Remedios, Segovia y otros pueblos del nordeste de Antioquia han cambiado de lugar varias veces desde su fundación. Van detrás de las dragas y las bonanzas. | Foto: León Darío Peláez

CRÓNICA

Dios y el diablo en la tierra del oro

Desde hace cuatro siglos el nordeste de Antioquia ha vivido con la fiebre del oro. Empresas, mineros artesanales, gobierno y grupos al margen de la ley se disputan la riqueza de sus suelos y sus ríos. Y los más afectados, como siempre, son los campesinos.

Juan José Hoyos*
25 de agosto de 2012

Por estas montañas de Antioquia los pueblos andan. Se fundan junto al lecho de un río o la boca de una mina y luego se van con su gente hacia otro río, otra montaña u otro valle donde los cateadores descubren una veta de oro más promisoria o un río de arenas más brillantes.

Sucede así desde hace más de cuatro siglos. Remedios se fundó en 1560 y luego fue trasladado cuatro veces. Zaragoza se fundó dos veces a partir de 1581. Amalfi se fundó en el sitio de San Martín de Cancán en 1776; luego los colonos que llegaban se juntaron en Riachón en 1832. El caserío de El Bagre existe desde 1675, pero se trasladó aguas abajo del río Nechí siguiendo las dragasy empezó a crecer solo después de 1930.

Esta larga historia empezó en 1535, cuando don Pedro de Heredia descubrió el caserío de indios de Yolombó. A mediados del siglo XVII el poblado ya era habitado por familias españolas de alto linaje. Los indios estaban casi extinguidos y los negros los habían remplazado en el trabajo de las minas. Como sucedió en casi todos los demás pueblos, el oro marcó su auge y su caída: Yolombó fue nombrado por la Corona española 'ciudad ilustre' en el siglo XVIII, pero a comienzos del XIX sus minas ya se habían agotado y en 1879 era apenas un corregimiento.

El escritor Tomás Carrasquilla dice en su novela Ligia Cruz: "Hacia allí corrieron los españoles (…) con sus reales, sus codicias y sus atrocidades, plantaron la cruz igualitaria de Dios Cristo. A las hordas de indios de encomienda juntaron los rebaños de hombres comprados; y aquello fue el desentrijar arreo de las vetas, y el desbaratar continuo de aluviones. A la poesía católica de las leyendas castellanas adunaron las supersticiones selváticas del Congo y de Angola; y aquello fue la yerba maléfica y embrujadora y el milagro de sangres sudadas por imágenes: Fue 'la uña de la gran bestia' y los escapularios de la Virgen. Revolviéronse las idolatrías del África salvaje con la religión del Crucificado; y aquello fue el monicongo venerable y el Cristo legendario de Zaragoza".

La venta

Segovia es uno de los pueblos más jóvenes de la tierra del oro en el nordeste. La primera concesión minera de los tiempos modernos es de 1825, y se llamaba Minerales de Nemeneme. En 1852 se instaló allí la Compañía Minera de la Nueva Granada, de propiedad de franceses, e inició la explotación del oro.

En 1866 la empresa cambió su nombre por el de Frontino y Bolivia Ltda. Los nuevos dueños instalaron molinos californianos y rieles dentro de las minas para facilitar el acarreo de material desde los socavones hasta los molinos. En 1931 la Marmajito Mine Limited y la Frontino y Bolivia Limitada se fusionaron y formaron la famosa Frontino Gold Mines Limited, administrada hasta 1956 por los ingleses. Más tarde se convirtió en la International Mining Corporation, que operó en Segovia con el nombre de Frontino Gold Mines.

La Frontino se declaró en quiebra en 1977 y entregó sus minas y sus instalaciones como garantía para pagar sus deudas, recuerda el historiador Dairo Alonso López López. La principal era las prestaciones sociales de más de 1.200 trabajadores activos y 700 jubilados. Entonces se firmó un concordato preventivo que duró cerca de 27 años. La compañía continuó operando gracias a un acuerdo de la Superintendencia de Sociedades con los trabajadores y jubilados, los principales acreedores. En 2010, cuando los precios internacionales del oro subieron, el gobierno colombiano en forma unilateral decidió dar por terminado el concordato, liquidar la Frontino Gold Mines y venderla a la multinacional minera de origen canadiense Medoro Resources. Esta firmó un contrato por 380.000 millones para adquirir los activos de la empresa en liquidación.

Desde 2009 Medoro estaba de compras por Colombia, y por sus cuatro adquisiciones -tres minas en Marmato, Caldas, y la Frontino Gold Mines en Antioquia- solamente pagó 37,5 millones de dólares. Según la revista Dinero, se calcula que su valor real era más de 200 veces ese precio.

Un hormiguero de oro

Segovia es hoy el epicentro de una de las concentraciones de minas de oro más grandes de Colombia. "El pueblo está construido sobre un pan de oro" dice el técnico minero Mario Piedrahita. También es el epicentro de uno de los conflictos mineros más complejos de nuestro país. Visto de lejos, parece un pueblo más del nordeste de Antioquia. Pero su apariencia es engañosa. En realidad, es una especie de hormiguero gigante. En la superficie hay casas, compras de oro, tiendas, almacenes, iglesia. Bajo su suelo hay más de medio centenar de minas donde se trabaja día y noche. Cinco de ellas son operadas por Gran Colombia Gold, una filial de Medoro, y a su alrededor hay 50 o 60 minas más que están en manos de unos 7.000 pequeños mineros, la mayoría de ellos extrabajadores y jubilados de la antigua Frontino Gold Mines.

Mario Piedrahíta es uno de esos jubilados. Él nació y estudió en Segovia. Cuando terminó el bachillerato, la Frontino lo llevó a estudiar Minería a Sogamoso. Allí terminó la carrera de técnico minero y fue enganchado por la empresa como trabajador raso. Después llegó a ser asistente de los ingenieros y luego superintendente.

"Los norteamericanos se declararon en quiebra en 1977" dice. "Creo que lo hicieron para evadir la responsabilidad social que tenían con la región, con los trabajadores y con los jubilados. Para preparar el cierre, abrieron una mina 'cogollera', lo que quiere decir que en la superficie hay buen tenor de oro y una veta de buen espesor, pero a medida que se va profundizando en la tierra el oro va desapareciendo. Al mismo tiempo, cerraron la mina Cogote, que era de buenos valores y de buen espesor. Al tener esos dos fracasos, abrir una mina mala y cerrar una buena, demostraron al gobierno que estaban perdiendo mucho dinero y se fueron sin problemas. La Frontino nunca cotizó al Seguro Social ni constituyó un fondo de pensiones para los jubilados. Los dueños la dejaron en unas condiciones lamentables: sin reservas, sin maquinara, sin sistemas de bombeo. Entonces nos entregaron la mina a nosotros".

Mario hace una pausa para seguir desenredando este enredo. "La Superintendencia de Sociedades nombró entonces un gerente general. Nos propusieron suscribir un concordato con el fin de generar un fondo de pensiones, para que velara por las mesadas de los trabajadores jubilados. Pasó un año. El documento que habían firmado los antiguos dueños con la Superintendencia no apareció. Estuvimos 27 años en concordato".

Mario recuerda que los trabajadores y los pensionados que administraban la empresa corrieron con la suerte de abrir una mina llamada Providencia, que resultó con muy buenos tenores. Además, en la década de los ochenta el oro pasó de 35 a 245 dólares la onza. Cada semestre los trabajadores se repartían las ganancias. "Cuando todo estaba marchando bien, el gobierno nos dijo que como no habíamos acabado de refinanciar el fondo de jubilados, la empresa tenía que entrar en liquidación".

Y efectivamente, el gobierno liquidó la Frontino Gold Mines y la vendió a una multinacional canadiense que entró a operar en nuestro país con el nombre de Gran Colombia Gold. Según Mario Piedrahíta, hasta el momento la multinacional no ha cumplido con lo pactado cuando firmó la promesa de compraventa: "Acabaron con las garantías laborales. Echaron a casi toda la gente. Empezaron a contratar nuevos mineros por medio de cooperativas intermediarias. (…) El Juzgado Quinto Laboral de Medellín nos devolvió la Frontino en 2009. Estuvimos allá como 15 días. Luego la Superintendencia de Sociedades puso una tutela y nos sacaron de las instalaciones a la fuerza".

Mario hace una pausa antes de continuar: "La situación actual de Segovia es desesperante porque los nuevos dueños no llegaron a hacer minería sino a acabar con lo que había. Están trabajando irracionalmente. El sistema de explotación de las minas en Segovia se llama de cámaras y pilares, lo que quiere decir que al sacar una cantidad de material queda una cámara y unas cuñas o pilares que sostienen el techo. Esas cuñas o pilares también tienen oro, pero no se explotan por seguridad. Esta gente está sacando todo eso y lo está remplazando por madera. La madera tarde o temprano se pudre. Y la mina está debajo del pueblo. Muchas casas de Segovia se van a venir abajo y va a suceder una catástrofe".

La tragedia de los pequeños mineros
 
Los pequeños mineros de la tierra del oro son los mejores geólogos que existen. Van por los valles de los ríos Porce, Nechí, Cauca, Nus y también por las montañas cateando con sus bateas. Conocen desde niños su territorio. Toman muestras en cada lugar donde adivinan que hay oro. Cavan la tierra como topos. A la sabiduría tradicional heredada de sus padres y abuelos mineros, agregan la sabiduría de las supersticiones. Ven por las noches cuando alumbran las montañas. Buscan los nidos de culebras porque cerca hay oro. Su situación es desesperante. Son presionados por las multinacionales para que abandonen sus minas. Son chantajeados y extorsionados por los grupos armados ilegales. Son tratados como delincuentes.

Ellos son las principales víctimas de la nueva guerra del oro. Según la Policía, por esta guerra han aumentado los homicidios en un 192%, sobre todo en Remedios y Segovia. El coronel José Gerardo Acevedo Ossa atribuye los crímenes "a la disputa por territorios y control de finanzas que reciben los grupos armados ilegales por extorsiones que cobran a los mineros". En los primeros seis meses del año, solo en el nordeste, hubo 170 muertes violentas.

Las bandas criminales y las guerrillas han cambiado el narcotráfico por la explotación del oro, no solo por las ganancias que les deja sino también porque su producción es más fácil y rápida que la de la cocaína. Los mineros deben pagar por cada retroexcavadora que entra a la zona entre 5 y 8 millones de pesos. Por el funcionamiento, entre 2 y 5 millones, además del 10 por ciento por cada onza de oro que sacan. Si no los pagan, la primera vez les quitan las llaves de las máquinas. La segunda, se las queman. Los pequeños mineros también tienen que pagar 3.000 pesos por cada galón de combustible que llevan a la mina. Como ellos, hoy existen más de 300.000 familias en 328 municipios mineros de Colombia. Se cree que el 87 por ciento de los desplazados proviene de esos municipios.

Hoy en el nordeste de Antioquia no hay indios ni españoles. Fueron exterminados o expulsados. En cambio, siguen llegando miles de mineros de todas las regiones de Colombia. Detrás han venido los grupos armados ilegales y las nuevas multinacionales. Y en las almas de los mineros de estas montañas y estos valles, después de cuatro siglos, siguen reinando 'la uña de la gran bestia', los escapularios de la Virgen, las idolatrías del África salvaje y el Cristo de Zaragoza.
 
*Periodista y escritor. Ganador del Premio Nacional de Periodismo por el libro El oro y la sangre.

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