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Los remiendos que le hicieron los congresistas al proyecto inicial que presentó el Ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, dejaron la reforma tributaria como un frankenstein

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Otra colcha de retazos

Irresponsable resultó la nueva reforma tributaria que aprobó el Congreso. Dentro de dos años habrá que hacer otra.

23 de diciembre de 2006

Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver. O si no, que le pregunten al ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, para quien la reforma tributaria que aprobó el Congreso hace dos semanas no quedó tan mal al final de cuentas. Una cosa es ponerle al mal tiempo buena cara. Pero otra muy distinta es hacerse el de la vista gorda ante semejante esperpento de proyecto, que más parece un rosario de exenciones particulares que un intento por desenmarañar el estatuto tributario.

Lo que quedó es una lástima y al gobierno debería darle pena. Primero, porque perdió una gran oportunidad para hacer una reforma estructural. Esa expectativa la generó el propio Carrasquilla al comienzo, cuando habló de la necesidad de hacerle unas modificaciones profundas al sistema, porque el actual era muy ineficiente. A los cuatro vientos anunció su proyecto inicial: reducir el número de tarifas de IVA, aumentar la tarifa general de este impuesto, acabar con todas las exenciones, simplificar el esquema para cobrar la retención en la fuente, eliminar el 4 por mil y reducir la tarifa de renta, entre otras cosas. Las sumas y restas de todo eso tendrían un efecto fiscal cero, es decir, que dejarían los recaudos en el mismo nivel como proporción del PIB. Y lo mejor: el código tributario pasaría de tener 1.100 artículos, a sólo 250

Nada de eso pudo ser. Salvo la reducción de la tarifa en renta -que pasó del 38,5 por ciento al 33 a partir del año 2008- todos los publicitados anuncios del Ministro no pasaron de ser una simple quimera. En IVA, en lugar de reducir a tres el número de tarifas, como lo había planteado el proyecto original, se dejaron nueve diferentes. Y la tarifa general quedó en 16 por ciento. En retención en la fuente, no hubo simplificación del esquema, sino que se dejaron los mismos escalones que estaban anteriormente. El 4 por mil dejó de ser un impuesto transitorio y se volvió permanente. Y las exenciones, en lugar de desaparecer, aumentaron esta vez. Semejante esperpento trajo sus consecuencias: un aumento en el número de artículos y de parágrafos del Estatuto Tributario.

Lo peor de todo es que el proyecto final no tiene un impacto neutro sobre el recaudo, como era el propósito original del gobierno. De entrada, la reforma va a disminuir los recaudos en un monto equivalente al 0,4 por ciento del PIB anualmente, según un estudio serio de la firma de bolsa Corredores Asociados. Y eso sin cuantificar el impacto negativo en las finanzas del erario de algunas nuevas exenciones y beneficios para las empresas y sus dueños. Por ejemplo, esa que aumenta de 30 a 40 por ciento la deducción en renta para las inversiones en activos fijos, le cuesta al fisco unos 1,6 billones de pesos anuales. La que disminuye la tarifa en renta al 33 por ciento le cuesta 1,2 billones de pesos anuales.

Ni hablar en lo que quedaría el recaudo si se le resta a la reforma el impuesto al patrimonio que le colgaron a última hora. Este tributo, que deberán pagar las personas con más de 3.000 millones de pesos de patrimonio líquido a partir del primero de enero del año entrante, pretende recaudar 8,6 billones de pesos entre 2007 y 2010 para financiar la guerra.

Más vergonzoso que los resultados fiscales es tal vez la forma como se discutió y elaboró la reforma en el Congreso. Racimos de lobbystas en los pasillos del Capitolio convencieron a los legisladores de meter por la puerta de atrás todo tipo de micos. No se entiende cómo, por ejemplo, concluyeron que el IVA para el chance es del 5 por ciento, mientras que productos de la canasta familiar de primer orden como el chocolate, el café, el arroz y la harina, deberán pagar el 10 por ciento. Tampoco se entiende cómo la cerveza, que iba a pagar en el proyecto original un 10 por ciento de IVA, quedó con apenas el 3 por ciento. Ni qué decir de la exención para La Guajira, en donde a partir del año entrante los alimentos no pagarán impuestos. De esta manera, La Guajira logró colarse en el grupo que ya integran Vichada, Guainía, Amazonas y Vaupés. No se entiende cómo se busca favorecer a un departamento como La Guajira, que recibe cuantiosas regalías de carbón y gas.

Al final del cuento, el Congreso aprobó a 'pupitrazo' limpio una reforma tributaria en la que los intereses particulares primaron sobre el bien común. No sólo habrá un estatuto tributario mucho más complejo que el actual, sino que además le dejará menos recursos al fisco. Los expertos señalan que dentro de dos años habrá que hacer un nuevo proyecto tributario, con el desgaste que eso implica para el gobierno y el país.

La comedia fiscal de este año estuvo endulzada con los 'consejos comunales' que organizó el gobierno en las regiones para discutir el proyecto, con las filas de lobbystas desenfrenados y con los gritos de la presidenta del Senado al resto de legisladores.

También le puso un tinte de humor el ministro Carrasquilla y de su equipo económico. O de lo contrario, ¿cómo se explica que el Ministro salga a la luz pública a decir que el problema fue que el país no acogió su propuesta inicial? Ese argumento, además de muy simplista, denota una carencia de dominio político y una falta de voluntad en los temas que realmente son importantes. ¿Por qué no retiró la reforma tributaria, en lugar de esperar a que sufriera una transformación kafkiana?

El frankenstein quedó listo y mucho peor de lo que había. Los paganinis son, una vez más, los colombianos más pobres.