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Más vale papel en mano

En la venta de Papelcol el manejo no fue óptimo, ni el resultado el mejor, pero no se podía hacer nada diferente.

20 de agosto de 1990

Para muchos, era un proyecto al que le habían echado el "mal de ojo". Porque el nombre de Papelcol -por muchos años la iniciativa industrial privada más grande del país- casi se había convertido en sinónimo de crisis. Sin embargo, el lunes de la semana pasada sucedió algo que, según el gobierno, pudo ser un "rezo" para salvarlo. No obstante, en opinión de algunos observadores del mundo de las artes gráficas, no todo está solucionado.
Con la venta de Papelcol a Propal y la fusión de los activos de las dos compañías, culminó una de las negociaciones que más ilusiones, expectativas y críticas despertó durante los últimos tiempos en el país. El resultado de la operación es el "menos peor" que podía esperarse, ya que la transacción no era fácil por el cúmulo de circunstancias adversas que la rodeaban.
En primera instancia estaba el lastre de diez años de anhelos fracasados, accionistas quebrados, negocios enredados, deudas perdidas y millonarias sumas de dinero echadas a un verdadero barril sin fondo. La Papelera Colombiana, constituída en enero de 1980, costaría inicialmente US$90 millones, unos 21 mil millones de pesos de la época, y debería entrar a producir en agosto de 1984. Sin embargo, diez años después su costo total habrá llegado a los 150 mil millones de pesos y su primera hoja de papel saldrá al mercado sólo en enero de 1992.
Papelcol se había convertido en una de las excepciones que confirmaban la regla vigente hasta 1982, de que los negocios en manos privadas eran los únicos que iban sobre ruedas. Pretendía ser una fábrica de producción de pulpa o pasta de celulosa, papel y cartón a partir del bagazo de caña de azúcar. Pero desde finales de 1983 comenzaron los tropiezos a raíz de la crisis del Grupo Grancolombiano, uno de sus principales gestores. Los aportes de capital de los socios se bloquearon y aunque ingresaron nuevos accionistas, tenía tal cúmulo de problemas que no hubo más remedio que la parálisis reiterada desde 1984. El excesivo endeudamiento externo, agravado por la negativa de nuevos desembolsos de los bancos acreedores y la crítica situación de tesorería llevaron al concordato preventivo obligatorio en marzo de 1987.
La reestructuración de Papelcol se hizo inevitable para salir del problema. El Instituto de Fomento Industrial, socio de la empresa desde 1980, decidió adquirir las acreencias a precios favorables -cerca de 80 millones de dólares en total- y convertirse desde comienzos de 1989 en el único dueño del complejo papelero, para poder ofrecerlo por todo el mundo a través del Morgan Guaranty Bank, el cual cobró 690 millones de pesos por su asesoría. Pero, para venderlo, además del pasado negro de Papelcol, había nuevos inconvenientes. El primero que sobresalía era la característica sui generis del proyecto. La planta de papel utilizará el bagazo de caña de azúcar como materia prima aunque sólo el dos por ciento del papel del mundo se produce con esa tecnología. A ella se acudió desde el origen de la idea que surgió de empresarios vallecaucanos pertenecientes al gremio azucarero.
Esa particularidad limitó el número de compradores potenciales. Dos empresas japonesas renunciaron por el problema de técnica. El otro rasgo peculiar del proyecto, es que el negocio papelero es de las multinacionales por la economía de escala. De ahí que los oferentes principales fueran Manvilla Forest, de Estados Unidos; Kruger Incorporated, de Canadá; Fletcher Challenge, de Nueva Zelanda, y Suaza Cruz, de Brasil..Sin embargo bien pronto fueron desistiendo cuando conocieron los antecedentes de Papelcol y analizaron el riesgo que corrían en un país que vivía una especie de guerra.
Para el inversionista extranjero que pedía referencias, una factoría en un terreno ubicado en las riberas del río Palo, cerca de Puerto Tejada, en el municipio de Caloto, en el Cauca, olía como a selva. Un lugar famoso, según las informaciones de orden público, por problemas de tierras con los indígenas y por las apariciones reiteradas de grupos guerrilleros. Y de todas maneras situado en Colombia, la tierra de Pablo Escobar y de un cura que persigue a las transnacionales comandando el ELN. Por allí tampoco pudo funcionar la cosa.
Surgieron entonces Cartón de Colombia y Propal, que dominan el mercado nacional del papel y que a la vez son controladas por inversionistas extranjeros (por Container Corporation y Cust & Company, la primera, y por la W. R. Grace e Intemational Paper, la otra). Pero no todos estaban conformes con los dos nombres. ¿Por qué? Porque Papelcol había surgido diez años atrás para romper el duopolio impuesto por ellos.
Un estudio de la firma Econometría para la Asociación Nacional de Industrias Gráficas, Andigraf, afirmaba hace unos años que "con la presencia de una tercera empresa productora de papel en el país, se rompe en forma importante el monopolio existente y se entra en un mercado con mayor nivel de competencia". Para completar, el trabajo sostenía que con una tercera papelera el precio del papel disminuiría en un nueve por ciento. También terció en el asunto el contralor Rodolfo González García, quien pidió no vender el proyecto a ninguna de las dos sociedades porque el Estado estaría contribuyendo "a estimular las tendencias oligopólicas existentes en esta rama industrial".
Pero a estas alturas al gobierno no le quedaba más. Como quien dice se pensó que es mejor papel en mano que ciento volando. Finalmente se logró un convenio en el que los activos de Papelcol fueron absorbidos por Propal en una operación por 100 millones de dólares. El IFI recibirá 15 millones de dólares de contado dentro de un mes y 80 millones de dólares se convertiránen acciones de Propal, equivalentes al 30 por ciento del capital de la que será de ahora en adelante una Propal Ampliada que producirá desde 1992 el doble del papel que ahora. Según el contralor, Propal se tomará el 87 por ciento del mercado del papel, pero la empresa asegura que será el sesenta por ciento.
A pesar de que el gobierno acepta que la concentración va a continuar, también es cierto que, por más intervención del Morgan, en términos prácticos no había nada mejor. En último término se dice que más vale la planta produciendo que oxidándose en Caloto, sea quien fuere el dueño. Todo eso sin hablar del gran alivio para las finanzas del IFI que tenía congelada una parte importante de sus recursos. Ahora sólo falta esperar que el proyecto entre por fin en operación y que los centenares de errores que se cometieron con Papelcol sirvan de lección para un futuro, cuando el sector privado colombiano decida meterse de nuevo en un proyecto de una envergadura semejante.