Home

Economía

Artículo

POR UNOS DOLARES MAS

El gobierno brasileño ajusta las tuercas de la política económica para evitar crisis externa

29 de diciembre de 1986

Definitivamente el presidente brasileño, José Sarney, está aprendiendo que, como dicha, la popularidad es flor de u día. La escena de la semana pasada e Brasilia, donde unos 10 mil manife tantes enfurecidos se enfrentaron ca la Policía vociferando insultos contra el gobierno, le demostró a los observadores que el camino de los próximos meses es mucho más tortuos que el ya recorrido.

Todo el problema radica en publicitado plan Cruzado, anunciado en febrero por Sarney, cuyo objetivo consistía en controlar !a espiral inflacionaria brasileña. A través de control de precios de una serie de productos básicos, así como de la eliminación de la indexación de los salario (que antes se reajustaban periódicamente teniendo en cuenta el aumento en los precios) y el remplazo del cruzeiro por una nueva moneda, el cruzado, se quería bajar la inflación de 500% anual a menos del 20%. En los ocho meses que siguieron el plan funcionó. De hecho, según algunos funcionó tan bien que originó otro tipo de problemas. En un comienzo el apoyo popular a la iniciativa fue masivo y la fama de Sarney se fue a las nubes. En opinión de los analistas políticos, el resultado de las elecciones parlamentarias del mes pasado fue un plebiscito de apoyo al gobierno, directamente relacionado con el éxito del plan Cruzado.

Sin embargo, los logros obtenidos no fueron gratis, tal como lo descubrió el gobierno de Brásilia hace unas semanas. Aparte del aumento en el bienestar interno, la prioridad en el campo de la política económica sigue siendo la de exportar por encima de todo, de tal manera que se generera un superávit comercial suficiente para pagar el servicio de la cuantiosa deuda externa del país, calculada en 105 mil millones de dólares. A mediados de este año, los cálculos oficiales indicaban que el sobrante para 1986 iba a estar en cercanías de los 12 mil millones de dólares, lo cual daba un margen de manejo suficiente para atender las obligaciones y mantener contentos a los banqueros internacionales.
No obstante, se vio que los economistas brasileños no tuvieron en cuenta al plan Cruzado. A pesar de la disminución de la inflación, con el tiempo se vio que los controles de precios habían desestimulado la producción de algunos bienes de primera necesidad, al mismo tiempo que le permitieron a los consumidores tener más dinero para gastar que antes. El resultado fue claro: frente a una oferta nacional limitada, los productos se empezaron a traer del exterior. Fue así como el gobierno contempló horrorizado las cifras del mes de octubre. Aun con el buen comportamiento de las exportaciones, el aumento en las compras en el exterior fue tanto que el superávit comercial cayó a 210 millones de dólares, el menor desde febrero de 1983 y aproximadamente una sexta parte del alcanzado en la misma época de 1985. Peor aún, los resultados de octubre confirmaron una caída del 20% en las reservas internacionales del país (actualmente entre 5 mil y 6 mil millones de dólares) e hicieron revisar el estimativo del sobrante comercial para este año. Según el gobierno, para 1986 el superávit será de 10 mil millones de dólares, cifra nada despreciable pero a la hora de la verdad pequeña si se tiene en cuenta que, en solo intereses Brasil deberá pagar este año 9 millones de dólares.

Fue esa situación la que llevó a Saney a anunciar hace unos diez días plan Cruzado II. La idea general es de aumentar el costo de algunos servicios públicos y liberar ciertos precio controlados con el fin de limitar el crecimiento de la demanda interna, los salarios siguen iguales y alguno precios suben, el cálculo lógico es que los brasileños tendrán menos para gastar y por tanto habrá menos importaciones de bienes de consumo, así como algún estimulo a la producción nacional. La segunda parte de la estrategia radica en eliminar el déficit fiscal del gobierno a través de los mayores ingresos resultantes de los aumentos en las tarifas de los servicios públicos y de algunos impuestos.
Hasta ahí la idea parecia coherente pero para el brasileño común lo hecho fue un abuso. Y es que el aumento en impuestos fue impresionante: del 80% para automóviles, 60% para la gasolina y el gasohol, 100% para las bebidas alcohólicas, 25% para el azúcar y entre 50% y 120% para los cigarrillos. En el campo de los servicios públicos el aumento en las tarifas no fue menor: 35% en teléfonos, 80% en correos, 30% en agua, y en electricidad 40% para la de uso doméstico y 10% para la de uso industrial. Como si lo anterior fuera poco, el cruzado se devaluó en 0.26% contra el dólar y se anunció la adopción de una política de minidevaluaciones similar a la colombiana.
Adicionalmente, el gobierno se mantuvo en sus trece al decir que no permitiria aumentos salariales y como si eso no fuera suficiente hizo cambiar la canasta de bienes con base en los cuales se calcula la inflación. La nueva canasta se limita a la usada por la gente de ingresos medios y bajos y por tanto muchos de los nuevos precios no se verán reflejados ahora. La iniciativa provocó la renuncia del director del Departamento Brasileño de Estadística, Edmar Bacha.

Con semejante apretón del cinturón es claro porqué Sarney pasó en tan pocos días de héroe a villano. La escena de la semana pasada en Brasilia pareció ser tan solo la primera de una serie de propuestas populares organizadas por los sindicatos en protesta por el Cruzado II. La tranquilidad que Brasil había tenido durante buena parte del año se esfuma; y la semana pasada tanto los observadores internacionales como los brasileños se estaban preguntando si Sarney podría salir adelante con su idea de acabar con la inflación por encima de todo. --