En 1989 el ejército chino abrió fuego contra manifestantes que reclamaban reformas sociales en la plaza de Tiananmen. | Foto: AP

LEJANO ORIENTE

El viaje de Deng

No fue una guerra, tampoco una revolución. El suceso que definió la historia de Asia durante los últimos 30 años fue la travesía audaz de un político polémico.

Isaac Stone Fish*
25 de agosto de 2012

El ascenso de China redefinió al mundo. Su economía creció 30 veces desde 1982; es el socio comercial más importante del este asiático; posee el ejército más poderoso de la región; detenta las reservas de divisas más extensas e incluso, por un tiempo, tuvo el computador más rápido del planeta. En junio, el Centro Pew reveló que por primera vez los habitantes de la Tierra perciben a China, y no a Estados Unidos, como la potencia protagonista de la economía mundial.

Hace 30 años este progreso no era previsible. En este lapso, el evento más crucial para el este de Asia y sus 1.500 millones de habitantes no fue una guerra, una revolución o un golpe de Estado. Fue un viaje que Deng Xiaoping, el líder máximo de China durante los 80 y 90, hizo a la ciudad costera de Shenzhén.

Cuando Deng llegó al poder en 1978, la marcha de China hacia el predominio económico cojeaba. La economía crecía a un 10 por ciento anual gracias a la privatización y a la mudanza del comunismo al capitalismo, pero muchos anhelaban una liberalización política junto a la económica. Creían que el crecimiento no sería sostenible sin reformas sociales. Los conservadores, sin embargo, se impusieron. En 1989, el ejército abrió fuego contra los manifestantes que reclamaban más derechos en la plaza de Tiananmen, mató a cientos de ellos y puso fin a los anhelos democráticos de la gente.

Tras la masacre, China fue sancionada y aislada. Su economía se congeló. En 1989 creció 4 por ciento; en 1990, solo 3,8. Los conservadores de Beijing, que querían que el país regresara al modelo de un Estado guiado y a sus raíces comunistas, habían debilitado el poder de Deng, con el resultado de que si China no lograba mantener altos niveles de crecimiento, el gobierno comunista estaría en peligro.

Deng decidió asumir un riesgo político. En una democracia, un líder enfrentado a la oposición habría llevado su caso ante la gente. Deng inició un tour por el sur del país para llevar su caso ante los oficiales locales. En una serie de discursos y reuniones con los secretarios del partido y con los hombres de negocios más influyentes de Shanghai, Zhuhai y Shenzhén dejó claro que, para mantener el control, el Partido Comunista necesitaba reformar la economía.

Los conservadores hacían lo que fuera para restarle importancia al mensaje de Deng. Llegaron, incluso, a censurar el cubrimiento del viaje en los medios. Pero Deng consiguió convencer a los oficiales de que las reformas serían beneficiosas para ellos y para China. Y esta es la situación que se vive hasta hoy. Gracias a Deng, China defiende la represión política, mientras que ha instalado su economía en los motores del mundo y se ha convertido en el pegamento con que el este de Asia se mantiene unido.
 
*Editor asociado de la revista Foreign Policy. Escribe para The Economist y el International Herald Tribune.

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