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A SANGRE FRIA

Cómo son los asesinos de los empleados de Diners y por qué lo hicieron.

7 de enero de 1985

Hacia las seis y media de la tarde del lunes, Frank apareció caminando por las calles destapadas del barrio San Luis. El sol no había acabado de caer y un ligero viento soplaba bajo las ramas de los escasos árboles que dan sombra a las casas de ladrillo, muchas de ellas aún en obra negra. Cuando llegó a la puerta de la casa de Serrano, no tuvo necesidad de entrar, pues éste lo esperaba sentado sobre el cemento que hace las veces de andén. Las niñas del barrio que los vieron pasar pensaron que, como solían hacerlo, se iban a visitar "las novias que tenían en San Fernando" y para las cuales "se ponían lo más de pispos".
Pero ellos tenían otra cosa en mente. Minutos después, pasaron por la casa de James, quien se les unió apenas con un saludo. Poco antes de las ocho, llegaron a la oficina de Diners Club, a menos de media cuadra de la plaza de Caycedo, del lado oriental del edificio Otero, una vieja construcción recién remodelada y declarada tiempo atrás como Monumento Nacional. Serrano, quien 17 días atrás había debido abandonar su puesto de celador en esa oficina, luego de que la firma de vigilancia Wackenhut le cancelara su contrato, fue el primero en acercarse. James y Frank se quedaron en la orilla del frente, a la espera. Al caminar hacia la puerta, Serrano pensó que todo iba a salir "como lo habíamos planeado, el día que ellos me visitaron en casa de mi hermana". Hacía un mes que Frank y James se habían conocido, en una tienda del barrio San Luis. Luego James había llevado a Frank a conocer a Serrano, el vecino con quien se dedicaba a jugar basket todos los días. Los tres ya estaban pensando entonces "en algo que nos sacara de la olla", como confesaría después el propio Serrano.
Ese lunes, al entrar a las oficinas de Diners, Serrano pensó en una excusa para acercarse a su ex compañero, el celador Miguel Angel Bravo. Le pidió un cigarrillo. Para Bravo, así como para los funcionarios de Diners, no resultó extraño ver a Serrano allí, pues desde su retiro, éste no había dejado de visitarlos casi a diario, para pedir un cigarrillo y conversar un poco. Pasadas las ocho y cuarto, Jorge Túquerres, supervisor de celadores de la Wackenhut, llegó a las oficinas para cumplir con su ronda de la noche. Frank y James se decidieron entonces a atravesar la angosta calle y encañonaron a Túquerres, obligándolo a entrar con ellos al edificio. Minutos después apareció Hugo Aroca, otro vigilante de la empresa, que venía a hacerse cargo del turno de la noche, en reemplazo de Bravo. "Cuando entré -relataría Aroca 48 horas después- me dio la impresión de que algo raro pasaba. Entonces ví a Serrano vestido con el uniforme, que minutos antes le había quitado a Bravo".
Aroca fue rápidamente dominado. En pocos segundos, los asaltantes llevaron a los funcionarios de la oficina al baño del primer piso, al lado de las ventanillas de atención al público. Frank y Serrano subieron al mezanine y luego al segundo piso. Allí llevaron a Túquerres y a Aroca, mientras James vigilaba abajo a los demás, al parecer controlándolos con la pistola que le habían quitado al celador Bravo. Dos días después, con James y Serrano ya capturados, las versiones sobre lo sucedido a partir de ese momento seguían siendo confusas. Se sabe que Iván Darío Rojas, novio de Elizabeth Salazar Alzate, una de las funcionarias de la oficina, apareció en escena antes de las nueve a recogerla a ella. Los asaltantes le abrieron la puerta y le dijeron que ella había salido para cine. El no creyó y trató de entrar. En pocos segundos fue dominado y conducido al baño donde estaban casi todos encerrados.

ROBO Y OLVIDO
También se sabe que antes de iniciar la masacre, los asaltantes obligaron a uno de los empleados de Diners a abrir la caja fuerte y las cajillas de las dos ventanillas de servicio al público. Retiraron un total de 897 mil pesos en efectivo, de los cuales, más tarde, habrían de olvidar cerca de 42 mil sobre una de las mesas. Sobre la matanza misma, después de reunir algunos de los testimonios y las declaraciones de los dos detenidos, las autoridades piensan que los primeros en caer fueron Aroca y Túquerres, cuando se encontraban con Frank y Serrano en el segundo piso. Parece ser que Aroca recibió seis puñaladas y que Túquerres trató de oponer resistencia, recibiendo el mismo tratamiento. Luego vino la matanza en el primer piso. Uno a uno, con intervalos de diez minutos, como declararía al final de la semana James, fueron cayendo todos. No se sabe en qué orden y quizá nunca pueda establecerse, pues los testigos reconocen no tener eso muy claro y los dos detenidos, en su afán por protegerse, niegan su participación directa y culpan de sus puñaladas a Frank, el fugitivo. De cualquier manera, lo cierto es que víctimas de puñaladas en el corazón y disparos en el occipital derecho, murieron Elizabeth Salazar, de 22 años; Aydé Rodríguez de Herazo, de 27; Gloria Eva Blanco, de 27; Miguel Angel Bravo, de 26; Marta Liliana Iglesias, 25 años; Rosina Sanclemente Lozano, de 23, y Gloria Fernanda Rivera, de 19. Ligia Inés Correa, una nadadora que había obtenido medalla de plata en los juegos panamericanos de Puerto Rico y quien se dedicaba a entrenar jóvenes promesas del nado sincronizado, también habría de morir, horas después, cuando recibía atención de urgencia en la Clínica de Occidente.
Otras seis personas quedaron heridas: Amparo Navia, secretaria de la gerencia; Fabio Botero, Iván Darío Rojas, Hugo Aroca y Rocío Cuevas, directora de crédito de la oficina, y quien al parecer pudo salvar su vida cuando James recibió la orden de matarla y en vez de disparar sobre su oreja derecha, desvió el tiro causándole una herida en la frente.
Aroca, por su parte, debió arrastrarse unos ocho metros hasta una ventana del segundo piso para dar aviso al celador de un edificio vecino de lo que acababa de pasar. Entre tanto, los asesinos habían ya ganado la calle y buscaban, al parecer sin demasiado afán, un taxi. "El primero nos cobraba muy caro -contaría James 72 horas después- y finalmente nos montamos en uno, a un lado de la Plaza de Caycedo, después de regatear mucho el precio".

LAS CAPTURAS
Los tres se dirigieron a casa de la mamá de Frank, donde comieron saltinas y durmieron unas horas. Mientras tanto, la Policía comenzaba a movilizarse. El aviso dado por el celador Aroca a un colega de una edificación vecina determinó la llegada de las autoridades a la escena del múltiple crimen hacia las 12 y 15. "Hacia las doce y veinte sonó el teléfono de mi casa -recuerda el coronel González Puerto, comandante de la Policía Metropolitana de Cali- y de inmediato me trasladé al lugar de los hechos". A las 12 y 35, ya los fotógrafos del F-2 habían comenzado a tomar las primeras placas de los cadáveres, mientras los heridos eran trasladados a diferentes centros hospitalarios.
"A las 12 y 45 -agrega el coronel González- el celador Hugo Aroca nos dio la primera pista, muy concreta. Había identificado a uno de los asesinos como Jaime Serrano, ex compañero suyo en la firma Wackenhut. Media hora después, cuando ya otros dos testigos habían confirmado esa identidad, se montó un operativo en el cual participaron más de 150 efectivos de la Policía y el F-2". A las 2 y media, cuando los comisarios Inés Borrero y Alonso Rodríguez, quienes nunca habían visto "nada parecido" en cumplimiento de sus funciones, efectuaron el levantamiento de los 8 cadáveres que se hallaban en las oficinas de Diners, todo estaba casi listo para capturar a Serrano. Piquetes de agentes del F-2 habían sido distribuidos en aquellos sitios que frecuentaba el excelador. "Aunque resultaba casi absurdo buscarlo en su casa, no quisimos descartar esa posibilidad y fue así como lo detuvimos, a las 6 y 45 de la madrugada, cuando llegaba allí", explica el coronel González.
En un principio, Serrano acepta su participación en el robo, pero niega toda vinculación con la masacre. Trata de confundir a la Policía, pero 20 minutos después de iniciado el interrogatorio, entrega los nombres de sus dos cómplices: Luis James Rodríguez Díaz y Francisco Antonio Ruiz. Aparte del decomiso de dinero y de un arma que se le hace a Serrano, se practican tres allanamientos en diferentes residencias, y se recupera una segunda pistola y más dinero. James Rodríguez es capturado a las cinco de la tarde, en un bus que lo debía llevar a Pereira y que fue interceptado por la Policía departamental del Valle. De Frank, sólo se logra establecer que ha salido del departamento rumbo a la Costa. Su búsqueda continuaba a fines de la semana pasada.

LA SORPRESA EN LA CALLE
El jueves a las 8 y 15, cuando se reabren las oficinas de Diners al público, con un equipo de funcionarios traido especialmente de Bogotá, los curiosos siguen agolpándose ante las ventanas del edificio Otero. La gente trata de entrar, conversa un poco y luego se va. Algunos se llevan aún las manos a la cabeza. ¿Cómo pudo haber ocurrido algo así, precisamente en Cali, la ciudad amable, cívica por excelencia, donde se siembran árboles en las aceras y se hace cola para subir a los buses en paraderos especiales para cada ruta?
Los caleños no salen de su asombro. En sus oficinas, dirigentes gremiales, ejecutivos y hasta los editorialistas de la prensa caleña, como en el caso del diario Occidente del jueves 6, explican el múltiple crimen como una consecuencia del ambiente de "tolerancia" que se vive en el país, "donde se ha elevado a la dignidad de próceres a los individuos que han mantenido a la colectividad entre la espada y el terror. A los que secuestraron. A los que desfiguran el rostro de colegialas. A los que incineraron, viva, a una indefensa monja en alguna calle de Medellín. A los que torturaron y luego, asesinaron, mientras él los miraba con horror, a un líder sindical".
Pero quizá no sea necesario hilar tan delgado. Para la gente de la calle, la respuesta puede estar, al menos en parte, en los barrios marginados de la misma ciudad, donde a pocas cuadras de las hileras de árboles sembrados por medio de la acción cívica, se cocina una miseria que nada tiene que envidiarle a la de otras capitales del país. ¿Quiénes son los asesinos? Un celador de 21 años, que 17 días antes había sido despedido de su puesto "por negarse a acatar las órdenes de su supervisor", y quien quizá no necesita estar "loco" para embarcarse en una aventura de robo que termina en masacre. Para quienes estupefactos pudieron escucharlo en sus declaraciones a la televisión, queda claro que Serrano ha perdido la noción que le permite diferenciar entre lo que está bien y lo que está mal. Sin embargo, sabe que matar es un crimen y por eso sólo acepta su participación en el robo y niega haber participado en la masacre, aunque luego sus declaraciones se enreden en un mar de contradicciones. No puede ser de otro modo, ya que no se trata de un matón experimentado, pues éste puede ser su primer crimen.
Otro tanto sucede con James Rodríguez, quien con sólo 18 años y un oficio de albañil sin trabajo, acepta comprometerse con el asalto, pero se niega incluso a aprender a matar y hace un intento por evitar la muerte de una de las empleadas. Necesita el dinero para hacerle un regalo a su novia que vive en Pereira y para ayudar a su familia, que quiere ponerle piso de concreto a la casa.
Serrano y James se juntan con un tercero, Francisco Antonio Ruíz, Frank, ése sí un "matón con escuela", que ha vivido varios años a bordo de barcos que cruzan el Caribe con cargas lícitas e ilícitas y en los cuales aprende a manejar una navaja automática, aparte de las "enseñanzas" que recibe en una cárcel de los Estados Unidos, donde pasa varios años. Si es el único que logra huir es precisamente porque tiene experiencia, porque para él, el problema de asesinar a una docena de personas no es que "eso sea malo", sino que "no hay que dejarse coger". Esa es su escala de valores, la que ha aprendido a lo largo de sus 35 años. Quizá para él desde un principio el plan no podía limitarse a un robo. Con su experiencia sabía tal vez, que Serrano iba a ser reconocido y que por ello todos podían caer en manos de las autoridades. Por eso nunca dudó en matar a los testigos y hasta trató de enseñarle a James a hacerlo.
Sin pretender justificar a los asesinos, algunas personas en Cali y en todo el país han comenzado a explicarse lo sucedido, utilizando para ello la expresión "descomposición social". Pero de todos modos, esa explicación no logra sacar a la gente de su asombro. Algunos siquiatras, por su parte, han hablado de "sicópatas" para referirse a los asesinos y la prensa ha comparado el crimen con la masacre del clan Manson en Los Angeles, los sucesos del obelisco de Washington o la matanza de una veintena de personas en el McDonald's de San Diego, California, que han servido de base a novelas y películas norteamericanas. Pero én el caso de las oficinas del Diners Club, la sicopatía aparece con otras características: no ya las de un clan místico o las de un hombre desesperado que se arma de una escopeta para disparar a los transeúntes sin un motivo determinado, sino la de tres individuos cuya sicopatía tiene una connotación social, precisamente porque la escala de valores de los asesinos se encuentra, en unos más, en otros menos, profundamente trastornada.

EL MISTERIOSO LETRERO
Uno de los aspectos de la matanza de Cali que mayor confusión ha causado es el hallazgo de un letrero pintado con crayón negro por uno de los asesinos, en una de las paredes del segundo piso de las oficinas de Diners. "Lo siento Lalo, es el desquite, la próxima vez debes de colaborar como la primera vez", son las lacónicas palabras inscritas en la pared. En un principio se creyó que la frase había sido escrita por Serrano y significaba una venganza de éste para con Eduardo Fernández De Soto, gerente de Diners en Cali. Pero el funcionario negó esta posibilidad al asegurar que nunca había ayudado a Serrano. De otra parte, el asesino explicó que nada tenía en contra de Fernández y que en realidad el sí había escrito el letrero, pero su contenido había sido dictado por Frank, el fugitivo. SEMANA pudo establecer en Cali que Frank tenía antecedentes penales como extorsionista y a la vez, otras versiones recogidas en la capital del Valle y que no fueron ni confirmadas ni negadas por la Policía, aseguran que Fernández De Soto había sido víctima de una extorsión el año pasado. Esto permitiría explicar que quien deseaba vengarse de Fernández De soto era Frank y no Serrano y que posiblemente, si es cierta la versión sobre la extorsión del año pasado, en ella habría participado Frank, quien supuestamente habría intentado, semanas antes del robo, extorsionar por segunda vez al gerente de Diners.