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LOS CUERPOS DEL DELITO

9 cadáveres hallados en una zona del Caquetá destapan lo que el miedo había mantenido en secreto: la existencia de cementerios clandestinos

31 de diciembre de 1984

1981, diciembre 5, 9:30 p.m. El escenario es Bocana Canelo, jurisdicción de Solita, municipio del Caquetá. Quince uniformados, armados de fusiles, que traen consigo a tres hombres atados, se hacen presentes en una finca del lugar e interrogan bruscamente a sus dos propietarios, los Osorio, padre e hijo, sobre el paradero de unos supuestos guerrilleros a quienes andan buscando. No se oye respuesta alguna. Los uniformados insisten en la pregunta, esta vez con insultos y golpes.
La tensión crece. Los uniformados resuelven desatar a los tres hombres y los cuelgan de un árbol junto con los otros dos. Son 20 minutos de torturas y gritos. A las 10 de la noche los bajan del árbol y los obligan a excavar. Cada uno abre un hueco sin saber qué será, 15 minutos después, su propia tumba. Se repiten las preguntas. De nuevo el mismo silencio sin respuesta. Una voz de mando se oye: "¡Maten a esos h.p.!". "¡Piedad!" grita uno de ellos. "No sabemos nada", dice otro, mientras se escuchan gritos y gemidos. "¡Perdónenos! Por aquí no ha pasado nadie", dice alguien que no acaba de terminar la frase cuando recibe un bayonetazo. Uno a uno van cayendo apuñalados los 5 hombres y sus cuerpos son llevados. a patadas hasta las excavaciones. Les llueven encima paladas de tierra.
Pero uno de ellos no está muerto. Aunque tiene una grave herida de bayoneta, siente que aún puede seguir viviendo. Oye que la misma voz de mando dice: "¡Apúrense maricas, vámonos rápido!". Espera algunos segundos y haciendo un gran esfuerzo se desentierra. Son las 10:20 de la noche.

EL RESUCITADO
Este hombre que se salvó milagrosamente de aquella matanza se llama Florentino Osorio Salinas. Gracias a la versión que él mismo dio a la Procuraduría, agentes especiales de este organismo descubrieron, a mediados de noviembre, el cementerio clandestino y desenterraron los restos de los otros cuatro muertos.
Un reportero de SEMANA logró hablar unos minutos con Osorio en la cárcel de Florencia, donde se en cuentra detenido por "un problema de lesiones personales". Osorio sostiene que de los hechos fue informado inclusive el presidente de la República de ese entonces, el doctor Julio César Turbay Ayala, por boca de su primo el senador Hernando Turbay Turbay, quien lo puso al tanto del terrible incidente, atendiendo las peticiones del sacerdote de Curillo y del mismo obispo del Caquetá, monseñor José Luis Serna. El presidente Turbay le consiguió a Osorio una cita con el ministro de Defensa, el general Luis Carlos Camacho Leyva, quien después de escucharlo viajó a Curillo para enterarse personalmente de la situación. Osorio dice que "gracias a esa visita no mataron a unas 20 personas que estaban detenidas en el batallón Tarqui. Esa operación estuvo dirigida por el teniente Nelson Piñuela, de origen santandereano, quien dijo que mi papá era auxiliar de la guerrilla".
Durante casi tres años, Osorio estuvo presionando para que desenterraran a su padre, pero, según él, sólo recibió amenazas. "El general de Neiva me dio 10 mil pesos y me dijo que me hacía ese aporte económico si no molestaba más. Y que si yo iba a desenterrar los muertos, me los iban a achacar a mí", afirma Osorio sin precisar el nombre del militar.

SE CORRE EL VELO
La información de Osorio fue el "abrebocas" de la investigación que ha comenzado a destapar una situación que, alimentada por el terror, se había mantenido secreta: la existencia de cementerios clandestinos en algunas regiones del departamento del Caquetá.
La presencia de la Procuraduría hizo que la gente perdiera el miedo y empezara a hablar. Centenares de "dolientes", como los llaman en la región, han ido a informar sobre sus muertos y, en algunos casos, han indicado los lugares donde fueron enterrados sus cadáveres.
Una señora, doña Florentina Rojas de Rojas, hizo posible que los delegados de la Procuraduría encontraran dos tumbas mas en San José del Fragua. Era el sitio donde habían enterrado a sus dos hijos asesinados tres años atrás. Cuando ella se dio cuenta de que habían desaparecido sus hijos, Bernardo y Daniel, se propuso seguir las pistas y hacer toda clase de averiguaciones hasta encontrar el lugar donde presuntamente los asesinaron. Vecinos del lugar le dieron detalles sobre quiénes lo habían hecho y cómo había sucedido la matanza. Halló la tumba, reconoció a sus hijos y volvió a enterrarlos, luego de hacerlos fotografiar por un amigo (ver fotografía). "Yo tuve que guardar silencio y pedirle a Dios que castigara a esos militares que mataron a mis hijos" dice doña Florentina, mientras su esposo asiente con la cabeza. Y una de las vecinas "mete la cucharada" en la conversación para afirmar: "Es que en esa época no se podía chistar nada, y menos contra los militares, si no quería uno aparecer por ahí torturado o muerto".
El 11 de diciembre de 1981, Zoilo Rojas Ortíz "fue detenido por el teniente Castro" cuenta su esposa, Ligia Valderrama, "que dizque por llevar un bulto de sal. Aunque él les explicó que era para la finca, los soldados dijeron que era para la guerrilla, y se lo llevaron. Cuando yo fui a preguntar por él al batallón Tarqui, me dijeron que ya lo habían soltado. Desde entonces no lo veo". Vecinos del lugar aseguran que fue asesinado y que, probablemente, como los de muchos otros, sus restos se encuentran en alguno de los cementerios clandestinos que han comenzado a descubrirse en la región, uno de los cuales, afirman los campesinos podría encontrarse donde estuvo el batallón.
Después de las primeras denuncias la Procuraduría, con la ayuda de algunos miembros del Comité de Derechos Humanos y de Amnistía Internacional, ha organizado jornadas de excavación en los sitios que los habitantes de la zona han señalado como posibles cementerios. La gente, armada de picas y palas, ha encontrado ya nueve cadáveres y afirma que no descansará hasta encontrar las fosas en donde se presume que han sido enterradas muchas de las personas que desaparecieron durante la ola de violencia que se vivió hace tres años
Una de las personas que más ha colaborado es el secretario de la Inspección de Yurayaco, quien afirma que fue salvajemente torturado a comienzos del 82, y quien sostiene que le tocó presenciar no menos de 10 asesinatos. Ahora todo el mundo está "haciendo memoria": para recorda atroces episodios: varios han reconocido "el árbol" del que fueran colgados para sufrir horrendas torturas muchos recuerdan los lugares en donde habían visto tierra removida, pero que habían fingido ignorar por temor a correr la misma suerte de quienes allí se hallaban sepultados.
"Se ha llegado el momento para que se aclaren los hechos y se conozcan las actuaciones de ciertos militares" dicen muchos de los campesinos consultados por SEMANA. "No lo vamos a desaprovechar y haremos todos los esfuerzos posibles para desenterrar hasta el último de nuestros muertos". Consideran que el hecho de que la Procuraduría haya tomado cartas en el asunto, es una garantía para que la investigación siga adelante y se identifique a los responsables.
Pese a que la información sobre hechos tan escalofriantes no ha tenido mayores repercusiones, la realidad es que en la zona existe la decisión general de llegar hasta el fondo y de encontrar respuestas a muchas de las preguntas sobre los 185 desaparecidos que reclaman, lo mismo que castigo para quienes resulten culpables.