudes que eran muy difíciles de prever. Por una parte, un número importante de inversionistas --atemorizado ante bajas mayores en el Dow Jones-- decidió salir a vender sus acciones en la mañana del 19 de octubre, lo cual deprimió el precio de los valores. Sin embargo, la gran causa de la debacle fue identificada en las ventas programadas por computador. Según este sistema adoptado por todas las grandes firmas de Wall Street la máquina "decide" cuándo vender o cuándo comprar títulos, ya sea para minimizar pérdidas o para incrementar utilidades. De tal manera, cuando un gran cambio se presenta, el computador se encarga de "colocar" las órdenes de venta de acciones, gracias a que tiene acceso directo al sistema.
El problema, sin embargo, radica en que como todas las firmas utilizan la misma idea, las órdenes de venta son dadas por cientos de computadores al tiempo, lo cual inunda el mercado y lleva a que se presenten cambios muy bruscos en los precios de las acciones. En opinión de los observadores, por lo menos dos tercios de la de bacle del "lunes negro" es culpa de las ventas por computador. A pesar de que al día siguiente de la "catástrofe" John Phelan, el presidente de la bolsa de Nueva York, pidió a las firmas especializadas que dejaran de utilizar el mecanismo, los bruscos saltos del Dow Jones indican que fueron pocos los que le hicieron caso. A final de la semana se estaba pensando seriamente restringir este tipo de operaciones, en las cuales la máquina se estaba adueñando de labores que tradicionalmente le han correspondido al hombre.

Los platos rotos
Independientemente de las causas concretas de la debacle bursátil, lo cierto es que aún los más arduos defensores del mercado reconocían que una "corrección" (es decir, una baja en los precios) era necesaria. Desde agosto de 1982 cuando el Dow Jones inició su carrera ascendente habían sido escasas las épocas de vacas flacas y a lo largo de este año las acciones se habían incrementado mucho en precio, sin ninguna razón aparente diferente a la mera especulación. Semejante impresión está respaldada por las cifras. Mientras que en los últimos cinco años el precio promedio de las acciones había subido en cerca de un 200%, en la misma época la producción nacional de los Estados Unidos se aumentó en 40%.
Gracias a ese "boom" de precios fueron muchos los individuos e instituciones que se enriquecieron sobre el papel. No obstante, en todo ese esquema hacía falta el sustento real de la trepada bursátil. En opinión del renombrado Charles Eindleberger, profesor de economía del MIT, "el principal beneficiado (del boom) ha sido el propio sector bursátil. Las instituciones de Wall Street han amasado millones de dólares de honorarios, organizando fusiones, recompras y reestructuraciones que, a su vez, contribuyeron a acelerar el proceso. Así mismo, se han beneficiado de las comisiones que dan las ventas de acciones y el manejo de los diferentes portafolios".
Lamentablemente a la hora de repartir las pérdidas al cabo del "desastre" de la semana pasada, los platos rotos van a ser pagados por todos.
Aunque hubo unas pocas firmas pequeñas que debieron cerrar sus puertas, el impacto del golpe lo va a recibir la economía mundial.
Por el momento, el gran temor de los especialistas se concentran en la eventualidad de la nueva depresión, aunque este concepto ha sido descartado para especular con el menos dramático de "recesión". Aunque son muchos los que se apresuran a anotar que los parecidos de este gran crack con el de 1929 son pura coincidencia, hay cosas preocupantes. En primer lugar no se sabe exactamente el monto de las pérdidas. Los locos vaivenes de los precios de las acciones a lo largo de la semana pasada dejaron en claro que el agua sigue turbia y faltan algunos días para que se aclare.
En el caso de que las cosas se queden tal donde están, eso ya es suficientemente malo. Para millones de consumidores de los países industrializados, la inversión en acciones es una forma de ahorro y si de un día para otro esos ahorros se disminuyeron sustancialmente, hay que apretarse el cinturón. Posiblemente quien haya perdido en el mercado pospondrá la compra de la nueva nevera o el cambio de automóvil" anotó oportunamente un corredor de bolsa interrogado por el International Herald Tribune. Si son muchas las personas en esas condiciones, el efecto combinado llevaría a que disminuya el consumo de la economía, las firmas no vendan todo lo que producen y deban recortar producción --y obviamente empleos-- dando origen a un círculo vicioso, tal como el de los años 30.
Tarde o temprano, una recesión como esa acaba sintiéndose a nivel internacional, porque a su vez el país en problemas deja de comprarle a los de más. En el caso concreto de Estados Unidos una recesión podría sumir al resto de occidente en serias dificultades.
Como para acabar de oscurecer la perspectiva sólo hay que imaginarse qué le pasaría al tercer mundo si las naciones industrializadas no le compran sus productos y este, como consecuencia, no alcanza a reunir los recursos para atender los pagos de la deuda externa. Semejante panorama --poco menos que apocalíptico-- puede muy bien presentarse si la de bacle bursátil es tan dura como parece.

A grandes males...
Para tranquilizarse, hay que escuchar a los expertos que insisten en que la situación es recuperable. Hasta el momento el esfuerzo de las principales autoridades es el de acabar con el pánico. Con tal motivo, el jefe de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Alan Greenspan, sostuvo la semana pasada que estaba dispuesto a darle la liquidez de dinero al mercado si este lo necesitaba. Como resultado, los principales bancos disminuyeron la tasa de interés preferencial o Prime Rate, la cual pasó de 9.75% a 9% al final de la semana pasada.
Al mismo tiempo, James Baker limó sus asperezas con los alemanes y reiteró su apoyo al grupo de los 7, gracias a lo cual el dólar se estabilizó frente a las demás monedas duras.
Las consecuencias del lunes negro aún son inciertas y los analistas discuten aún sobre la posibilidad de una nueva recesión. Desde el punto de vista político, sin em bargo, ya se han aventurado algunas consideraciones.
La primera de ellas, es que el colapso del mercado mundial de valores es un nuevo golpe a la Administración Reagan, ya suficientemente vapuleada por el escándalo Iráncontras, la indecisión en el Golfo Pérsico y la sensación de que Reagan, tal como afirma el periodista Tom Wicker, "es un pato amigable, desconectado, de sinformado y minimamentecompetente". La segunda, que la presente administracion, con su política de bajos impuestos y altos gastos militares, tiene la responsabilidad por el déficit presupuestal en que se debate la economía de los Estados Unidos. Y la tercera, que el Partido Republicano, como copartícipe de las directrices del Presidente, terminará por ser la víctima política de la situación. Todas esas impresiones parecieron quedar confirmadas con la rueda de prensa que Reagan dio el jueves en la noche, en la que no dejó satisfechos a los observadores políticos y económicos que esperaban más sustancia y menos estilo en las respuestas del Presidente.
Los analistas insisten en que la salida de esta crisis depende de que Estados Unidos termine, no sólo con el ya mencionado déficit presupuestal, a través del aumento de los impuestos algo en lo que insisten los demócratas, sino con el pronunciado déficit de la balanza comercial del país. Para lo primero, la semana pasada la mayoría demócrata del Congreso insistió al Presidente en la necesidad de balancear los ingresos con los gastos.
La respuesta que recibieron fue tímida. Aunque no dijo que no, Reagan volvió a declararse enemigo de elevar los impuestos, pero muy a su estilo, se declaró dispuesto a "oír propuestas".
La solución al otro déficit es más complicada. Los Estados Unidos siguen comprando en el exterior más de lo que venden con todo y que el dólar ha bajado sustancialmente ante las demás monedas. Por lo tanto, la duda es la de si propiciar que el "verde" siga devaluándose (estrategia que hasta el momento no ha tenido el exito esperado) o si más bien intentar un remedio nuevo.
En cualquiera de los casos la respuesta tiene que llegar rápido. El golpe sufrido por los mercados de valores mundiales la semana pasada fue realmente duro y aun que puede ser que no haya consecuencias que lamentar, todo indica que el problema es serio. Es por ese motivo que al final de la semana el tema de Wall Street y las de más bolsas del mundo, se habían robado la atención de mucha gente. No era para menos. Aún los más escépticos debieron reconocer que después de los eventos del 19 de octubre de 1987 este planeta, para bien o para mal, no volverá a ser el mismo.--

El crack del 29
Lo primero que ha sorprendido de la actual crisis económica han sido ciertas coincidencias que se presentan con lo ocurrido en el 29. Dos de las más impactantes son: primero, que ambas sucedieron en octubre (el pasado 24 se cumplió un aniversario más del famoso "jueves negro"), la segunda, consiste en la poca importancia que los presidentes le han dado a las crisis. Pocas semanas después de la quiebra de la bolsa en el 29, el presidente Hoover se dirigió alegremente a sus conciudadanos y les dijo: "la prosperidad os espera en la próxima esquina del camino"; por su parte Ronald Reagan, en declaraciones concedidas la semana pasada, afirmo que la "economía norteamericana es fuerte", dando a entender que un traspiés momentáneo no tiene por qué derrumbar a un imperio.
Al igual que hoy en día, en los años anteriores a la crisis del 29, la economía no daba muestras de estar en problemas. Las industrias automovilísticas, del acero, el gas y el petróleo estaban en pleno ascenso. El precio de las acciones no paraba de subir: la de la General Motors pasó de 18 dólares en el 27 a 92 dólares en el 29, y la de la General Electric, que costaba 80 dólares en el 27, alcanzó un precio de 403 dólares en el momento del crack. La orgía especulativa que comenzó en los primeros meses de 1928, se considera como uno de los factores que más agravó la crisis. A partir de ese momento se popularizó la práctica de comprar acciones pagando de contado sólo el 10% de su valor y depositando los títulos en garantía para cubrir el 90% restante a los corredores de bolsa (brokers), quienes prestaban el dinero a tasas mucho más altas que las del mercado bancario.
Los préstamos hechos por los "brokers" pasaron de 1.500 millones de dolares en el año 20 a 7 mil millones al finalizar el 28, lo que da testimonio del auge especulativo.
Con esa modalidad bursátil aparécieron los primeros síntomas de recesión, a apartir del verano del 29. Algunas pequeñas caídas tuvieron soluciones de emergencia, pero la debacle del 24 de octubre no se pudo frenar, sin que nadie le encontrara explicación.
La caída era irrefrenable y los "brakers", horrorizados luego de verificar el estado de cuenta de sus clientes, les exigieron nuevas sumas de dinero en efectivo, como garantía suplementaria. Como toda respuesta obtuvieron la orden de vender los títulos confiados en depósito que, lanzados masivamente al mercado, transformaron la caída en derrumbe.
A pesar de la importancia del crack la situación se mantuvo invariable durante el invierno y fue solo hasta la primavera del 30, cuando el esperado repunte no llegó, que se tuvo conciencia de la gravedad de una recesión que no pararía su carrera descendente en los siguientes dos años y dejaría a millones de personas en la calle.*

¿Y en Colombia qué? Para un país como Colombia el "lunes negro" de la Bolsa de Valores de Nueva York tiene varios efectos: los vinculados directamente con sus relaciones en el exterior y los de orden interno. En cuanto a los primeros, en el corto y mediano plazo se afectarán el crédito externo y el comercio exterior.
El crédito externo muy probablemente se encarecerá, pues muchos analistas creen que las tasas de interés, aunque han sufrido altibajos, tendrán una tendencia ascendente. Se estima que por cada punto de aumento del Primer Rate, el servicio de la deuda crece entre US$ 60 y 70 millones. Los demás préstamos posiblemente sufrirán alguna demora en sus desembolsos ante la incertidumbre de los banqueros por el futuro inmediato. Además, la eventual elevación de intereses podría estimular un aumento en la fuga de capitales.
En cuanto al comercio exterior, una posible recesión de la economía internacional afectaría las exportaciones nacionales. El precio del café puede resentirse, especialmente en el mercado de futuros. Los precios del petróleo y del oro, en cambio, pueden subir notablemente. Otros afectados serán los pocos inversionistas nacionales que, violando el régimen de control de cambios, tienen acciones en compañías extranjeras.
En el mediano y largo plazo, las opciones son dos: o los movimientos de la bolsa son una corrección corta y abrupta en medio de una expansión de la economía, en cuyo caso no habría consecuencias importantes, o son el primer signo de la próxima recesión mundial. En este último caso la economía colombiana, que está, en proceso de ajuste, podría sufrir consecuencias graves, que pondrían a prueba la capacidad de adaptación frente al cambio que ha tenido tradicionalmente.
Internamente, se estima que "no habrá repercusiones inmediatas en las bolsas de valores del país" según manifestó Alba Rojas Sanabria, presidenta de la Comision Nacional de Valores. Dado el carácter cerrado del mercado de valores colombiano, pues en las tres bolsas de valores que funcionan en el país no se cotizan acciones de compañías extranjeras, las acciones inscritas "sólo caerían ante la perspectiva de una recesión mundial, pero no en esta situación actual" estimó Jaime Amaya, de Prodelta.*

Los mayores "damnificados"
Una cosa es tener el título del millonario más grande de los Estados Unidos y otra el del individuo que más ha perdido dinero en una solo día, pero a San Walton no le importa ni el uno ni el otro. En efecto, el billonario norteamericano, presidente y principal accionista de la cadena de almacenes Wal-Mart, quien según la revista Forbes tenía una fortuna de 8.450 millones de dólares en agosto, vio como el valor de sus acciones llegó a "tan solo" 5.800 millones de dólares el lunes pasado, después del crack de Wall Street. Walton, cuya riqueza ya había comenzado a disminuir desde que los precios en la bolsa iniciaran su descenso hace un par de meses, "perdió" en la sesión del lunes negro la nada despreciable suma de 518 millones de dólares.
Claro que eso de "perdió" es un decir. La fortuna del rey de las tiendas de descuento disminuyó a medida que bajó el precio de la acción de Wal-Mart, pero eso no implica que el millonario norteamericano tuviera ese dinero en el banco y que de un día para otro hubiera desaparecido. Seguramente por esa razón, Walton recibió la notícia casi que encogiéndose de hombros. Desde su modesta casa ubicada en Bentonville, estado de Arkansas, el empresario de 69 años anotó que "es papel de todas maneras. Era papel cuando comenzamos y es papel después".
Semejante opinión es lógica. Independientemente de su valor en bolsa Wal-Mart continúa siendo una empresa sólida y en expansión y, por lo tanto, Walton no tiene de que asustarse. Adicionalmente el millonario se graduó de la universidad en la época de la gran depresión, hecho que indica que le conoce la cara a las vacas flacas. No obstante, aparte de que las pérdidas sufridas son sobre el papel la evolución de la fortuna de Mr. Sam es un claro ejemplo de la magnitud del golpe acontecido en la bolsa.
Aunque con la recuperación de los precios a finales de la semana, las "perdidas" se redujeron, el porrazo fue, cuando menos, llamativo. Sobra decir que Walton no resbaló solo.
Junto a él, millonarios de todo el mundo sintieron en carne propia que es lo que quiere decir un mal día en la bolsa:

·Rupert Murdoch: el millonario australiano dueño de una cadena de periódicos que incluye el Sun y el Times de Londres fue víctima del descalabro de la bolsa de Sidney, Australia. En un solo día, Murdoch vio como el valor de sus acciones en la News Corporation disminuyó en cerca de mil millones de dólares, a lo cual hay que sumarle otros 15 millones más, correspondientes al menor valor de sus acciones en Reed International y en Pearson, dos compañías inscritas en la bolsa de Londres.
·Robert Holmes: si eso sirve de consuelo, Murdoch no fue el único australiano nativo a quien el lunes le cayó mal. Holmes, un empresario de Perth, quedó borrado de la lista de los billonarios cuando la cuantía de sus inversiones quedó avaluada en un 900 millones de dólares, 500 millones menos que antes del crack.

·Bill Gates: El lunes por la tarde Bill Gates, se había convertido en multimillonario, pero curiosamente, en vez de celebrarlo, estaba tristisimo. La razón es que había perdido su lugar en el exclusivo mundo de los "billonarios". El audaz genio de los computadores, de 31 años, fundador de Microsoft y cuya fortuna fuera estimada por Fortune en US$ 1.200 millones, había bajado al final de la tarde a escasos 975 millones, a pesar del buen desempeño de su empresa.
·William Hewlet: un golpe un tanto menor fue el que recibió William Hewlet, cofundador de Hewlett Packard, la compañía que se dedica a la producción de calculadoras y computadores. Considerado como uno de los tradicionales dentro de la lista de los más ricos de Forbes, (2 mil millones de dólares en agosto) el ingeniero norteamericano perdió 266 millones de dólares en la jornada del lunes negro.
·Liliane Bettencourt: pero si en Estados Unidos llueve, en Francia no escampa. La sucesora del imperio L'Oreal de cosméticos, considerada una de las 20 personas más ricas del mundo, fue víctima del remezón que se sintió en la Bolsa de París. A causa de los vaivenes de la bolsa, la primera millonaria de Francia alcanzó a perder unos 200 millones de dolares (una séptima parte de su fortuna) antes de que los precios de las acciones volvieran a aumentar. La cosa fue tan "preocupante" que el periódico satírico Le Canard Echainé se alcanzó preguntar si no valdría la pena abrir una colecta pública en favor de Madame Bettencourt.
·Donald Trump: otra cara, en cambio, es la que debe estar haciendo Donald Trump, el magnate neoyorquino de 41 años que ha hecho su fortuna en el negocio de finca raíz. En todo el tropiezo de la semana pasada, Trump no solo no perdió un centavo sino que se cree que gano dinero especulando, cuando el mercado llego a su punto más bajo. De hecho el magnate norteamericano anunció que había vendido todas las acciones que tenía, unos cuantos días antes del tropiezo de la bolsa, con una utilidad cercana a los 200 millones de dólares. Algo de esa suma debió salir para pagar el Nabila, el yate del árabe Adnan Kashoggi, comprado por Trump hace unos días por la suma de 30 millones de dólares. El resto debe estarse multiplicando, pues el extrovertido neoyorquino está probando que tiene el toque de midas para esto de los negocios. En su opinión, lo que sucedió en la bolsa estaba "anunciado" y era de sentido común salirse del mercado de valores. Tal como están las cosas, Trump está probando que la finca raíz es un negocio mucho más seguro que el complejo mundo de las acciones. De alguna manera, el multimillonario está recordando aquel consejo dado por Mark Twain sobre las inversiones: "compre tierra, ya no lo están haciendo más".