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Vuelve y juega

Los técnicos empiezan apreguntarse si el salario mínimo sirve para algo más que caldear el ambiente laboral.

4 de enero de 1993

EL PASADO 14 DE NOVIEMBRE el rostro del ministro de Hacienda, Rudolf Hommes, tenía un extraño dejo de satisfacción. En medio de todos los problemas que tenía que enfrentar -incluido el incidente del impuesto al consumo de cerveza- mucha gente se preguntaba, como en el verso de Benne-detti, "señor Ministro, ¿de qué se ríe?".
La razón estaba en una carta que había llegado a su despacho el día anterior. En ella la Junta Directiva del Bancos de la República le solicitaba formalmente al Ministerio no sobrepasar la línea del 24 por ciento en los reajustes salariales de final de año, incluidos el salario mínimo y la remuneración de los trabajadores oficiales.
Y el Ministro estaba contento por que, por primera vez en muchos años, y gracias a la reforma constitucional de 1991, la responsabilidad de fijar el tope al aumento de salarios se salía de sus manos. Y para nadie es un secreto el desgaste político que implica la negociación delingreso mínimo de los trabajadores.
Todos los años, por esta época, el sólo anuncio de la negociación genera un escenario de recriminaciones entre el Gobierno y la clase trabajadora que en nada contribuye a la tranquilidad del país. Y que algunos especialistas comienzan a ver como un costo muy alto para una operación con impacto limitado sobre el resto del mercado laboral.
En días pasados, por ejemplo, Eduardo Lora, director de Fedesarrollo, aseguró en un artículo de prensa que no hay nada que permita afirmar que "la tasa de ajuste del salario mínimo sea decisiva para controlar la inflación, o para elevar el ingreso real de los trabajadores". Según el prestigioso economista, "los salarios efectivamente pagados a los trabajadores dependen esencialmente del nivel de actividad de los sectores productivos y de la evolución de la inflación y no directamente de lo que ocurre con el salario mínimo". De allí, según él, que lo mejor sería pensar en un mecanismo de reajuste automático del salario mínimo, que tendría por objeto "proteger a los trabajadores pobres y que carecen de poder de negociación, y no tanto a los que sí tienen dicho poder y ganan por encima del mínimo como ocurre en la actualidad".
Los miembros de la Junta del Banco no están convencidos, sin embargo, de que la fijación del salario mínino resulte un elemento tan espúreo en el comportamiento general de la economía. Y por eso piensan que sigue siendo un instrumento importante en manos del Gobierno para controlar factores como la inflación.
Miguel Urrutia, en particular, considera que los salarios son un factor muy importe en la inercia inflacionaria, y que si bien en los años 70 el salario mínimo no tenía gran influencia sobre el resto de salarios, en los 80 comenzó a tener más importancia, porque se acercó al promedio.
"El salario mínimo -en su opinión- es muy importante no sólo porque muchas empresas exportadoras lo pagan en la actualidad, sino porque constituye una señal para el resto de la economía. Y lo que estamos diciendo es que si las empresas negocian por encima del 24 por ciento, van a tener problemas".
El objetivo de la Junta, aI fijar el tope del 24 por ciento, es reducir la inflación al 22 por ciento en 1993. Y eso no se podrá, según Urrutia, si los ajustes salariales se siguen haciendo con relación al pasado. "Lo que tienen que entender los trabajadores es que si logramos bajar la inflación al 22 por ciento, un reajuste del 24 por ciento en el salario mínimo les hará ganardos puntos en términos reales ".
Las centrales obreras, sin embargo, ya exigieron un aumento por encima de la inflación de 1992. Y nada permite prever que las negociaciones actuales puedan ser más cordiales que las de años anteriores. Y por eso no estaría de más buscar alternativas.