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TRAVESIA TRAGICA

Desde Buenaventura hasta Alemania, la aventura de 4 polizones colombianos. Dos sobrevivientes relatan el viaje

19 de septiembre de 1983

Se encontraron en Turbo. Luis Carlos Valencia quería regresar a Cartagena, puerto ideal, según él, para salir de Colombia hacia los Estados Unidos, escondido en la bodega de un barco.
La "experiencia" jugaba a su favor. ¿Acaso no había sido el único -entre diez polizones- colados en el barco "Ciudad de Bogotá" en lograr llegar hasta Nueva York, 20 días antes?. Pablo Hurtado, con quien había recorrido varios puertos en busca de la "buena oportunidad" prefería Turbo. Guillermo Bazán y Firmo Garcés que habían llegado de Cartagena a fines de julio, compartían la misma opinión.
En los tres puertos más importantes de la Costa Atlántica "no había caso ". Ellos habían comprobado el dispositivo de seguridad y control, gracias a pases y permisos, a la entrada del muelle. Control a la subida de los barcos... En Turbo, en cambio, las únicas miradas indiscretas son las de los capataces. Todos son "chivatos", nos dijeron los sobrevivientes, pero a pesar de su buena voluntad "no pueden vigilar a todo el mundo ".
Ante esos argumentos de peso, Luis Carlos cedió. Faltaba lo esencial: "aguardar" un barco que fuera para Nueva York y procurarse víveres para una travesía que debía durar, en principio, cinco o seis días. Las provisiones para el viaje fueron cinco panelas, dos galones de agua y dos líbras de queso.
Los cuatro polizones llevaban también dos velas. "Por pura precaución, comentó Guillermo Bazán, pues hay barcos que no alumbran sus bodegas. Algunos de los que transportan café, por ejemplo".
Después de varios días de inspección, los cuatro colombianos decidieron embarcarse en el Pocahontas, buque perteneciente a una compañía cuya sede se encuentra en Hamburgo.
"Enseguida, nosotros esperamos el día adecuado y nos colamos en 'el bongo' que transporta las cajas y los estibadores que cargan el barco en alta mar. Para evitar que el capataz nos viera, nosotros adoptamos las mismas actitudes que los demás trabajadores", prosiguió Guillermo Bazán. "Juan Carlos saltó con los estibadores y cuando regresó nos dijo: hay un piso lleno. Nosotros bajamos por parejas hasta el fondo del buque. Abrimos la escotilla y pedimos a los frabajadores que nos habían visto que cerraran el escape".
Los obreros lo hicieron, no sin advertirles -como lo habían hecho en "el bongo"- que ellos no respondían de nada. "Lo único que les interesa es su trabajo" confiesan, entre agradecidos y perplejos, los sobrevivientes.
Los estibadores continuaron cargando el segundo y tercer entrepuente. Entre tanto, los polizones estudiaban la manera de acomodarse en esa inmensa bodega copada de bananos y extremadamente fría.
"Cuando nosotros sentimos que el barco había partido, decidimos empezar la construcción de una especie de refugio. Para ésto, vaciamos unas diez cajas de plátanos y las protegimos con cartones". Luchando así por almacenar el calor de sus propios cuerpos, los cuatro jóvenes comenzaron a soñar despiertos: en pocos días, se decían, llegarían a Nueva York, la ciudad que puebla los sueños de "toda la juventud de Buenaventura". ¿Toda? "Sí, hermano, en Buenaventura eso es una fiebre".
Esta vez no había dudas. Luis Carlos, el más experimentado por haber logrado llegar tres veces hasta los Estados Unidos, "sabía" lo que tendrían que hacer para burlar las redes tendidas por la policía de inmigración de los Estados Unidos.
Sin saber si era de día o de noche, los cuatro se veían recorriendo las Avenidas Quinta y 42 de Nueva York, reputadas por ser los centros predilectos de "nuestros compatriotas de Buenaventura".
Una vez allí, todo sería fácil. Bastaría con "mirar de cierta manera" a los transeúntes y frecuentar los grupos que hablan español, entre los cuales encontrarían, con seguridad, a antiguos polizones. Ellos explicarían entonces su situación e inmediatamente las puertas de los apartamentos y las billeteras de sus compatriotas se pondrían a su disposición. Varios compañeros o amigos de sus amigos habían conocido esa extraordinaria generosidad. ¿Por qué el destino los trataría diferentemente? .
Así, mientras se comían la última panela y bebían los últimos sorbos de agua -signo evidente de que estaban llegando a Nueva York- los jóvenes colombianos pasaban revista a lo que harían en la ciudad de los rascacielos.
Lo más seguro era que se iban a instalar durante algunos años. ¿trabajarían? Naturalmente. "En Nueva York quien quiere trabajar, encuentra empleo. Los amigos dicen que hay que hacer cualquier vaina, pero eso no importa pues se gana mucho billete.
Aunque algunas veces los amigos dicen que no es fácil, de todas maneras el billete se acumula a un ritmo desconocido en Colombia", afirma Luis Carlos quien durante la travesía pensaba en su madre que se gana la vida vendiendo pescado en Buenaventura. Su viaje respondía al deseo profundo de ayudarla, como lo ha hecho, asegura, desde que dejó la escuela, después de tercero de primaria,
Guillermo pretendía controlar un poco más su destino. Ir a Nueva York significaba a corto plazo, "poner bien a su gente". Esa ambición lo había llevado a dejar sus estudios en quinto de bachillerato. El y Firmo habían resuelto, en todo caso, vivir juntos en un apartamento mientras que Pablo anhelaba encontrar a su hermano que vive desde hace varios años en los Estados Unidos.
Al cabo de seis días, sin embargo, la realidad comenzó a imponer su implacable lógica: "nosotros nos dimos cuenta, confiesa Luis Carlos, desde el fondo de su cama, que el buque se estaba demorando más de lo normal. Nosotros ya no teníamos qué comer ni qué beber. Todos pensamos que el buque traía retraso, porque había hecho muchas escalas o que tenía problemas mecánicos. Pero después de esas suposiciones yo dije a mis compañeros: ¿hermanos, y si este barco fuera para Europa? Nosotros decidimos entonces comer plátanos y uno de los fallecidos nos propuso beber orines".
Después de varias horas de búsqueda, moviéndose entre los plátanos y el techo, en un espacio de apenas medio metro, lograron encontrar un racimo de plátanos "maduros". "O si tu quieres, menos verdes que los otros". Intentaron abrir la escotilla, pero ésta había sido bloqueada desde el segundo entrepuente. "ilegalmente bloqueada" señaló un marino a SEMANA en Bremerhaven, mientras explicaba que "de costumbre, los buques deben dejar libre ese pasaje. Más aún, cuando los obreros los ayudaron a "colarse". ¿La investigación determinará el grado de responsabilidad de la compañía en este caso?
Como quiera que sea, los cuatro pasajeros clandestinos golpearon y gritaron sin resultado. A partir de entonces, aparecía claramente que era necesario esperar, comer bananas y beber orines. Con las diarreas comenzaron igualmente las alucinaciones.
Firmo fue la primera víctima. Los recuerdos que conservan sus compañeros son poco numerosos, pero lo suficientemente dramáticos como para ser evocados con discreción. "Firmo se quejaba. Llamaba a su madre, pedía los zapatos aunque los tenía puestos. Poco a poco, Firmo rechazó la comída y los orines y un día, cuando nos despertamos, Firmo no respiraba. Nos cogió la angustia y lo tapamos con un cartón para no verlo. Pensamos que todos íbamos a morir. Pablo fue quien más mostró su desespero. Vivía pidiendo agua y como un día después de que Firmo falleció le dio por salirse del cajón para ir a buscarla ".
Guillermo y Luis Carlos se vuelven a dormir. "Cuando me volví a despertar, cuenta Luis Carlos, trepé para tratar de encontrarlo y traerlo al cajón.
Yo me sentía muy débil, pero no quería que Pablo muriera de frío. Además, sin él, nosotros sentíamos mucho más frío. A pesar de todo, no lo ví por ninguna parte. Creo que si lo hubiera encontrado muerto, no habría tenido el coraje de volver al cajón. Cuando regresé, le pedí a Guillermo que nos abrazaramos para tener menos frío, pero él no quiso. El estaba mal. Me decía que su vista se estaba nublando. Yo rambién sufría visiones. Veía gente que me decía que saliera de la bodega.
Veía cajetillas de cigarrillos y un amigo que me socorría regalándome 120 dólares. Casi sin esperanzas, nosotros comíamos, bebíamos y hablábamos muy poco. Recuerdo que nos preguntábamos dónde podía estar el otro man con el frío que estaba haciendo.
¿Cuánto tiempo pasó? Los sobrevivientes no lo saben. Días después de que Firmo pagó con su vida el sueño de ir a los Estados Unidos, sólo recuerdan que, en medio de su letargo, Luis Carlos vio "una luz que no era eléctrica ", una luz que les dio ánimo de gritar de nuevo y de lanzar bananas contra el techo hasta que la escotilla se abrió definitivamente.
Luis Carlos Valencia y Guillermo Bazán están actualmente en el Hospital Burgerpark Krankenhause en la ciudad de Bremerhaven a 180 kilómeros de Hamburgo. Su estado de salud ya no preocupa a los médicos que creyeron, en los primeros momentos, que tenían que amputar las piernas de uno de los dos, gravemente afectadas por el frío.
Recordando a sus dos compañeros fallecidos, los dos polizones juran que nunca volverán a intentar ese tipo de aventura y que van a encargarse de disuadir a los numerosos aspirantes. Pero ninguno ha renunciado a ir a los Estados Unidos. "Más tarde iremos, pero con nuestros papeles en regla y un poco de dinero ".
Se ignora, por ahora, cuándo abandonarán el hospital para ser repatriados, pero no es seguro que vuelvan juntos, pues el ritmo de recuperación es sensiblemente diferente. Las autoridades alemanas habrían decidido, por otro lado, incinerar a los dos jóvenes fallecidos. Esta decisión, que no pudo ser confirmada, obedecería a razones de tipo administrativo y económico. Alemania no puede esperar, dijo una fuente colombiana, que las familias reclamen los cadáveres y la compañía de seguros no estaría dispuesta a pagar 16.000 marcos que cuesta el traslado de los dos cuerpos...
El balance es, pues, dramático. Lejos de ser héroes, los cuatro polizones han sido víctimas de un sueño que reclama, como nunca, ser desmitificado. Un sueño que se ha nutrido gracias a las profunda frustración de una parte de la juventud colombiana.
NO SOBREVIVIERON
SEMANA estuvo en Buenaventura y habló con las familias de los polizones muertos. Breve y simplemente hablaron de ellos.
FIRMO ANTONIO GARCES, uno de los muertos, tenía 17 años. Llevaba el mismo nombre de su padre, pero hacía más de un año no vivía con él porque se había ido a Cali a vivir con su mamá y cinco medias hermanas.
Trabajaba en una panadería. Le dejó una carta a su mamá en la que le decía que se iba porque su "padrastro" lo trataba muy mal. Era un muchacho débil y delgado que tenia que tomar vitaminas y estar permanentemente sometiéndose a chequeos médicos. Era muy retraido y sus únicos amigos los habia hecho a través del fútbol. Su salida más lejos la hizo hace dos años a Bogotá en un camión. Cuando le preguntaron por qué se habia devuelto, el contestó: "en Bogotá hacía mucho frío".
PABLO HURTADO, muerto, 17 años. Sus padres María Antonia García y Angel Floresmiro Hurtado, viven juntos y tienen cuatro hijos más. El padre es pensionado de Puertos de Colombia. Pablo cursaba 3° de bachillerato en el Instituto Alfonso López de Buenaventura. Se habia ido ya tres veces de su casa. En la primera ocasión estuvo un mes en Santa Marta, luego estuvo en Cartagena por dos meses y habia desaparecido hace un mes. Sus continuas "voladas" eran siempre buscando la "buena suerte" de su hermano Francisco, quien vivia en Estados Unidos.