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LA LUCHA POR LA SUPERVIVENCIA

La industria manufacturera sigue cayendo en picada. SEMANA presenta un estudio que examina la posibilidad de que varias empresas no sobrevivan.

11 de agosto de 1997

Para nadie es un secreto que la crisis por la que atraviesa actualmente la economía colombiana es una de las peores en mucho tiempo. Sin embargo las malas noticias no dejan de sorprender. Hace pocos días el Departamento Administrativo Nacional de Estadística _Dane_ reveló la magnitud de los estragos que la recesión ha tenido sobre la industria manufacturera al señalar que la producción industrial cayó 7 por ciento en el primer trimestre del año respecto al mismo período de 1996.
Aunque hay quienes opinan que se trata de un problema coyuntural de comienzo de año, lo cierto es que la crisis industrial ya va para largo. Una prueba de ello son las cifras del Dane para el mes de marzo, según las cuales la producción manufacturera de los últimos 12 meses fue 5 por ciento menor que la registrada un año atrás, lo que constituye el peor desempeño industrial en muchos años. Este bache productivo ha tenido efectos diversos según el sector industrial del que se trate (ver gráficos).
Mientras los especialistas no logran ponerse de acuerdo acerca de cuál es la fórmula para salir de la recesión los observadores se preguntan si la industria colombiana podrá aguantar semejante crisis sin reventarse. Para resolver ese interrogante es necesario superar uno de los problemas que tienen las cifras agregadas, y es que muchas veces el bosque no deja ver los árboles. Un estudio del consultor Javier Fernández, que se dará a conocer esta semana en Bogotá, revela que mientras algunas firmas tienen aire y piernas suficientes para seguir ascendiendo la cuesta económica otras parecen estar a punto de colgarse.
Las raíces
Sobre la causa inmediata de la crisis industrial no parece haber dudas. Según las encuestas empresariales disponibles la demanda de bienes de consumo, intermedios y de inversión está por el suelo. En lo que no se ponen de acuerdo los especialistas es en la naturaleza de ese bajón de la demanda y en las medidas necesarias para salir adelante.Un alto número de analistas considera que las causas de la recesión son de carácter coyuntural y que no obedecen a problemas del modelo de desarrollo adoptado por el país. En su concepto el bajonazo de la economía se debe a factores como la inevitable depresión de la construcción tras su auge entre 1991 y 1994, la forzada frugalidad de los consumidores después de varios años de alimentar desmedidamente su gasto a punta de crédito y la crisis cafetera de 1996, que este año se revirtió gracias al repunte de los precios internacionales.
Según esos especialistas, estas circunstancias se vieron agravadas por la caída de la inversión generada por la gran incertidumbre producida por la crisis política, así como por la desaceleración del gasto público resultado del ajuste fiscal. Incluso la reducción del consumo suntuario de los narcotraficantes _que algunos consideran como un cambio económico estructural_ podría considerarse como una perturbación transitoria en la medida en que tarde o temprano la economía terminaría sustituyendo esa fuente de demanda.Pero no todos los expertos comparten la misma visión sobre la naturaleza de la crisis económica. Algunos académicos, como Eduardo Sarmiento, consideran que el problema es estructural y que es el resultado previsible de la apertura económica iniciada a fines de la década pasada. Para ellos el desmoronamiento del sector manufacturero, lejos de ser transitorio, es la confirmación de sus tesis sobre la inevitable ruina de la industria nacional ante la internacionalización indiscriminada de una economía que no habría estado preparada para hacer frente a la competencia externa.Acerca de los árbolesLa diferencia entre estas dos posiciones no es tan sólo un debate académico. De la naturaleza de la crisis económica depende el tipo de medidas que debe adoptar el gobierno para superar la recesión. Y las autoridades no son las únicas que están tratando de escoger el diagnóstico adecuado. En momentos en los que el sector financiero atraviesa un delicado período de transición _por el crecimiento de la cartera vencida y por la mayor competencia de los bancos extranjeros que han llegado al país_ las entidades crediticias deben observar con lupa el riesgo de cada uno de los sectores industriales antes de decidirse a otorgar un préstamo. Es evidente que las probabilidades de recuperar un crédito son mayores si el deudor pertenece a una rama productiva que tan sólo atraviesa un bache económico que si hace parte de un sector que se está marchitando por causas estructurales.
El estudio que dará a conocer esta semana Javier Fernández ha abordado esas inquietudes. Sus conclusiones se basan en un examen de 80 ramas industriales y una muestra de más de 2.000 firmas que abarca una inmensa parte de la producción manufacturera, pues sólo excluye las pequeñas y medianas empresas. La posición de Fernández acerca de las causas de la crisis podría considerarse como intermedia. Para él es indudable que muchos de los problemas actuales se originaron por perturbaciones transitorias de demanda y, aunque sería un error subestimarlas"porque si se descuida, hasta un hombre sano puede morir de una pulmonía", cree que hay buenas perspectivas de que la influencia negativa de esos factores se desvanezca en el futuro inmediato.Pero para Fernández también hay un problema estructural. A diferencia de Sarmiento, sin embargo, no lo atribuye exclusivamente a la internacionalización de la economía sino a la combinación de la apertura con la fuerte revaluación real del peso. En su concepto, "el abaratamiento relativo del dólar ha hecho que la caída de los precios reales del sector industrial haya sido mucho mayor que lo que se preveía al iniciar la apertura. Ese desplome de los precios reales traerá inevitablemente una reasignación de los recursos. Cuando los precios reales de una empresa caen demasiado no siempre es posible elevar la productividad lo suficiente para sobrevivir o para que valga la pena mantenerse en el mercado con una rentabilidad satisfactoria".
Para diferenciar el efecto de la apertura sobre los precios de los bienes importados de aquel de la revaluación, Fernández hace un cálculo de lo que los economistas llaman "tasa de cambio real efectiva" (ver gráfico). El análisis muestra que la apertura abarató las importaciones en 18 por ciento en promedio mediante la reducción de aranceles, lo que por sí solo, según el analista, habría sido manejable e incluso muy saludable. Lo grave del asunto es que la revaluación real del peso, según la mide el Banco de la República, redujo el precio de las importaciones en 22 por ciento más, caída con la que nadie contaba.
El riesgo sectorial
El estudio de Fernández hace una calificación del riesgo de cada sector industrial, refleja la capacidad de asimilación de cada rama y muestra qué tan adelantado está el proceso de salida de las empresas que no son viables en el largo plazo. En este aspecto el estudio está lleno de sorpresas, pues las ramas de la producción que han mostrado mayor capacidad de adaptación al nuevo entorno son diferentes a las que se preveían al comienzo de la década. Sectores como el de automóviles, por el que nadie habría dado un peso años atrás, parecen haber logrado una consolidación importante. Mientras tanto otros, como el calzado, en el que se suponía que el país tenía una ventaja comparativa, todavía parecen estar lejos de haber completado su proceso de redimensionamiento.Para llegar a los resultados sectoriales el estudio tiene en cuenta el desempeño de cada una de las más de 2.000 empresas y lo pondera de acuerdo con su participación en el total de ingresos operacionales de cada rama (ver cuadro). Con base en esos resultados Fernández concluye que todavía hay una "zona de máximo estrés que incluye, entre otras, ramas industriales como curtiembres y productos de cuero y madera. En estos casos puede afirmarse con bastante seguridad que el proceso de redimensionamiento está todavía en una etapa temprana". Los rasgos comunes a estos sectores son un crecimiento sectorial muy bajo o negativo, márgenes operacionales promedio negativos, una rentabilidad patrimonial claramente insuficiente y un gran porcentaje de empresas que atraviesan dificultades financieras.En el otro extremo de la clasificación hay otras ramas que siempre fueron competitivas, así como algunas que mostraron durante los últimos años una sorprendente capacidad de adaptación y que hoy están en franco proceso de consolidación. Afortunadamente la lista es larga e incluye desde casos tan obvios como bebidas no alcohólicas e ingenios azucareros hasta la industria de ensamblaje de automotores y los llamados electrodomésticos de línea blanca. En palabras de Fernández, "puede ser que hoy varias de las empresas de estas ramas estén pasando dificultades debido a los problemas de demanda, pero su futuro luce muy despejado".El estudio también identifica una zona gris, conformada por ramas industriales que no estaban en una sólida posición cuando se inició la apertura, las cuales han sufrido en los últimos años una fuerte reducción de empleos y de empresas y en las que aún subsisten debilidades significativas. Muchas de esas ramas podrían iniciar dentro de poco una verdadera consolidación o, por el contrario, desplazarse hacia la 'zona de máximo estrés'. Gran parte de ese resultado dependerá, en últimas, de los efectos que tenga en los próximos meses la política económica, en particular en lo que se refiere a tasa de cambio real y demanda agregada.