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NI TANTO QUE QUEME AL SANTO...

La situación del empleo en el modelo de la apertura ha evolucionado de manera más favorable de lo que se auguraba hace un par de años.

12 de abril de 1993

HACE POCAS SEMANAS, cuando el Gobierno reveló con cierta euforia las cifras relacionadas con la disminución del desempleo, sobrevinieron algunas críticas referidas no tanto a las cifras mismas, como al hecho de que tras el aumento de la tasa de empleo podría estar oculto un fenómeno de crecimiento del trabajo informal.
El Gobierno había hecho énfasis en lo que consideraba un importante éxito de su política económica y social, no tanto porque entre diciembre de 1990 y diciembre de 1992 se haya presentado una disminución muy amplia del desempleo (la realidad es que pasó de 10.6 a 9.9 por ciento en las siete principales ciudades) sino porque la reducción de la desocupación, por pequeña que sea, desmiente las negras predicciones que la di rigencia gremial y algunos investigadores hicieron al principio de la administración de César Gaviria, en el sentido de que la política de apertura económica implicaría un masivo cierre de empresas y un significativo aumento del desempleo. Además, esta reducción de los porcentajes de desocupación se da en momentos en que la fuerza de trabajo alcanza un crecimiento sin precedentes.
En efecto, la tasa de participación pasó del 57.9 por ciento en el 89 al 61.5 por ciento en el 92.
La claridad de los indicadores obligó a unos críticos del Gobierno a reconocer que los malos augurios no se habían cumplido, pero a otros, los más severos, los llevó a replantear la orientación del cuestionamiento. De ese modo, ya no se habló de crecimiento del desempleo sino de aumento del porcentaje de empleo informal dentro del conjunto de la actividad laboral. Para sostener esta tesis, según la cual si bien no se ha generado desempleo sí se ha deteriorado su calidad, entidades como Fede sarrollo y el Instituto SER argumentan que según la encuesta nacional de hogares del Dane, el índice de informalidad en las 10 principales ciudades pasó del 49.5 por ciento en junio del 90 al 53.1 por ciento en junio del 92.
Ahora el Gobierno ha querido salirle al quite a esta nueva crítica. Según Planeación Nacional, comparar el índice de informalidad del 92 con el de junio del 90 tiene un sesgo, debido a que en e] 90 la encuesta de hogares cometió errores metodológicos en la pregunta relacionada con la informalidad del empleo, que hizo que ese año el porcentaje de informalidad apareciera como mucho más bajo que en los años anteriores "Prueba de ello -le dijo a SEMANA una fuente de Planeación- es que si la cifra del 92 se compara con la de los años 87, 88 u 89, puede verse que el promedio de informalidad de esos años fue de 57 por ciento, cuatro puntos más que el del año pasado".
Una segunda crítica al Gohierno en el frente del empleo, es que si bien no ha aumentado la desocupación, sí ha subido el empleo temporal, cuyo índice para las siete grandes ciudades pasó del 16.3 por ciento en el 91 al 18.1 por ciento en el 92. A este respecto, el Gobierno responde que este ligero crecimiento de la temporalidad se debe a que parte importante del aumento del empleo se ha dado en el sector de la construcción, a donde los contratos se hacen a término fijo y no indefinido. Pero aparte de lo anterior, resulta interesante analizar qué tipo de empleo se ha generado durante los dos primeros años de la administración Gaviria. Durante 1992 se generaron poco más de 280.000 puestos de trabajo, contra sólo 180.000 que se habían creado en el 91 ya penas 109.000 en el 90. De los 280.000 del 92, se calcula que unos 55.000 son por cuenta del boom de la construcción. Pero eso, que podría responder a un ciclo, no es todo: 20.000 se crearon en el sector de transportes y comunicaciones, 65.000 en servicios, y otros 60.000 en la industria manufacturera, donde sorprenden temente el mayor aumento se dio en la pequeña y mediana empresa, y no en la gran industria.
Aún aceptando la tesis de algunos críticos del Gobierno de que el mayor incremento en el empleo se ha generado en los sectores de bienes no transables como la construcción y los servicios, hay que reconocer que, una vez desmenuzadas, las cifras sobre awnento del empleo favorecen al Gobierno y desvirtúan las predicciones iniciales con las cuales se atacó la política de apertura. Pero es evidente que en este frente tan delicado y significativo tanto en lo económico como en lo social, no se puede cantar victoria. Si bien parecen haber quedado atrás las dramáticas tasas del 15 por ciento a mediados de los años 80, un desempleo del 10 por ciento sigue siendo inquietante, y un índice de informalidad de más del 50 por ciento, también. Queda por ver si durante el 93, a medida que la apertura sigue adelante y una vez termine o se disminuya significativamente el apagón, el Gobierno va a poder confirmar su alegría, o será el turno de sus críticos para renovar los interrogantes.