El que fuera el mejor torero del país, es hoy propietario de ganaderías de toros de lidia. | Foto: ARCHIVO SEMANA

LECCIONES

Capotear la vida

El matador aprendió a lidiar con una enfermedad.

César Rincón
25 de agosto de 2012

A mi padre le debo el legado de los toros. Los primeros pasos que di me los enseñó él, era quien me animaba a torear a mi perrito Príncipe. En el año 82 me marcó muchísimo la muerte trágica de mi mamá y mi hermana. Uno lo que sueña es cambiarle la vida a la familia y que uno ya no la tenga... es duro. Siento tristeza de no haber conseguido mi objetivo con mi mamá. Yo era el niño mimado, y como todos los que nacemos en una familia humilde, mi sueño era darle una mejor calidad de vida a ella, pero no alcancé.

Aprendí que uno también tiene que tener valor para tomar decisiones. Si en 1992, cuando me detectaron la hepatitis C, me retiro de los ruedos y empiezo el tratamiento mi carrera no hubiese sido como fue. Tuve el valor de decir: “No puedo empezar mi tratamiento, tengo que consolidar mi carrera”. Fue una cosa irresponsable, pero meditada. Cuando cumplí mis metas emprendí el tratamiento. Fue muy duro, es parecido a una quimioterapia: dolores de cabeza, insomnios bárbaros, ganas de vomitar todo el tiempo. Pero había que continuar. Me decía: “Si un toro no me quitó la vida, ¿cómo me la va a quitar esto?”.

Cuando empecé a torear yo era una persona muy egoísta: pensaba solamente en mi triunfo, no en el toro. Y el toro es mi amigo. Me di cuenta de que se lo debo todo al toro de lidia, y quise trasladar eso a la gente para que entendiera que el toro de lidia es un animal que tiene todas las bondades del mundo.

De mis hijos he aprendido a buscar tiempo para estar con ellos, he aprendido a comprometerme. Yo estudié hasta tercero de bachillerato, y hoy mi hijo mayor estudia química, francés, etcétera. Entonces me toca estar más en contacto con él, aprender; si no cuando me dé cuenta se me va y ya no supe nada de él.

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