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Crisis del euro y la lucha Merkel vs. Varoufakis

La crisis griega ha dado a luz una paradoja: durante los últimos meses, Europa ha dependido de dos líderes carismáticos.

4 de julio de 2015

En la década que lleva al frente del país más poderoso del Viejo Continente, Angela Merkel ha tenido varios socios para capotear los avatares de la economía comunitaria. Por su talante, no compaginó con las extravagancias del italiano Silvio Berlusconi. Y aunque con Nicolas Sarkozy sí hubo empatía (juntos hicieron frente a la primera parte de la crisis de la eurozona), el francés fue castigado por el electorado y su sucesor, François Hollande, nunca le dio la talla a la canciller. Así, hasta enero pasado, la alemana había estado gobernando a Europa sola desde su despacho en Berlín.

Pero ese mes llegó al Ministerio de Finanzas de Grecia un marxista sin experiencia en política, que odia las corbatas y ama las motocicletas. Se trata de Yanis Varoufakis, un hombre que sabe hablar duro y entiende las profundidades de la economía global, tan bien como los riesgos de la política que Europa ha adoptado para contrarrestar los embates de la crisis. No se les ve juntos, pues para las fotos está el primer ministro, Alexis Tsipras. Pero quien ha mirado detrás de bambalinas de la tragedia griega sabe que el destino del continente, en realidad, ha reposado en meses recientes en las manos de Merkel y Varoufakis.

Resulta paradójico que una región que tras la Segunda Guerra Mundial decidió rechazar la excesiva personalización de la política hoy dependa de dos líderes carismáticos como ellos. Se encuentran en orillas contrarias. La alemana, a pesar de la tormenta, insiste en la austeridad y en el statu quo para “salvar a Europa”. El griego, en cambio, se ha empeñado en lo contrario. “A mí me eligieron no para salvar a Europa, sino a Grecia”, dijo el jueves. “No es cierto que la única salida a la crisis sea someterse a la doctrina de la austeridad”. Negociar con la dirigencia en Bruselas no parece hacerlo cambiar su férrea oposición a Merkel.

Lo de Varoufakis, sin embargo, no es terquedad. Merkel sabe bien que ante sí ha tenido a un rival con ideas valiosas y, además, muy competente. Como ella, que es doctora en Física, él ha investigado en universidades y piensa como un científico: es escéptico de la retórica y adicto a los datos y el análisis. Ambos, además, han tenido vidas marcadas por la historia. Merkel creció en Alemania Oriental y sabe lo que significa la desesperanza en Europa. Él nació en una familia comprometida con la política, afín a la insurgencia en Irlanda del Norte y a los detractores del apartheid en Sudáfrica.

Ninguno se ha cansado de declararse abanderado de una Europa democrática, plural, pacífica, próspera y, sobre todo, garante del bienestar de sus ciudadanos.

Independiente del referendo griego, el pulso entre Merkel y Varoufakis dejará lecciones. Desde que arrancó la crisis europea, Merkel ha tenido en sus manos el timón de un navío recio. Pocos políticos, incluso dentro de la misma Alemania, habrían sido capaces de sobrevivir seis años de tempestad como lo ha hecho ella. Pero durante ese mismo tiempo el sueño europeo se ha venido resquebrajando. Y Merkel, en medio de la impotencia y la puja de poderes en Bruselas y Berlín, no ha logrado encontrar respuestas a la pregunta de si ser parte de Europa implica el alto precio que los griegos han tenido que pagar en los últimos años: una avalancha de deudas, la frustración generalizada y el riesgo de la miseria.

Varoufakis ha respondido a esta pregunta con un rotundo no. Pero también ha ayudado a explicar cómo Europa debería transformarse tras la crisis. Su llamado a pensar en la gente y no solo en la macroeconomía, como Merkel, es una alarma. El Viejo Continente no puede limitarse a ser una bandera azul llena de estrellas y un edificio de burócratas en Bruselas. Debe representar a una comunidad, donde lo primordial son el bienestar y los derechos de la gente.