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Tras las huellas del oro negro

Cómo trabajan los hombres que buscan petróleo en Colombia. SEMANA acompañó a un equipo de exploración de cuya suerte depende en buena medida la economía del país.

Armando Neira*
17 de abril de 2005

Desde el aire, la cadena montañosa de la cordillera Central semeja una pintura del impresionismo: rayones de verde en todos sus tonos y matices. Una estela de nubes blancas, perezosas, dificulta el trabajo del piloto del helicóptero que busca un claro para aterrizar. Para cualquier neófito, las diferencias entre las montañas se reducen al tamaño y a la forma. En cambio, Pedro Alonso Restrepo-Pace, de 40 años, sabe con exactitud las características específicas de cada una: su suelo, su estructura, las rocas que la componen. Tras 12 años en la búsqueda de petróleo, este geólogo de la Universidad Nacional con doctorado en Estados Unidos y quien ha trabajado en más de 45 cuencas del mundo, desde Chile hasta Vietnam, conoce el país como la palma de su mano. En 2003 estaba con una multinacional en Indonesia. Cuando Ecopetrol empezó a desarrollar por cuenta propia las tareas de exploración directa, su presidente, Isaac Yanovich, lo repatrió.

El piloto divisa a un grupo de soldados que con una fogata indica el improvisado helipuerto. Es un pequeño cerro, sin maleza, en la vereda El Castillo del municipio de Yacopí, Cundinamarca. La nave se posa allí, mientras descienden los ocho exploradores y los dos enviados especiales de SEMANA. "Buscar petróleo es como buscar un tumor en un paciente, explica Restrepo-Pace. El explorador hace un mapa geológico de un área, determina las manifestaciones externas de la presencia de hidrocarburos y formula exámenes para 'visualizar' el subsuelo".

Los geólogos aquí están sujetos a los azares del conflicto armado. Por eso, para iniciar la exploración, una veintena de soldados del Grupo Rincón Quiñónez de la XIII Brigada del Ejército nos escoltan en la travesía. Los trabajadores de Ecopetrol son víctimas frecuentes de secuestros. Cinco personas de este grupo han estado en algún momento en poder de la guerrilla. Les parece sospechoso hallar a unos tipos mirando durante días unas piedras o el filo de una montaña.

A pesar de semejante obstáculo, ellos, al igual que los trabajadores de algunas de las compañías más importantes del mundo, se arriesgan a diario. Además de Ecopetrol, en Colombia hay casi un centenar de compañías que exploran y producen. Entre las más grandes están ExxonMobil (la petrolera privada más grande del planeta, asociada a Ecopetrol y Petrobras para buscar hidrocarburos en el Caribe); BP, socia de Ecopetrol y operadora de los campos Cusiana-Cupiagua, y ChevronTexaco, socia de la estatal petrolera en los campos de gas de La Guajira. Hoy en el país también están la firma árabe Hocol, la estadounidense Occidental, la francesa Total, la rusa Lukoil y la española Repsol.





LA PIEDRA DE LA FELICIDAD

La expedición arranca y después de dos horas de una extenuante caminata aguas arriba, por el lecho de la diáfana quebrada Los Naranjos que corre entre las montañas de Yacopí, estos hombres hacen una pausa para observar con emoción una piedra.

"¡Qué 'manes' tan raros esos, como si nunca hubieran visto una piedra!", exclama uno de los soldados. En realidad, estos ocho hombres han visto y saben más de piedras, roca y suelo que cualquier otro colombiano. Son doctores en geología, geofísica y paleontología que han dedicado la mayor parte de sus vidas a buscar petróleo. Si tienen suerte en su trabajo, influirán en el bolsillo de millones de personas ya que un hallazgo suyo puede cambiar en buena medida la marcha de la economía del país.

Restrepo-Pace puede ser probablemente el ejecutivo más informal del país: pelo largo con cola de caballo, camiseta sin mangas y pantalón de muchos bolsillos. Parece el protagonista de un reality de televisión en una isla virgen, aunque en realidad es el vicepresidente de exploración de Ecopetrol. Dispone de un presupuesto de 100 millones de dólares para ejercer su trabajo. "Esto es un negocio en el que para ganar hay que invertir e invertir duro", dice. Con semejante puesto y recursos, bien podría estar en sus apacibles oficinas y no aquí, con el agua a la cintura, en medio de una vegetación inhóspita, en un lugar que dista nueve horas de Bogotá por carretera y otra hora y media más en helicóptero. "A mí me encanta estar aquí. Yo no nací para pasar mi vida entre una oficina. Eso y estar entre una jaula es igual", afirma, convencido.

En la marcha quebrada arriba, los expedicionarios se han ido maravillando por las características de las rocas. "Son piedras de 40 millones de años, el tiempo adecuado para que se haya formado petróleo", explica uno de ellos. Es una buena señal. Sigue la caminata por este terreno quebrado; hay piedras diminutas como una moneda y otras del tamaño de una casa de dos pisos. Los exploradores, sin embargo, se mueven como pez en el agua. Al igual que los soldados, profesionales que llevan años en la jungla, con su camuflado, sus botas y su pesado equipo a las espaldas. Deben repetir una y otra vez el recorrido para elaborar con precisión las imágenes sísmicas de la zona.

Un error cuesta millones de dólares. Ocurre con frecuencia que los expertos señalan un lugar para abrir el pozo y al cabo de un tiempo e inversiones millonarias, se descubre que el punto para sacar el crudo no era allí sino a unos cientos de metros. Así pasó por ejemplo en el pozo Cagüí, en el que Ecopetrol encontró crudo la semana pasada.

SEMANA también visitó este pozo, anclado en una llanura inmensa de Rionegro, Santander, junto a los límites de Cesar y Norte de Santander. Allí estaba Delio Barón, de 47 años, nacido en Pueblo Nuevo, Córdoba. Simpático, buen conversador, ha pasado más de la mitad de su vida en pozos petroleros y sabe como pocos las dificultades de este trabajo.

Después de que los exploradores han marcado el punto exacto para iniciar la perforación se arma toda una ciudadela de hierro a su alrededor. Se monta una planta de energía capaz de iluminar a un pueblo y decenas de contenedores que hacen las veces de casa, oficinas, restaurantes, consultorios. Y lo más importante: el pozo. Se trata de meter por un hueco de unos 25 centímetros de diámetro, un tubo de 10 metros de largo con una broca, hecha en algunos casos con dientes de diamante, que va perforando lo que encuentre a su paso. Cuando el tubo está dentro de la tierra se le enrosca otro y otro. Así, hasta completar un 'espagueti' de hierro que en ocasiones supera cuatro o cinco kilómetros y siempre en línea recta hacia el fondo.



MORIR EN LA SELVA

No se descansa nunca. No se para de noche ni festivos. "Aquí sólo conjugamos el verbo trabajar", dice Barón, quien revela satisfecho que llevan 107 días sin accidentes. Y es que cualquier tropiezo en esta mole de 220.000 libras de peso es catastrófico. En Casanare hace unos años, cuando se construía, el pozo hizo explosión, lo que provocó un incendio que fundió la maquinaria e incineró a las personas en el acto. La lista de héroes anónimos que han dado su vida en la búsqueda de petróleo es larga. Para evitar que aumente se recurre a todo tipo de precauciones. Por ejemplo, antes de entrar al pozo, a los trabajadores se les hace una prueba de alcoholemia. Todos tienen que estar con sus cinco sentidos.

A la felicidad de que no ha habido accidentes se suma la alta probabilidad de que haya buenas reservas en el pozo Cagüí, que forma parte del bloque playón. La precisión de Ecopetrol ha sido clave porque hace seis años, una compañía extranjera abrió un pozo a 600 metros de distancia y fracasó. Luego otra lo intentó a 400 metros y sus resultados también fueron nulos.

Dar con el lugar exacto requiere muchas expediciones del estilo de la que hacen Restrepo-Pace y sus colegas por la quebrada Los Naranjos. Esta lleva seis horas, con la ropa empapada de sudor por el calor del Magdalena Medio y luego por el aguacero tropical. Al fin, los expertos encuentran un punto donde literalmente brota petróleo de la tierra. "Listo, dice uno de los soldados. Ahí está el petróleo. Ahora a sacarlo".

No es tan fácil. La agotadora caminata por una quebrada para ver un chorrito de petróleo es apenas un buen augurio. Falta recorrer un gran trecho. Hay que hacer la sísmica final, un trabajo de campo que puede tardar entre ocho y 18 meses, y en el que pueden participar más de 1.000 trabajadores. Como en la medicina, las imágenes sísmicas se estudian, se elabora el diagnóstico y entonces se toma la decisión de perforar o no. En caso positivo, no hay que cantar victoria porque después de hacer los registros de la zona, las pruebas y los análisis de los fluidos, al final se puede saber que se trata de un pozo seco.

La ilusión de estos cazadores de fortunas es hallar otro gran pozo, como los tres que han marcado hitos históricos. El primero fue a principios del siglo pasado (en 1918), cuando se descubrió La Cira Infantas, que inició la industria petrolera en Colombia. Luego, Caño Limón en 1983 y Cusiana-Cupiagua en 1989. El segundo significó que Colombia se convirtiera en exportador de crudo a partir de 1986, condición que ha mantenido hasta el momento. Con el descubrimiento de esos dos últimos campos, el petróleo se convirtió en la principal fuente de divisas de Colombia y motor del crecimiento económico.

Hacia las 3 de la tarde, los expedicionarios hacen una pausa para almorzar: galletas, naranjas y bocadillos veleños. Empapados de pies a cabeza, confiesan la pasión por su oficio; son un engranaje vital de una actividad con gran impacto nacional. El petróleo y sus derivados representan hoy una cuarta parte (26 por ciento) del total de exportaciones colombianas. En 2004, las exportaciones petroleras fueron de 4.179 millones de dólares. También el año pasado se perforaron 21 pozos exploratorios, conocidos como A-3, y en este año se prevé perforar más de 25, un avance comparado con años anteriores en los que había menos de 10 perforaciones.

¿Será que esta zona en Yacopí se convertirá en un nuevo pozo? Sí es así, se sumaría a los más de 100 campos que hoy producen petróleo y que le permiten al país producir cerca de 520.000 barriles de petróleo por día. Pero pronto no será suficiente. Se calcula que las reservas probadas de 1.477 millones de barriles de petróleo sólo alcanzarían hasta 2010. Por eso estos exploradores trabajan bajo enorme presión. Es urgente encontrar nuevos pozos.

El chorrito de líquido negro hallado en Yacopí con el que los exploradores se frotan las manos es una esperanza. Sin embargo, la probabilidad histórica de encontrar petróleo en esta paradisíaca zona se ajusta al promedio del país: 15 por ciento. De cada seis pozos que se exploran, sólo uno es exitoso comercialmente.

"Hay que invertir y persistir, siempre persistir", dice Restrepo-Pace mientras cae la noche y hay que empezar a escalar la montaña en busca de un lugar donde dormir. Encontramos en el camino a un campesino con su escopeta de fisto y su mula. "Buenas tardes los señores", dice. Tras una amable conversación se le informa que este es un grupo de exploradores que busca petróleo. "Ah, sí, dice. De eso que sacan la gasolina para echarles a los carros". Lo cuenta como si se tratara de una novedad.

Luego encontramos la casa de madera de Rosa María Riaño. Debe estar como a dos horas a pie de la carretera más cercana. "¿Están perdidos?", pregunta. "No, estábamos buscando petróleo", responde orgulloso uno de los soldados con el camuflado que escurre agua. Doña Rosa nos invita a seguir, mientras ordena a sus hijos que atrapen varias gallinas para hacer un sancocho.

"Debe ser bueno hallar petróleo", dice, mientras echa leña a una inmensa estufa de carbón con la que, cuenta, ha cocinado durante casi medio siglo de vida.

* Enviado especial de SEMANA