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PERICO POR TINTO

El problema de la droga, un nuevo ingrediente en la discusión del Pacto Cafetero.

2 de octubre de 1989

El turno le toca ahora al norte. Mientras la semana pasada en el país la guerra contra el narcotráfico siguió con intensidad, en Washington la diplomacia nacional se encargó de dejar en claro que, tal como lo dijera un editorial del New York Times, "Colombia desesperadamente necesita, y se merece, dinero y equipo".

El énfasis en ese punto acabó produciendo actitudes sorpresivas. Aparte del paquete de ayuda obtenido por la ministra de Justicia, los colombianos recibieron la inesperada noticia sobre un supuesto cambio en la posición de Estados Unidos con respecto al Pacto Cafetero. Según las primeras informaciones, el subsecretario de Estado para Asuntos Políticos del gobierno del presidente George Bush, Laurence Eagleburger, se habría manifestado en favor de promover el restablecimiento del convenio mundial del café, para ayudar a los países productores. Ese cambio de actitud se explicaría por la caída abrupta que han experimentado los precios desde que el pasado 4 de julio el mercado internacional del grano quedara en libertad. En el caso del café colombiano la cotización de la libra pasó de 1.50 dólares a 80 centavos en apenas doce semanas.

La nueva realidad cafetera no es compatible con la de un país como Colombia, que se encuentra en plena guerra. Tal como lo dijo enfáticamente la revista británica The Economist, "a comIenzos de los ochenta cerca de la mitad de la exportaciones registradas del país se derivaron del café producido por 500 mil cultivadores, la mayoría de ellos minifundistas.
Desde (mediados) del año el precio mundial del café ha caído a la mitad (y) la organización estatal encargada de la comercialización no puede proteger durante mucho tiempo a los pequeños productores. Si Colombia va a luchar contra los narcotraficantes, proteger a sus jueces y políticos y ofrecerle seguridad a la gente, una gran cantidad de dinero es la primera cosa que necesita".

Ante ese convencimiento es obvio que, en teoría, uno de los primeros pasos sería reinstituir los mecanismos de cuotas y precios del Pacto Cafetero. Si eso se logra con rapidez, los más optimistas aseguran que Colombia evitaria perder entre 200 y 400 millones de dólares anuales por los menores ingresos que ahora se vislumbran, al tiempo que se aseguraría la estabilidad en un sector clave de la economía nacional. Ese mensaje fue transmitido en las conversaciones entre el canciller, Julio Londoño, y funcionarios de la administración norteamericana. Tal como lo describió el gerente de la Federación de Cafeteros, Jorge Cárdenas Gutiérrez, "se presentó muy claramente la posición colombiana en el sentido de que, en las circunstancias actuales al país le interesa mucho tener estabilidad(...) y que en la medida en que haya problemas en el sector rural colombiano, la batalla que se ha asumido va a tener dificultades". El hecho de presionar a Estados Unidos para que colabore con la reinstitución del Acuerdo del Café es apenas lógico. Al ser los primeros consumidores del grano en el mundo, los norteamericanos cuentan con el peso suficiente para que cualquier esperanza de arreglo fructifique o fracase.

El problema, sin embargo, consiste en que una cosa es la solidaridad con Colombia y otra lo que se piensa de un pacto en el intervienen 74 países.
Eso quedó en evidencia cuando los negociadores norteamericanos se encargaron de decir a mediados de la semana pasada que su posición en torno al acuerdo sigue siendo la misma de las últimas semanas: que están a labor de un arreglo que tenga en cuenta las objeciones que se le hicieron al esquema que venia existiendo. En otras palabras, que se acepte la posición norteamericana sobre las ventas con descuento a los paises no miembros del pacto y sobre la reasignación de cuotas en favor de los productores de café suave.

Semejante afirmación dejó claro que los obstáculos a un arreglo no los coloca Colombia. Para nadie es un misterio que gran parte del fracaso de las negociaciones de Londres se debió a la pelea entre Estados Unidos y Brasil, y aunque el primero se ha ablandado, el segundo no. Por lo tanto, así la diplomacia colombiana insista en que se llegue a una negociación, eso no quiere decir que el final va a ser feliz. En el mercado del café las diferencias de fondo permanecen y la verdad es que estas no han cambiado, a pesar de que en Colombia se viva una situación muy distinta a la de hace unos pocos meses.

Ante esa certeza, lo más obvio sería que Colombia obtuviera ayuda para sí. En ese sentido podría explorarse la propuesta del senador norteamericano Joseph Biden, quien sugirió que a los países que cooperaran en la lucha contra la droga se les podia aprovar con planes sobre reducción de la deuda externa. Además, el gobierno tiene ante sí la posibilidad de presionar para que se otorguen paquetes de ayuda importantes y créditos para estimular diferentes áreas de la economía. Esa labor deberia comenzar en Washington y seguir con Japón y los países de la Comunidad Económica Europea donde existe ambiente favorable.

Todo lo anterior, claro está, no quiere decir que el objetivo de revivir el Pacto Cafetero debe ser abandonado. Sin embargo, debido a que Colombia no controla todos los elementos de la negociación y a que la caridad entra por casa, lo lógico seria empezar por un camino más corto como el de la ayuda ecónomica. De resto en materia de café sólo queda esperar que en las negociaciones de finales de este mes se ablanden las posiciones de los más duros y que en Londres se consiga lo mejor no sólo para Colombia, sino para los demás productores que han visto las duras y las maduras desde que al mercado mundial del grano le llegó la hora de la libertad total. Tal como le dijo un observador a SEMANA, "un arreglo no es imposible, pero tampoco es automático".