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Y SIGUEN TAN CAMPANTES

Dirigidos por un Japonés, los Rolling Stones continúan causando el mismo frenesí de hace 10 años.

26 de julio de 1982

Por si este país, bastante desquiciado por culpa del mundial 82 tuviera poco, un escándalo deportivo ha acabado de empantanar las cosas.
Tomando como pretexto la actuación de los Rolling Stones en España, el Club Deportivo Español se ha negado a alquilar el campo de fútbol de Sarria en Barcelona, para el concierto que el más importante grupo de rock del mundo tenía previsto dar aquí el mes próximo.
Las protestas del público catalán no han servido de nada.
Solamente las madrileñas tendrán la oportunidad de presenciar los días 7 y 9 de julio en el estadio de Manzanares al que se ha definido con acierto como el mayor espectáculo del mundo.
Y es que el show actual de los Rolling Stones es digno de verse. Se celebra a la luz del día, como los circos de la antiguedad, en un inmenso escenario ideado por el japonés Tasui Yamasaki, que parece un comic descomunal. Son 25 canciones en dos horas sin interrupción en un portento de exactitud, precisión, técnica, imaginación y sensualidad. La gran fiesta del rock.
SEMANA, presenció sus dos actuaciones en París, la semana pasada.
Todo mundo quiso ver a los Stones en su segundo show el pasado 4 de junio.
Dos personas bien conocidas entraron a sus camerinos antes del concierto: Roman Polansky acompañado, como era de esperarse, por una hermosísima joven más alta que él: Paloma Picasso. Ambos siguieron a los Stones en su camino al escenario, rodeados por una veintena más de invitados. Los músicos salieron por separado, primero a grandes zancadas. Keith Richard, que había sido el último en llegar, por lo que el show comenzó con una hora de retraso. Keith iba vestido de rockero con la inscripción Jve Ilot en la cazadora. Luego iba el guitarrista Ron Wood, el más reciente miembro del grupo. En 1976 reemplazó a Mick Taylor, que a su vez era substituto del fallecido Brian Jones.
Wood llevaba un hirsuto pelo negro cortado en hacha sujeto por la parte de arriba como una pequeña cresta, con lo que su parecido con el Pájaro Loco era ya total.
Después fue Mick Jagger el que salió del camerino. Iva maquillado de escena y vestido con mallas blancas, rodilleras azules, zapatos blancos y una maravillosa blusa japonesa con signos negros con fondo azul.
En el día anterior, había llevado un atuendo diferente más parecido a un Pierrot eléctrico que a un jugador de rugby. La marcha la cerraban lentamente, y también cada uno por su lado, el baterista Charlie Watts. El "Buster Keaton" del rock a quien se le nota mucho la cuarta década en el poco pelo que tiene en la coronilla, y además canas. Y el bajista Charlie, otro que tal baila, que es el más viejo del grupo y no sonrie jamás.
Al llegar los Stones a escena ya se habían echado las grandes cortinas de color rosa que convertían el escenario en una líndisima caja abierta sólo del lado del público, en un guiñol ampliado reluciente.
El público, más de 70 mil personas, rugía de emoción, sobre la introducción grabada de un tema clásico de Duke Ellington. El director de la gira, grita por los altavoces el nombre el grupo de inmediatamente saltan por los aires cientos, quizás miles de globos de colores que estaban ocultos en grandes recéptaculos a ambos lados del escenario.
Todo el Show se articula sobre los ejes: la presencia física y la voz de Jagger, la música poderosa del Mick grupo que Keith Richard se encarga de alimentar.
Mick fue exhibicionista, narciso, equívoco y flexible. Canta, grita, salta, corre de un lado para otro, por las largas rampas que prolongan en escenario docenas de metros a cada lado. Jagger parece un ratón mecánico con la cuerda a punto de estallar, mientras que Richard, siempre enigmático, deambula por la escena con su guitarra asesina suspendida de su propio cable mental.
Como todas las guitarras del grupo de Jagger son inalámbricas, la movilidad de los Rolling Stones es casi infinita. A todo lo largo del show, Jagger se agita como un poseso: hace gestos, se sube a una plataforma de repente en una abertura del decorado, o se pasea alegremente en una grúa que lo recoje a veinte metros sobre el suelo y después de dar una vuelta por encima de la extasiada multitud lo deposita limpiamente en el escenario.
Las canciones saltan adelante y atrás por todo su repertorio. El show comienza siempre con una de las más antiguas: Under my thumb y acaba con la habitual propina de Satisfaction. Entre el show hay temas clásicos, como Lady Jane, Let's spend the night together, Jumping Jackflash, Brown sugar, Trumbling women, I miss you algunas canciones ajenas a los años 50s y un tema resucitado Time is on my side y una buena porción de canciones de su último albúm, como Stard, que canta Keith Richard con su voz encallecida.
Las canciones de los Rolling Stones no son para escucharlas con mucha atención. Son para bailar, para moverse con ellas. Las letras no importan mucho, como lo demuestra el propio Jagger, cuando se contonea provocativamente con una sombrilla china que luego se pone entre las piernas mientras canta una canción llena de relflexiones, como You can't always...
El otro guitarrista, Ron Wood también se mueve bastante, pero los demás miembros restantes del grupo, Billy Wyman y Charlie Watts, están tan discretos como los cuatro músicos de acompañamiento: dos pianistas y dos saxos que llevan los Stones.
Al final Jagger, con el torso desnudo, después de haberse cambiado mil veces de indumentaria, saca una bandera que en Madrid será la española y en Barcelona habría sido la senguera.
Tras Satisfaction se oye un himno por los altavoces que en España, según el propio Jagger debería ser un pasodoble o una sardana, y entonces, de repente, empieza la pólvora. Un deslumbrante mas pleca rockera con un esplendoroso castillo de fuegos artificiales, que iluminan el atardecer con sus colores y formas insólitas, sirve para despistar al público de la verdadera movida, porque sin cruzar una palabra con nadie, rápido, rodeado de novias, ayudantes y guardespaldas, los Rolling Stones se están marchando ya del recinto.
Sí. Una caravana compuesta de tres limusinas y cinco grandes furgonetas amarillas con los cristales obscurecidos (en cada uno va un miembro del grupo) va hacia la salida, como esos entierros con los que comienzan algunas películas policiacas. Ya hace rato estan controladas las puertas del local y el recorrido hasta el hotel.
Los Rolling Stones, que fueron los últimos en llegar allí, son ahora los primeros en marcharse. La traca de su música continúa atronando, prolóngandose la fiesta por un rato más, mientras los más radicales de los asistentes se dan cuenta de la maniobra y comienzan a chiflar.
Ahora la música es de otro tipo.