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PELEA DE VICTOR HUGUITOS

Una vez más, la primera figura literaria del Perú la emprende contra la primera figura literaria de Colombia.

4 de agosto de 1986

Otra pelea entre Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez? Los lectores de la prensa -de la prensa de todas partes: la cosa se publica al tiempo en El Comercio de Lima y en el Bild Zeitung de Hamburgo, en El Tiempo de Bogotá, en Le Quotidien de Argel, en el ABC de Madrid, en El Mercurio de Santiago, y las agencias de noticias la retransmiten hasta lugares tan remotos como Klondike y la Papuasia- se desayunaron el 28 de junio con la estremecedora noticia: otra vez están peleando Gabo y Vargas Llosa. Y cundieron el asombro, la irritación, la desesperanza: ¿es que esos dos nunca van a dejar de pelear? ¿Sólo parará eso cuando le den el Premio Nobel también a Vargas Llosa? ¿O cuando se lo quiten a García Márquez? ¿Tenemos por delante, en nuestras vidas de lectores de prensa -en Bogotá o en Timbuctú- un interminable futuro de peleas entre el novelista peruano y el colombiano, cíclicas e ineluctables como los mundiales de fútbol?
SEMANA, justamente alarmada, quiso hacer una investigación al respecto que dejara las cosas en su sitio. Y lamentablemente, los resultados, aunque tranquilizadores, son antiperiodísticos. Primero, la nueva pelea entre Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez no es nueva. Segundo, tampoco es entre Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez. Y tercero, tampoco es pelea.
No es nueva. Es la misma vieja y traqueada pelea que conocemos por lo menos desde febrero de 1976, cuando los dos escritores se enzarzaron a puñetazos en un teatro de Barcelona, al parecer por culpa de una mujer, como en las rancheras mexicanas (ver recuadro). Desde entonces, reaparece en las noticias de tiempo en tiempo, como el monstruo del Loch Ness. Resurge al socaire de una carta abierta, de una reunión de intelectuales, de la intervención de un tercero en discordia. Esta vez, el tercero en discordia es el novelista alemán, Gunter Grass, quien recibió una carta abierta de Vargas Llosa con motivo de una reunión de intelectuales celebrada en Hamburgo. En esa carta, según titula la presa, el escritor peruano "ratifica críticas a García M.".
Pero tampoco es así, pues la disputa no es entre ellos dos. En primer lugar, porque García Márquez no participa en ella. Vargas Llosa lanza golpes al aire -en cartas abiertas, en reuniones de escritores, a través de terceros- como si boxeara con su propia sombra, sin que García Márquez le haya respondido nunca, convertido en lo que el peruano llama "un interlocutor fantasma" para referirse, no a lo que es el colombiano para él, sino a lo que es él para el alemán (porque en las peleas de escritores acaban participando siempre los árbitros, el manager, el público). Y no es entre ellos dos, sobre todo porque Vargas Llosa ha dirigido sus críticas indiscriminadamente contra otros muchos escritores latinoamericanos, empezando por varios que están muertos. El chileno Pablo Neruda, por ejemplo, que escribió "la más rica y renovadora poesía de la lengua española, y también himnos en honor de Stalin". O el cubano Alejo Carpentier, cuyos "relatos elegantes y escépticos" contrastaban con su servilismo hacia el régimen de Fidel Castro. Para Vargas Llosa, García Márquez no es más que uno de tantos intelectuales latinoamericanos que creen que la disyuntiva no es "entre democracia y dictadura (marxista o neofascista), sino entre reacción y revolución, encarnadas en los arguetipos infames de Pinochet y Castro".
Finalmente, no se trata de una pelea, y poco tiene que ver con los puñetazos de Barcelona, aunque date de la misma época. Es una discrepancia ideológica, según la plantea Vargas Llosa, entre partidarios y adversarios de la democracia, que "no es un problema académico sino un hecho crucial del que en buena parte depende el futuro de América Latina", según dice en su carta a Grass. "En América Latina -afirma Vargas Llosa- con pocas excepciones nuestros intelectuales siguen practicando la hemiplejía moral que consiste en condenar las iniquidades de las dictaduras militares y los atropellos que permiten a menudo las democracias, y en guardar ominoso silencio cuando quienes cometen los abusos son regímenes socialistas". Y es ahí donde el escritor peruano denuncia, condena y discrepa. Dijo, en una reunión de escritores, lo que Grass le echa en cara ahora: que García Márquez era un "cortesano" de Fidel Castro. Y ahora, en su carta abierta, se mantiene: "No voy a retirar esa frase. (...) Tener un gran talento literario no me parece un atenuante sino un agravante en estos casos. Simplemente no entiendo qué puede llevar a un escritor como García Márquez a conducirse como lo hace con el régimen cubano. Porque su adhesión va más allá de la solidaridad ideológica y asume a menudo las formas de la beatería religiosa o de la adulación".
Pero si se estudia con cierta atención todo el barullo, resulta que en el fondo tampoco se trata de una discrepancia ideológica. Ni Vargas Llosa ni García Márquez son verdaderos militantes políticos -como lo fueron, digamos, escritores como el salvadoreño Roque Dalton o el argentino Haroldo Conti. Ni son tampoco lo contrario: viajeros de las nubes que pretenden colocarse por encima de la vana agitación política, como el argentino Jorge Luis Borges o el mexicano Alfonso Reyes. Pertenecen más bien a otro género de la fauna intelectual latinoamericana, que podríamos llamar el de los Víctor Hugos locales: grandes figuras de las letras que, por serlo, se consideran llamados a altos destinos políticos. A Gabo, la izquierda colombiana le ofrece a cada rato una candidatura presidencial, a Vargas Llosa el presidente Belaúnde quiso nombrarlo primer ministro del Perú -del mismo modo que Rómulo Gallegos fue fugazmente Presidente de Venezuela y Pablo Neruda candidato a la Presidencia de Chile por el Partido Comunista. Lo que de verdad separa al Víctor Hugo colombiano del Víctor Hugo peruano, al margen de sus ideas e inclusive de sus mujeres, es su manera de acercarse al poder y a los poderosos, cosa que los dos hacen por igual. García Márquez es amigo de Castro y lo fue de Torrijos, pero también de jefes de Estado de "democracias formales", como Mitterrand o López Michelsen. Vargas Llosa es amigo por su parte de Belaúnde Terry, pero también del misterioso reverendo Moon. Y los dos coinciden en Felipe González.
Entonces, ¿en qué consiste la pelea, en fin de cuentas? Corre por ahí la versión -que la investigación adelantada por SEMANA no logró confirmar- de que se trata de una operación publicitaria inventada por Carmen Balcells, quien es la agente literaria de García Márquez y de Vargas Llosa simultáneamente (y también, de pasada, de Pablo Neruda y de Gunter Grass).

CHISME DE UN PUÑETAZO DEMORADO
El puñetazo fue uno solo. Se lo pegó Mario Vargas Llosa a Gabriel García Márquez en el bar de un teatro de Ciudad de México, en febrero del 76, cuando el otro se disponía a saludarlo de un abrazo. Durante años habían sido íntimos amigos, por mucho tiempo habían sido vecinos de piso en Barcelona, donde vivían los dos, y Vargas Llosa había dedicado un libro entero a la obra de García Márquez. ¿Qué había pasado?
El chisme -pues se trata de un chisme sin confirmación posible, ya que ninguno de los dos protagonistas quiere hablar de ese tema- dice que el puñetazo fue por culpa de una mujer. La de Vargas Llosa. Cuando el puñetazo de México, la historia tenía ya cerca de dos años, y había ocurrido en Barcelona. Mario se hallaba al parecer gallinaceando en París y no daba señales de volver al redil. Entre tanto en Barcelona, Gabo salió de rumba una noche con un grupo de amigos. Sin su mujer, Mercedes, pero sí con la de Mario, Patricia. La agente literaria de los dos novelistas, Carmen Balcells, preocupada al ver que los escarceos parisienses de Vargas Llosa se prolongaban demasiado, lo llamó para incitarlo a volver, diciéndole que si no lo hacía rápido, Gabo le iba a quitar a su mujer. Mario Vargas Llosa, que es un andino solemne y sin sentido del humor, empezó entonces a rumiar el puñetazo de Ciudad de México de dos años más tarde.