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Alberto Carrasquilla

Administración pública

No llores por mí Carrasquilla

Todo indica que Alberto Carrasquilla se va del gobierno, pero pasará a la historia como un gran ministro de Hacienda. Más que por lo que hizo, por lo que impidió que otros hicieran.

3 de febrero de 2007

Es normal que los ministros de Hacienda sean una piedra en el zapato en el interior de cualquier gobierno. Y es también usual que sean los villanos de la película, tanto para la gente como para el Congreso de la República. Tradicionalmente, tienen que hacer el ‘trabajo sucio’ de los insensibles y desalmados economistas: clavarle impuestos a la gente, limitar los recursos que le piden los ministros de área para atender los programas sectoriales, soportar las presiones del sector privado en asuntos específicos como las exenciones fiscales, y lidiar con los congresistas, que a cambio de votar favorablemente los proyectos de ley, esperan como recompensa mayores partidas para sus regiones.

Hasta ahí es parte de su trabajo. Y por eso no es de extrañar que el Ministro de Hacienda despierte broncas por todos lados y lleve siempre la peor parte dentro y fuera de Palacio. Pero en el caso de Alberto Carrasquilla, las cosas van mucho más allá. En buena parte porque no ha existido en la historia del país un Presidente tan obstinado y tan metido en todos los asuntos como Álvaro Uribe. Desde cuando fue elegido en 2002, el primer mandatario ha hablado de cambiar la cartilla del Emisor, de contener la caída en la tasa de cambio, de darles mayores subsidios a los agricultores, de borrar a los deudores de las listas de morosos, de construir carreteras para todas las veredas y de solucionarles los problemas a doña María, don Pedro, doña Juana y cuanto personaje aparece en los consejos comunales. ¿Y la plata?

A Carrasquilla le ha tocado aguantarse varios ministros de Hacienda en la ‘sombra’ desde el comienzo del gobierno. Por ejemplo, Fabio Echeverri, hablando sobre impuestos y sobre los nuevos negocios en los que se debería meter o salir el Estado, o Rudolf Hommes, diciendo cómo se debe manejar la macroeconomía.
Pero sobre todo, nunca se había tenido un Presidente tan proclive a hacer las veces de banquero de inversión desde Palacio. Uribe visita personalmente las casas matrices de las empresas, llama por teléfono a sus dueños, abre su despacho a reuniones con inversionistas, organiza road shows en la Casa de Nariño, da su correo electrónico a los empresarios más entusiastas y hasta se mete a mediar en negocios privados que están a punto de cerrarse, como cuando se reunió en Londres con los ejecutivos de SAB Miller que estaban interesados enBavaria o cuando llamó al mexicano Carlos Slim para que entrara como socio de Telecom. ¿Y quién garantiza que al Presidente-vendedor no se le vayan las luces en esos negocios? ¿Y que el valor presente neto de los mismos sea positivo para la Nación? Carrasquilla.

En efecto, el gran mérito del actual Ministro de Hacienda es que es un experto en armar muñecos para darle gusto al Presidente. Muñecos hechos con el mismo fin, pero armados de diferente forma. Por ejemplo, cuando Uribe decidió no vender el Bancafé porque quería dejarlo como un banco de microcrédito para los pobres. Carrasquilla, en lugar de decirle no de frente, le dijo que si el propósito era bancarizar al país, entonces había mejores formas de hacerlo que no fueran usando los recursos públicos. Después de dos años de continuas negativas del jefe del Estado para privatizar el Bancafé, finalmente le dio el sí a Carrasquilla y con ello vía libre para vender la institución. El resultado: 2,21 billones de pesos y un programa ambicioso de corresponsales no bancarios.

Algo similar pasó cuando Uribe decidió ampliar la Refinería de Cartagena, un megaproyecto de más de 800 millones de dólares. El ex presidente de Ecopetrol Isaac Yanovich estaba empeñado en hacer la expansión con recursos de la estatal petrolera. Carrasquilla, en cambio, decía que lo mejor era buscar un socio estratégico que hiciera la ampliación. Según sus cálculos, el impacto fiscal del proyecto sobre las cuentas de la Nación sería del orden de los 650 millones de dólares. Al final, Carrasquilla le ganó el pulso a Yanovich, y la empresa Glencore pondrá la plata.

Lo mismo sucedió con otros procesos que venían de tiempo atrás, sobre los cuales ningún Ministro de Hacienda había podido tomar decisiones. Sin anestesia, Carrasquilla le metió mano a la renegociación de la deuda del Metro de Medellín (una tarea difícil en medio del ‘poder paisa’ del que anda rodeado), a la liquidación del Banco del Estado, la liquidación de Telecom, la privatización de Megabanco, la venta de Ecogás y la fusión de las Superintendencias Bancaria y de Valores, entre muchos otros. Para todos y cada uno de ellos diseñó muñecos que maximizaran el valor para el fisco. Por ejemplo, el más reciente, la venta de Ecogás, Carrasquilla se ideó una figura mediante la cual creó una nueva entidad que fue la que se vendió y que tomó en arriendo los activos de la anterior compañía, que ahora está en liquidación. Todas esas operaciones de alta ingeniería financiera le valieron el reconocimiento no sólo del Presidente, sino de sus propios colegas.

Aunque Carrasquilla es un hombre que prefiere dar las peleas en el interior del gobierno, ha habido ocasiones en las que se ha enfrentado públicamente con el Presidente. Es el caso, por ejemplo, del proyecto de habeas data. Después de meses de convencer a los congresistas de las bondades de este proyecto, que contempla las reglas de juego para que el manejo de la información financiera sea confiable, el Presidente salió a decir que se debería borrar a todo el mundo de las listas de las centrales de riesgo. Y ahí fue Troya. Dicen quienes lo conocen que ha sido el momento de mayor cólera del Ministro en estos casi cuatro años. Al final, Uribe se echó para atrás y hoy el proyecto avanza en el Congreso.

Si ese fue el momento de mayor ira de Carrasquilla durante este tiempo, sin duda el más frustrante fue el sentirse tan solo en el debate de la reciente reforma tributaria. Ninguno de los ministros lo apoyó en sus pretensiones de hacer una reforma estructural. Ni hablar del Presidente y su Ministro de Defensa, que le colgaron a su proyecto el impuesto al patrimonio, un gravamen aborrecido por la ortodoxia en boga, de la cual Carrasquilla es fiel exponente.

Esa ortodoxia es la causante de sus recientes peleas con la Junta del Banco de la República. Desde el año pasado, el Ministro viene teniendo discrepancias con algunos miembros del Emisor, sobre el manejo de la tasa de cambio. Especialmente con dos codirectores Carlos Gustavo Cano y Juan Mario Laserna, quienes en días pasados le reclamaron su supuesta poca colaboración para enfrentar la revaluación.

Todo indica que el Ministro ya llegó al límite. Fuentes cercanas al Ministro y la Presidencia dicen que su salida es un hecho, y que en este momento sólo está ultimando la fecha de su retiro.

¿Quién, si no Alberto Carrasquilla, para ser Ministro de Hacienda de Uribe? Es innegable que Carrasquilla no es el funcionario predilecto ni de los ministros ni de los codirectores del Banco. Economista de la Universidad de los Andes y Ph.D. en economía de la Universidad de Illinois, sus malabarismos de capacidad técnica en el seno del Consejo de Ministros son vistos como demostraciones de suficiencia, más que como evidencias de idoneidad. Pero su enorme capacidad para encontrarles solución a los problemas, su virtud para entender lo que quiere el Presidente, y su férreo carácter para decirle no a las peticiones de su jefe lo han convertido, aunque suene paradójico, en un Ministro estrella del gobierno y el favorito de Álvaro Uribe Vélez.

Si finalmente se va, deja unos zapatos grandes que llenar. Si una cosa queda clara después de Carrasquilla es que “un Ministro de Hacienda no sólo es exitoso por lo que hace, sino por lo que impide que otros hagan”.