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Por qué sí al TLC

Esta semana se define el futuro del acuerdo más importante para la economía del país. SEMANA presenta las tres razones por las cuales llegó la hora de firmar.

12 de febrero de 2006

Era agosto de 2003. El entonces representante comercial de Estados Unidos, Robert Zoellick, vino a hablar con el gobierno del presidente Álvaro Uribe y los principales líderes gremiales sobre un tema muy especial. Quería calibrar de primera mano cuál era la disposición real de Colombia en negociar un tratado de libre comercio con su país. Zoellick habló sin tapujos y con franqueza: cualquier acuerdo debería ser consistente con los otros que Estados Unidos había firmado anteriormente. Esa era una condición inmodificable, el punto de partida de cualquier negociación. Colombia dijo que estaba bastante interesada. La pregunta de Zoellick representaba el logro de un objetivo que se había trazado Colombia desde finales de 1993, cuando la administración del presidente César Gaviria les manifestó a los gringos que aspiraba a seguir los pasos de México, el primer país latinoamericano en acordar un tratado comercial con Washington. Hoy, 26 meses después de la visita de Zoellick, llegó el momento para que Colombia decida si ese anhelo de hace por lo menos 12 años, valió la pena. La próxima semana se realiza en Washington D. C. la décima tercera y probablemente última ronda de negociaciones para un Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Estados Unidos y Colombia, Ecuador y Perú. Las cartas están sobre la mesa. Tras múltiples encuentros e intercambio de propuestas, ya cada lado sabe lo que busca el otro, sus debilidades y sus fortalezas. Las presiones son inmensas, especialmente en estos momentos en Colombia. Hay marchas y protestas que van desde la defensa de la cultura hasta iniciativas de recoger firmas solicitándole al gobierno no suscribir el acuerdo. El tema es álgido: ningún sector quiere ser el 'sacrificado' del acuerdo. Para nadie es un secreto que los más nerviosos se encuentran en los sectores agrícola, salud y propiedad intelectual (ver recuadro). Esta creciente ola de descontento motivó la realización, el fin de semana pasado, de un Consejo Comunal extraordinario del presidente Uribe sobre el TLC. Ante tanta oposición y la falta de acuerdo en varios puntos clave, lo lógico y menos traumático parecería ser posponer cualquier decisión hasta cuando se resuelvan las crecientes dudas. En realidad, esa opción sólo es viable si existiera una garantía de que en un futuro las condiciones fueran más favorables para los intereses colombianos. Sin embargo, se vislumbra un futuro político bastante adverso para el tratado. Por eso SEMANA presenta tres razones por las cuales llegó el momento para que Colombia le diga sí al TLC y pase la página del libro. 1.A Colombia la deja el tren Aunque parezca increíble, Botswana, Lesotho y Swazilandia se podrían convertir en duros competidores para Colombia en el mercado norteamericano. Estos países, que ni siquiera están en las cuentas de nadie, avanzan actualmente en negociaciones bilaterales con Estados Unidos y son una muestra de cómo cambiará el comercio mundial en los próximos años. En el mismo proceso están Panamá, Namibia, Suráfrica, Emiratos Árabes Unidos, Omán y, por supuesto, Ecuador y Perú. Como si fuera poco, otras 15 naciones -Israel, Jordania, Marruecos, Singapur, Australia, Bahrein, Canadá, Chile, México, Costa Rica, El Salvador, Honduras, Guatemala, Nicaragua y República Dominicana- ya firmaron acuerdos de libre comercio con Estados Unidos y están entrando sin aranceles en el mercado norteamericano. Pasar por alto esta realidad puede representar un duro golpe para los intereses nacionales. Más que un privilegio, firmar un TLC con los gringos es la única oportunidad que tiene Colombia de poder competir en igualdad de condiciones con otros países que ya firmaron tratados similares con Estados Unidos y varios más que están en fila para hacerlo. No se trata de un asunto menor. Sin opciones para venderle al mercado norteamericano, muchos empresarios colombianos buscarán países que cuenten con facilidades comerciales para exportar hacia la economía más grande del mundo, entre ellos los casi 10 centroamericanos que están en la lista. No es casualidad que empresas colombianas como la Nacional de Chocolates, Colombina, Casa Luker y también las cementeras hayan comenzado a abrirse puertas en Centroamérica, una región que ya tiene firmado un TLC con los estadounidenses. Las recientes movidas de estas empresas colombianas hacia esos países confirman una tendencia que se podría profundizar si no hay TLC: los inversionistas van tras las oportunidades donde las hay. Y si en Colombia no las encuentran, se marchan con sus inversiones a otro lado. Al contrario, si se logra un pacto con Estados Unidos, muy probablemente Colombia se convertiría en el territorio ideal para que inversionistas de Venezuela, Brasil o Asia inicien inversiones para llegar a los mercados del coloso del norte. Lo que está en juego es fundamental para muchos industriales colombianos. Al fin y al cabo, sin acuerdo ni preferencias arancelarias el comercio bilateral caería 58 por ciento, según un estudio de Fedesarrollo. Y aquí no hay que equivocarse. Para Colombia, Estados Unidos es su principal socio comercial, el destino de la mitad de sus exportaciones y el origen de una cuarta parte de la inversión extranjera en el país. 2.¿Ahora o nunca? En un mundo perfecto o en lo que llaman los especialistas un escenario cero de riesgo, Colombia no tendría afán. Podría darse el lujo de esperar hasta que todos los técnicos y empresarios estuvieran tranquilos Por algo, se ha extendido la negociación 18 meses y se han llevado a cabo varias rondas adicionales a las inicialmente planeadas. Desde la perspectiva de la opinión pública colombiana, esta demora es vista favorablemente. Demuestra responsabilidad y cautela. La lectura norteamericana es diferente. Para ellos este retraso está llegando a su límite y sería difícil que comprendieran la necesidad de nuevas prórrogas, si se tiene en cuenta que fue Colombia la que insistió en negociar. En privado, miembros del gobierno norteamericano han mostrado su impaciencia por el retraso en las negociaciones, debido a unas legítimas preocupaciones de los colombianos en ciertos temas críticos (ver recuadro). Más allá de los nudos gordianos -que ojalá se resuelvan para bien de los intereses colombianos-, la necesidad de cerrar la negociación en las próximas semanas también se sustenta en asuntos prácticos de cronograma. El gobierno de Washington ya informó a los andinos que después de la fiesta de Acción de Gracias (noviembre 24), su prioridad serán las conversaciones en Hong Kong de la ronda Doha, que busca liberalizar el comercio mundial, especialmente en temas como los subsidios agrícolas, propiedad intelectual y servicios. Estas discusiones son mucho más importantes para Estados Unidos que un TLC con un socio que sólo representa el 0,01 por ciento de su comercio. Dejar todo para 2006 -un año electoral en ambos países-, como insinúan algunos, acarrea significativos riesgos, particularmente para el gobierno gringo. Con la popularidad del presidente George W. Bush en 39 por ciento y el partido republicano en crisis por varios escándalos, es poco probable que se le mida a negociar y luego presentar un acuerdo inmensamente impopular a un Congreso cuando varios de sus legisladores busquen ser reelegidos en noviembre de 2006. El libre comercio es una apuesta perdedora de votos. El tema pasaría entonces para 2007, momento en el cual se presentarían dos hechos críticos: sería el primer año desde 1991 en que Colombia no tendría las preferencias comerciales de acceso al mercado de Estados Unidos (Atpdea) y se vence la autoridad del gobierno de Bush de negociar acuerdos sin la intervención meticulosa del Congreso, cuyos intereses electorales van en contravía de los intereses comerciales de Colombia. Con un escenario político que se ensombrece con el tiempo, el momento actual no se ve tan malo. Ante el fracaso norteamericano en la pasada cumbre hemisférica de Mar de Plata de lograr un consenso firme a favor de libre comercio, acordar el TLC con Colombia y Perú en estos momentos podría representar un triunfo diplomático para Bush y una ventana de oportunidad para los países andinos. 3Un acuerdo de largo plazo Nada es para siempre. Y el adagio cae como anillo al dedo para el caso de las preferencias arancelarias, Atpdea, pilar importante en nuestro comercio exterior hacia Estados Unidos. En diciembre de 2006 se acaban estas prerrogativas y no existe garantía alguna de que el gobierno estadounidense vaya a extender los beneficios. Además, no es cierto que el mejor esquema para acceder al mercado gringo sean las 'concesiones' norteamericanas. Según el economista Hernán Vallejo, especialista en comercio exterior de la facultad de economía de la Universidad de los Andes, se trata de un sistema unilateral, temporal y condicionado de preferencias comerciales. "Esas características no son óptimas, pues no es claro que valga la pena hacer el esfuerzo por posicionar productos en Estados Unidos, cuando las facilidades al comercio son de corto o mediano plazo, y su prórroga depende de situaciones políticas coyunturales". Actualmente el catálogo Atpdea vale para Colombia 3.069 millones de dólares en exportaciones, lo que representa más de la mitad de las ventas a Estados Unidos. Sin un TLC y suspendidas las preferencias, dejarían sectores como el textil y confecciones prácticamente marginados de ese mercado. Según el ministro de Agricultura, Andrés Felipe Arias, la amenaza es latente, por ejemplo, para los floricultores que generan más de 100.000 empleos en el oriente antioqueño y Bogotá. La ventaja del TLC sobre el Atpdea es que el primero fija reglas claras y estables de largo plazo, lo cual da incentivos más claros a los empresarios en sus decisiones de producción, comercialización e inversión. No es lo mismo montar un negocio de exportación sobre la base de un TLC que es inmodificable, que hacerlo sobre unas preferencias arancelarias que por ser unilaterales pueden desaparecer en cualquier momento, por ejemplo, en el caso de que los colombianos llegaran a elegir a un presidente poco afecto a Washington. O igualmente por asuntos de la política interna norteamericana. El TLC tiene dos ventajas más. Primero: es un tratado de toma y dame. Se obtiene acceso estable y de largo plazo para los productos y servicios en Estados Unidos y se da acceso estable y de largo plazo a los productos y servicios de ese país en el mercado local. Que vengan los inversionistas estadounidenses al país es uno de los principales intereses de Colombia al firmar el TLC. Son comunes las quejas de las empresas extranjeras por los frecuentes cambios en las reglas de juego (en impuestos o en contratos con el gobierno, por ejemplo) y por las demoras y la falta de transparencia en los mecanismos para resolver disputas. El acuerdo buscaría darles a los inversionistas la tranquilidad de tener un marco legal claro y estable al traer sus dólares a Colombia. Segundo, de llegar a aprobarse, el TLC con Estados Unidos sería probablemente el tratado de mayor credibilidad que tendría Colombia, por las obligaciones que genera para ambos lados de la mesa. El TLC incluye, por ejemplo, la obligación para los países andinos de cumplir con toda la normativa laboral y ambiental, con el fin de evitar la contratación de personal infantil y de hacer inversiones que afecten el medio ambiente. En materia aduanera, el compromiso es el de establecer mecanismos y procedimientos para que los trámites aduaneros duren máximo seis horas en el caso de los envíos expresos y hasta 48 horas para el resto de carga. El Acuerdo será una especie de carta de navegación para el país durante los próximos 50 años; en otras palabras, terminará por convertirse en una camisa de fuerza que obligará a las empresas a ser más competitivas y eficientes, en vez de depender de factores externos como la tasa de cambio. Influye mucho más tener unos empresarios dispuestos a cambiar sus negocios para orientarlos hacia el mercado estadounidense, que un precio del dólar elevado a punta de intervenciones del gobierno en el mercado cambiario.