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MAZAMORRA MORTAL

Acusados de la muerte de dos mujeres, tres campesinos boyacenses, víctimas del engaño de un charlatán, esperan fallo de la justicia.

7 de febrero de 1983

Sucedió en la vereda de Firita Peñas Arriba, municipio de Ráquira (Boyacá). Un día, sorpresivamente, Casimiro, Luis Felipe y Martín Casas vieron "aparecer un enviado del cielo". Dijo llamarse Eugenio López y se presentó como experto en ciencias ocultas y conocedor de la verdad.
Granjéandose la confianza de los campesinos y aprovechando su raizal condición supersticiosa y su ingenuidad, convenció a los tres hermanos de que estaban siendo víctimas inocentes de una serie de brujerías y conjuros de algunos vecinos de la vereda. Poco a poco, les hizo perder sus cosechas, los obligó a vender sus bienes y a matar lentamente a sus esposas. Actualmente, los hermanos Casas se encuentran en la cárcel de Ráquira, arrepentidos de haber creído en el farsante y recuperándose del estado casi demencial en el cual habían caído. Mientras esperan la decisión de la justicia, en la destartalada cárcel de Ráquira, con cierto conformismo afirman: "nuestra suerte la hemos dejado en manos del Divino Creador ".
LOS MALOS ESPIRITUS
El sorprendente caso, que bien pudiera haber quedado registrado en los anales del oscurantismo medieval, comenzó hace tres años. Entonces, Luis Felipe Casas, hoy de 45 años, y sus dos hermanos, Casimiro, 65 años, y Martín, 52, recibieron en su finca la visita de un individuo desconocido.
Afirmando que llevaba una misión divina, les aseguró que había llegado allí para protegerlos de los malos espíritus que rondaban la finca, invocados por los vecinos de la vereda que les tenían mucha envidia.
Poco a poco, Eugenio López, el "enviado divino", fue ganándose la confianza de los campesinos y convirtiéndose en una especie de dios y protector. Luis Felipe, el menor de los hermanos Casas, se dejó crecer el pelo y la barba hasta la cintura. Había llegado al convencimiento de que era "Cristo, representante del enviado del cielo". Sus dos hermanos así lo creían y se sometían a él. Por espacio de largas horas, abrazados, pacientemente recibían los azotes y latigazos que el Cristo Luis Felipe descargaba con violencia en sus espaldas. Al unísono exclamaban: "¡Ay, mi Cristico, cómo me pega de duro!".
Aprovechando la ingenuidad, la ignorancia y el temor de Dios tradicionalmente inculcado en su mentalidad campesina, Eugenio López fue urdiendo toda clase de planes para, poco a poco, ir robando dinero a los hermanos Casas. No les dejaba vender las cosechas de trigo y de papa, con el pretexto de que estaban embrujadas, porque él lo hacía "por debajo de cuerda". O simplemente los obligaba a dejarlas perder. Esgrimiendo el argumento de que su misión era protegerlos de los malos espíritus, fue ganando cada vez más influencia en la vida de los Casas. Hasta el punto de que los obligó a aislarse de los vecinos, a cambiar sus hábitos alimenticios y sus costumbres.
Para curar supuestos hechizos les recetaba drogas adquiridas por él y convirtió en alimento diario de las esposas una extraña sopa de harina de trigo y greda bien diluida, elementos que se conseguían en la finquita y que estaban por fuera de la supuesta influencia maléfica de los vecinos.
"Todo lo hacíamos por amory fé en el Divino Creador" afirman tímidamente, bajas las miradas, conscientes ya de que fueron víctimas de un engaño que los llevó a cometer horrores. "en esos momentos no teníamos sentido de las cosas". Al parecer no aciertan aún a comprender la verdadera dimensión de lo sucedido. Basta un intento para tocar el tema de la muerte de sus esposas y entran en absoluto mutismo.
LA RESURECCION DE LOS MUERTOS
Como "escogidos" por el enviado de Dios debieron someterse a penosos ayunos que los llevaron al borde de la inanición; llegaron a asemejarse a "cadáveres andantes", cuentan los vecinos. Las esposas, sometidas a la letal dieta de harina de trigo y greda, se fueron enfermando. Las hemorragias, los vómitos y las diarreas eran permanentes. Sus cuerpos fueron inflamándose en forma desmedida, la fiebre y el estado de desnutrición les impedían moverse. Ocultas por sus maridos, los "discípulos" como se llamaban entre sí, fueron perdiendo la esperanza. Las alejaron de los familiares porque las habían convencido de que "todo el que se arrimara por la finca era brujo y venía a hacerles hechicería", cuenta José Desiderio Casas, cuñado de los "endemoniados" como él mismo los llama.
En su última aparición, Eugenio López, el "enviado del cielo", les pronosticó la muerte. Pero dio instrucciones para que "resucitaran y nos alistáramos para el juicio " dice uno de los hermanos Casas. "Uno no acataba nada porque parecía que no tuviéramos sentido. Ya se había acabado la plata y se podían llevar al médico ", agrega otro.
La primera de las mujeres que murió fue Hermelinda Ramírez, esposa de Casimiro. Fue hace cerca de dos años. A los seis meses, el turno le tocó a María del Carmen, esposa de Luis Felipe. La esposa de Martín estuvo a punto de morir, pero "la voluntad del Divino Creador se hizo y no se la llevó, explica el marido.
En torno a los cadáveres de las dos mujeres se inició todo un ceremonial: baños con carburo y agua de hierbas.
Los cadáveres permanecían en un rincón del cuarto durante la noche, pero en el día el de Hermelina "era colocado junto a un árbol y el de María del Carmen bajo una piedra", cuenta dramáticamente Prudencia, 17 años, hija de Martín. Su tío Luis Felipe la violó varias veces. Decía que "así me sacaba los maleficios. Y hacia éso con las otras mujeres". Luis Felipe no lo niega y el padre de la niña acepta que sabía pero alega que "así lo había mandado el enviado del cielo".
El ritual de bañar los cadáveres y asolearlos por la mañana se terminó un día cuando unos perros acabaron con lo que quedaba de ellos y dejaron sólo los huesos. Entonces los hermanos decidieron quemar los restos y echar en saco roto el cuento de la resurrección.
LOS PRIMEROS INDICIOS
Nada se hubiera sabido de esta alucinante historia, de no haber sido porque Héctor y Saúl Casas, residentes en Bogotá, se llevaron para su casa a Prudencia, Su hermana. Al enterarse de que estaba embarazada empezaron a indagar. Poco a poco, armándose con toda clase de argumentos, fueron extrayéndole fragmentos de la historia. Algunos de los pormenores resultaron tan espeluznantes que decidieron recurrir a otro pariente, el agente de la policía Jorge Lancheros, para conducir a los tres hermanos Casas, sus tíos, ante las autoridades. El impresionante relato de la joven dio paso para que se abriera una investigación y condujo a la detención de los tres hermanos campesinos. Al ser interrogados, los detenidos, sin oponer mayor resistencia, aceptaron la realidad de la versión, con resignación, como si no alcanzaran a medir el alcance de los hechos. Pero le abrieron un nuevo capítulo a la historia, cuando acusaron a Lancheros de haber sido la persona que condujo al enigmático "enviado del cielo", Eugenio López, hasta su casa en la vereda de Firitas .
SEMANA estuvo en los lugares que Prudencia señalaba como escenarios de los hechos y pudo comprobar que allí estaban los restos de los huesos calcinados, el platón de carretilla que sirvió de crematorio y objetos y estampas sagradas que el charlatán López les había ido llevando durante los años en los cuales "cuando estaba poseído de la ira santa hacia temblar la tierra, caer rayos y centellas".
"Nosotros creíamos que estaban poseídos por el demonio y hasta pagamos una misa para que volvieran a ser los seres normales que habíamos conocido" afirma Isidro Buitrago, otro de los parientes abrumados por la historia. Fallar en este caso resultará difícil y aún le quedan cabos sueltos al asunto: el paradero de Eugenio López, charlatán y estafador, personaje siniestro por cuya causa hay dos muertos, tres encarcelados y toda una familia en la ruina; el papel inicial que jugó Lancheros, acusado por los hermanos Casas de haber llevado a López; la razón por la cual sólo sobrevivió la esposa de Martín, madre de Prudencia, y de Saúl y Héctor, los denunciantes.
Aunque para la gente de esa desolada y brumosa región boyacense las apariciones divinas y los enviados del cielo no son cosas extraordinarias, porque su mundo aún está plagado de mitos y leyendas, de fantasmas, supersticiones, ángeles y demonios, los pobladores de la región se estremecieron con el asunto de los Casas. Y mientras algunos afirman que "el que se les apareció fue el demonio", un campesino, conocido como don Isaías, reclama ser el defensor legítimo de Dios y afirma que está "dedicado a ahuyentar a todos los que vienen con cuentos de que son enviados del Señor. Porque Dios advirtió que vendrán muchos falsos profetas".-