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LA ERUPCION DEL SIGLO XVI

23 de diciembre de 1985

En sus "Noticias historiales de las conquistas de tierra firme en las Indias Occidentales", el cronista Fray Pedro Simón relató en forma detallada la erupción del Nevado del Ruiz en 1595. Priscilla Burcher de Uribe, lectora de SEMANA en Medellín, envió a la revista algunos de los apartes más interesantes de este relato:
"Entre esta ciudad (Mariquita) y el poniente, a 16 leguas de distancia, a donde parte términos con la de Cartago, por partes montuosas y partes rasas, está un volcán, el más notable de este Reino el cual es un cerro redondo nevado, altísimo, que de pocas partes del Reino se deja de ver en tiempo sereno, por la nieve de que está cubierto toda la vida; por cuya cumbre y entre aquella envejecida nieve, está siempre saliendo una pirámide de humo que se ve algo encendida en las más oscuras noches. Los rastros de piedra pómez, azufre y arena menuda negra que hay a muchas leguas de sus contornos, en especial a la parte de esta ciudad de Mariquita hasta el Río Grande (río Magdalena), dan claras muestras de haber en otros tiempos reventado este volcán por cumbres y sembrado todas estas cosas.
Pero la reventazón que con evidencia vieron y oyeron los de este Reino fue a 12 de marzo, domingo de Lázaro del año de 1595, como a las 11 del día, cuando dio tres truenos sordos, como de bombarda, tan grandes que se oyeron más de 30 leguas por toda su circunferencia, causados de haber reventado este cerro por debajo de la nieve, por el lado que mira al este y nace este río Gualí. Abrió de boca más de media legua en que quedó descubierta mucha piedra azufre y debió, sin duda, hacerse la reventazón por el lodo y faldas que siempre las tenía abiertas por muchas partes, a causa de que debe tener fuego muy profundo y la boca de la cumbre angosta y poder por allí vomitar tanta maleza como arrojó en esta ocasión.
En la parte por donde reventó ahora tienen su principio dos famosos ríos, el que hemos dicho de Gualí, vecino a esta ciudad, y otro mayor que él, a cinco leguas camino de la de Ibagué, que llaman el de Lagunilla, ambos, como hemos dicho, de la nieve que se derrite de lo alto. Estos debieron de atajarse con la tierra que arrojó la reventazón y rebalzando algún tiempo sus corrientes, salieron después con tanto ímpetu, ayudado por ventura de nuevas fuentes que se abrieron en esta ocasión, que fue cosa de asombro sus crecientes y el color del agua que traían que más parecia que agua, fuera masa de ceniza y tierra con tal pestilencial olor de piedra azufre que no se podia tolerar de muy lejos. Abrasaba la Tierra por donde se extendía el agua y no quedó pescado en ninguno de los dos que no muriese. Fue más notable esta creciente que en el río Gualí, en el Lagunilla, cuya furia fue tal que desde donde desemboca por entre dos sierras para salir al llano, arrojó por media legua muchos peñascos cuadrados, en que se hechó de ver su furia más que si fueran redondos, y entre ellos uno mayor que un cuarto de casa.
Ensanchóse por la sabana más de media legua de distancia por una parte y otra, mudando por la una de nuevo la madre y anegando la inundación todo el ganado vacuno que pudo antecoger en cuatro o cinco leguas, que fue así extendido hasta entrar en el de la Magdalena, abrasando de tal manera las tierras por donde iba pasando, que hasta hoy no han vuelto a rebrotar sino cual y cual espartillo. No se sabe haber hecho otros daños".